Es un edificio
blanco, capaz, espléndido, un orgullo de construcción local, autonómica y
nacional, un Titanic de la
investigación ante Europa e incluso el mundo en sus pretensiones. Y ahí está
cerrado, junto a la Facultad
de Medicina y el Hospital Príncipe de Asturias. Es el IMMPA (Instituto de
Medicina Molecular Príncipe de Asturias) Una idea que se fraguó en el año 2006,
inflamada de los vientos de bonanza y que se aparcó en el 2011, desinflada por
los vientos raseros de la realidad. Es el IMMPA un barco en la alta mar de los
campos alcalaínos, sin rumbo, a la deriva, envarado, sin proyecto científico, sin
recursos humanos ni financieros, con un nombre que puede ser cambiado en
cualquier momento. Este fue el plato indigerible que le fue servido al CSIC.
Aplazada queda ‘sine
die’ su investigación tumoral del cáncer y la del envejecimiento, aparcada la
medicina regenerativa y el uso de las células madre, vacíos los animalarios
para la investigación… Es el monumento a los derroches incontrolados, es la
espuma de los tiempos de fiesta. Así es que el edificio de 50 millones, como
todos los cuerpos abandonados, afronta una subsistencia imprevisible y caótica.
El bello y
fantasmagórico edificio está rodeado de unas vallas que no permiten acercarse.
Pero lo que allí me llevó no fueron sus proyectos científicos subsumidos, sino el
reclamo de la tronante pajarería que en las crestas del edificio se albergaba
con pasmoso estruendo. Era aquel un emporio de trinos cuyos élitros cantores
ocupaban el alto coro de la galería
superior, cubierta de cristales. Dicha galería corrida ejercía de inmensa jaula
ornitológica, de tal manera que el animalario proyectado de las ratas del
subsuelo se había trocado en espontáneo animalario volador.
España es una jaula
de tronancias ornitológicas. Pían y pían y no dejan de piar. Es una competición
tonal, canora. Cada cual trina con todas sus fuerzas y destrezas, sin escuchar
nadie a nadie. Todos cantan a la vez. Nadie escucha. España es un coro de
trinos superpuestos, alocados, frenéticos.
Trinan los
pájaros de los cuatrocientos alcaldes independentistas de Cataluña, cuando
levantan al alimón sus varas de mando. Las varas superpuestas de los alcaldes
separatistas no suman, restan. La vara alzada de un alcalde sólo tiene vigencia
ante su pueblo genuino. El pueblo y su vara de mando es como el pastor y su
ganado. Fuera de su aprisco la vara no rige, es postureo, la voz y la vara son
reconocidas por los pastoreados. Fuera no ejerce, no manda, no se reconoce, no
suma. Sólo suma en el guirigay anárquico.
Pían y pían y
vuelven a piar los socialistas porque su pastor a premiado a una oveja desleal,
la cual, ahora, al quedarse sin aprisco, la guarda el pastor en el suyo. Y las
ovejas visitadas balan y balan y vuelven a balar contra la extraña que un día les
baló encrespada. Y trinan y trinan contra el pastor dadivoso.
Cantan y cantan
los pseudos-cervantistas que defienden la ‘teoría leonesa’ de que Cervantes es
de ‘las montañas de León’ como se dice en el Quijote, sin pararse a que dice que
allí “tuvo principio su linaje”, es decir, el manantial de su nombre. Y trinan
los manchegos de Alcázar y los sanabreses de Cervantes de que nuestro Cervantes
no es Saavedra, el que escribió el Quijote. Y para acabarlo de arreglar van los
pájaros de este lugar complutense y dicen que ‘Saavedra’ es un auto-apodo que
el propio Cervantes se pone, derivado de un arabismo que significa “sin brazo”,
tal que sus ficciones aljamiadas. Es decir, que la tronancia cervantista indígena
pretende que el españolísimo apellido gallego ‘Saavedra’ se convierta, por la
gracia de sus trinos, en un mote moro. Pero trinen lo que trinen. Cervantes
Saavedra fue su apellido compuesto, muy conocido en la época, tal como se
llamaron y firmaron su padre y su abuelo.
Pían y pían y
vuelven a piar. Es una jaula tronante, frenética, sin orden ni concierto.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 25.10.2015
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