martes, 26 de enero de 2016

Días oscuros



Días oscuros

   Días oscuros y obscuros, tristes y fríos. Las vísperas oscuras no anuncian fiesta alguna. La noche obscura del alma de San Juan de la Cruz, por ser noche, no puede pintar la cruda realidad del día negro, de boca de lobo, día de cielo cerrado al que se le echa encima la noche pronta y lo clausura.  



     El gobierno en funciones atraviesa los días de boca de lobo y de cielo cubierto al que se le echa encima, pronta, la noche catalana. Las noches pueden ser oscuras pero los días deben ser luminosos. Si los días son oscuros es que gana la noche. En los días de Parlamento, allí se abaten las sombras semiesféricas. Y, sin embargo, una linterna parece mover en la mano, como Diógenes, un catalán llamado Albert Rivera. En las alcobas del Senado se han oído nítidos los quejidos de la noche catalana –oh noche en que juntaste amado con amada–, y a España puede llegarle definitivamente el parto conspirativo de los bisbiseos cómplices de la noche. Los días dejarán de ser oscuros y la noche se nos echará encima. Pedro Sánchez podría recitar así:

 
       En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada
(¡oh dichosa ventura!), 
salí sin ser notada, 
estando ya mi casa sosegada. 



     La moneda alcalaína



     Día 14. Hoy han dado nombre a la moneda alcalaína. En serio. Se trata de una moneda local o social o alternativa o complementaria. Cuando los hallazgos arqueológicos nos permitían saber que un lugar histórico acuñaba moneda era signo evidente de independencia, de soberanía, de autonomía política y desarrollo económico. Eso dirán de nosotros las indelebles monedas cuando alcancemos la condición de ser súbditos invisibles del Reino del Polvo. En la revolución cantonal de Cartagena,  en cuyo momento histórico parece que hemos desembocado, se acuñó el ‘duro cantonal’. Al fin ha sido elegido por votación el ‘henar’. Algunos de los nombres derrotados han sido: el ‘zulema’, el ‘quijano’, el ‘bartolo’… Me quedo en el puro análisis nominal. Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas que diría Juan Ramón Jiménez. Otros nombres propuestos han sido el ‘rocinante’, el ‘sancho’, la ‘quijota’, la ‘dulcinea’… ¡Qué manía con trasvasar los personajes de la ficción manchega a la ‘cuna’ de la realidad familiar cervantina! Este mismo de ‘la cuna’ es denominación más ceñida y convincente, somos cuna del genio de la palabra y estamos en el término homófono de la ‘kuna’,  la moneda croata, entre otras.



     El ‘henar’ está bien, pero es un apócope de un Henares disperso por dos comunidades y que le dejan llegar hasta ‘el hospital del Henares’ de Coslada, a donde el río no llegó nunca. Voy  a jugar fuera de plazo. Ningún nombre más sonoro y originario que ‘cómpluto’. La mención de nuestra ciudad romana ha pasado a ser acentualmente palabra llana. Y el esdrújulo podríamos habérselo adjudicado a sus nuevos denarios contantes y sonantes. “Este traje vale 275 cómplutos”, así de sonoro, con ese ‘plutos’ final griego de ‘rico’. Mi ‘cómpluto’, cantoral y cantonal, ha quedado acantonado.



       La corrida del Quijote



     Así ha denominado la empresa de la plaza de toros de Alcalá, el festejo taurino que proyecta para el sábado 23 de Abril, día en que se entrega el ‘Premio Cervantes’ y se cumple el cuarto centenario de la muerte del hijo más insigne de la ciudad Miguel de Cervantes. La corrida tendrá un ambiente del Siglo de Oro español. Quiere ser un festejo pintoresco al estilo de otras, como ‘la picassiana’ en Málaga, ‘la teresiana’ en Alba de Tormes, ‘la goyesca’ en Madrid en torno a su 2 de mayo. No sabemos si la corrida ‘El Quijote’ se quedará sucesivamente con nosotros ese día. Pero nuestro Cervantes, el que aquí nace, es el que celebramos el 9 de octubre. Si Madrid se llevó de aquí sin razón, la Universidad Complutense, el INAP y el Instituto Cervantes, entre otras gollerías, puede llevarse con toda razón de un papirotazo todo lo que pongamos encima del día que Cervantes muere en Madrid.



     Aunque, si eso ocurriera algún día, don Quijote desenvainaría de nuevo la espada de esta guisa:



     — ¡Ea, canallas, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla  —dice el famoso hidalgo desde la mano alcalaína.



     José César Álvarez


Puerta de Madrid, 23.1.2016


miércoles, 20 de enero de 2016

Perderse y reencontrarse



Perderse y reencontrarse



     Los prescriptivos paseos por Alcalá te devuelven a la humildad del que habla de lo que no conoce. Uno no conoce toda su geografía urbana, su trama abordable, su cuerpo resuelto, su atajo seguro. Uno anda y vaga por los nortes del Ensanche y de los Espartales con la seguridad que te confieren sus principales arterias. Hace poco hice un sesgo en el camino renunciando a las profundas avenidas de Miguel de Unamuno, de la Alcarria y de José María Pereda y fui a parar por calles menudas a una acera de larga alambrada, seguida de una tapia culebrera de color ocre. No sabía donde estaba. La tapia combó hasta encontrarme con la embocadura, la entrada al recinto tapiado que en letras mayúsculas, rotundas e inclinadas decían IES ANTONIO MACHADO. Pensé que así rotulaban al hombre recto, menudo y sencillo. Mira por donde me creía perdido y estaba en ‘la puerta del sol’ de mis referencias. Nada de esto hubiera ocurrido si al edificio de la antigua ‘Universidad Laboral’ no le hubieran segado sus vuelos franquistas, la altura prominente de sus colegios de nombres de colores, aventando a cielo abierto los internados de la Dictadura.  



    
Allí, con mucha honra, di mis primeras clases de filosofía en el llamado curso de ‘Preu’. Eran ocho cursos de cuarenta alumnos, a tres horas semanales por curso, incluidos los sábados. Eran los primeros setenta. Esta panza de patio que precede al edificio como un atrio abierto fue adosada con posterioridad. Antes cruzaba el atrio la carretera asfaltada que como un tiralíneas solitario unía la Facultad de filosofía de Jesuitas con el barrio de San Ignacio en El Chorrillo. Carretera y nombre de factura jesuítica, a cuyos autores el nuevo atrio les quebró su ruta de brea. Y los jesuitas que sabían rezar, supieron también pleitear, pero inútilmente. Hubieron de renunciar a su camino recto y combarse día a día por donde yo me perdí otro día.    



     Pero el día a que me refiero estaba yo allí explicando a Parménides. Recibíamos la consigna de que había que volcarse en las humanidades con el alumnado que al año siguiente emprendería estudios tecnológicos, siendo ésta su última oportunidad de bañarse en las letras. Estábamos en clase extrayendo los significados del filósofo de Elea desde los hexámetros de su ‘Peri ontos’ (sobre el ser): “sólo el ser es y es imposible que no sea”, cuando alguien abrió la puerta de la clase. Era él, el ‘fac totum’ del lugar, el vice-rector, mi empleador. Algo quería decirme, lo cual no entendía desde el arrobo metafísico en que me sorprendió. Descendí la tarima y fui a él. Me pedía permiso para entrar, no había traspasado hasta entonces ni un centímetro la línea del quicio de la puerta. Estuve por indicarle su inoportunidad, pero me abstuve ante su intención inequívoca.



     Había un problema. Como de costumbre se había servido un bocadillo de media mañana y, acabado el descanso, los restos de bocatas mordisqueados colmaban la papelera adosada a la pared contigua de la clase, formando una pirámide de despojos. ¡Cuántas veces me dio la tentación de meter la mano en aquellos cestos de barritas de pan crujiente y el voladizo de texturas apimentonadas! Pero no, no era mío y había siempre que guardar las distancias. Eran otros tiempos. Pero hubo ocasión de probar y comprobar su reparación crujiente. El tribuno de la disciplina, encaramado a mi tarima, era contundente en sus palabras y estaba dispuesto a suprimir el bocadillo de media mañana, si se repetía la denigrante estampa. Una nube de manos se alzó como un ensalmo pidiendo la palabra. El profesor de filosofía, rebajado al suelo de la disputa doméstica, en la que se sentía ajeno, pudo comprobar con disgusto que el pan y el chorizo provocaban mayor interés que su Parménides.  



     El delegado de clase, imbuido de responsabilidad, argumentó que la proximidad de la papelera a aquella clase no suponía  que les perteneciera, ya que era un espacio común. Pero, entre aquellas intervenciones, hubo una que nunca he podido olvidar, cuyo ataque suicida he visto repetido en la política de nuestros días. Aquel muchacho, hijo de obrero, becado por el Estado, como todos allí, se puso en pie para arremeter contra el representande del centro en un vis a vis bronco que cuestionaba de raíz la seguridad de la arenga con la que les había amenazado. Y le decía: “¿Por qué, antes de entrar aquí, no ha hecho usted autocrítica? ¿No podía ser que los bocatas se tiraran por resultar abominables? ¿No podía ser que se tiraran porque el dador del pan lo hacía con altanería? ¿O porque se adivinaba que quería colocarse un entorchado a costa de los sufridos alumnos? Entonces, ese era su justo merecido: la comida estaba en su sitio.”



     Todo tiene un equilibrio, un término medio, los argumentos también. El alumno ‘suicida’ retorcía sus argumentos hasta extremos inverosímiles, iba a por todas. Era tan extremista como el propio Parménides, expulsado aquella mañana de su altillo. El conocimiento experimental, sin embargo, te decía por las claras que los bocatas de la ‘uni’ estaban de muerte y la razón te decía que el pan tierno no se tira. Eso era irreversible. Y ante la evidencia no hay ‘podemita’ de hoy ni de ayer que pueda mantenerse.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 9.1.2015

jueves, 14 de enero de 2016

Las reinas magas



Las reinas magas
    
       Día 6. Cuando la Historia Sagrada es tan machista que los tres Reyes Magos son tíos, y que los doce apóstoles lo son también, como lo son los romanos y los judíos y lo son los cuatro evangelistas,  titular así, en femenino, va bien, tal que su aceite de ricino para tanto recalcitrante carroza encorbatao que no se sabe apretar el nudo hasta donde él mismo se merece. ¡Es que ya está bien, tío!  Y porque alguien hizo el amago, sólo el amago, de inventar a la Reina Baltasara, hubo que dar marcha atrás o de lo contrario te barren de la risa los encopetaos, los inmovilistas que no quieren llevar la igualdad de género ni a sus propios evangelios. Entonces hubo que decir para arreglarlo, pues claro, que la Baltasara era una mujer que hacía de Baltasar. ¿O tampoco puede ser, so listos? A ver si no. Es la igualdad de oportunidades, ¿te enteras? Y lo de “las reinas magas” no es que cambiemos la historia, que tampoco pasa nada, que es un juego, una dulcificación para los amargos, pero en este caso es que ellas existen en el teatro de Gloria Fuertes que representan todos los años unas actrices cántabras. Resulta que los Reyes Magos se van a la guerra, y sus esposas reinas les suplen llevando la paz. A ver si te enteras que la igualdad de género lleva la paz, tú, guerrero encastillado, político de trinchera, tú, sí, tú.

 

     El salón

    

     Día 7. La limpieza del salón. El salón es la pieza noble de una casa, su espacio representativo, el ágora familiar. El salón ha sufrido su desgaste con motivo de las fiestas navideñas, del año viejo y nuevo. Allí, el belén y el árbol, los turrones, los cavas, las uvas, los reyes. Se han pisado las alfombras, se han restregado los parqués, se han apelmazado los sofás y ha sonado el claqueteo de los platos de la vajilla de los días señalados. El salón y los elementos que lo componen han acusado su valor fungible y evanescente, aunque ello apenas pueda ser apreciado. Pero las doce uvas que han pasado por los salones de toda España, han pasado también por su propia biografía. Por la entraña de los contenedores también pasa el tiempo, además de por sus esqueletos pululantes.



     Los cinco salones de Alcalá.    



     Día 8. Y del salón de mi casa me pasé al día siguiente a los salones de mi pueblo. Y conté cinco, cinco salones dignos, históricos, distantes, distintos y distintivos: el Salón de Concilios del Palacio Arzobispal, el Paraninfo, el Teatro-Salón Cervantes (con su antecedente teatral del ‘Corral de Comedias’), el Salón de Plenos del Ayuntamiento y el Salón Noble del Círculo de Contribuyentes. Eran cinco.

 

     Podría haber incluido en la lista de los salones representativos de la ciudad al salón de actos de la Universidad cisneriana, a los de Farmacia, Medicina y al ‘salón inteligente’ del Politécnico, más capaces, al ‘Aula Magna’ de Económicas y a la ‘Sala de Grado’ de Derecho. También podría haber incluido al episcopal de la ‘Civitas Dei’, al Salón ‘Cisneros’ del Parador, a la siempre fascinante ‘Aula de Música’ de Basilios, al espléndido ‘Lope de Vega’ de Caracciolos, al del Colegio de Abogados, al Salón de los Reyes del Palacete Laredo, al del Arqueológico, al auditorio Paco de Lucía… Pero no, he contado cinco, la manita, cinco como los cinco lobitos que tiene la loba, como los cinco cables del pentagrama donde se cuelga toda clase de música, toda.



     Quizás sean el primero y el último de los cinco salones relacionados los más desconocidos. El Salón de Concilios tenía su divina techumbre artesonada de traviesas pareadas de azules marinos y dorados. Ese espacio había sido reordenado por Martín de Contreras en 1424 y enriquecido por Tavera un siglo después. Su cielo arquitrabado ardió en 1939 para quedar ahora abovedado de nerviaciones neogóticas y nudos policromados. Pero la historia incombustible dice que los cardenales dieron marco a los reyes allí donde el cielo y la tierra se tocaban, como se tocaban la espada y el báculo. Mucho antes, aquí hasta se preparó la batalla de las Navas de Tolosa, la ralla roja de las Españas católicas.



     El casino de Alcalá tuvo su precedente en la calle Cervantes 2, bajo la denominación de ‘Casino Mercantil’, inaugurado para las fiestas navideñas de 1890, por lo que acaba de cumplir 125 años, pasando en Agosto de 1893 a ocupar el edificio actual con la fachada neomudéjar del arquitecto municipal Martín Pastells y la nueva denominación de ‘Círculo de Contribuyentes’, del que la Sociedad de Condueños fue su promotor. El alcalaíno Félix Yuste pintó en 1901 los diez lienzos alegóricos de la ciudad y Samuel Luna iluminó los frescos del techo en 1906. En este Salón Noble se trasluce el regusto calmo y decimonónico por enhebrar dignamente el tiempo de una burguesía local atildada y galdosiana.     



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 9.1.2016

sábado, 2 de enero de 2016

La noche del costumbrismo



La noche del costumbrismo


      Cuatro artículos se han sucedido aquí sobre los años cincuenta alcalaínos y podría escribir cuarenta. Los lectores, con tal motivo, me han recordado a personajes célebres olvidados por mí y a lances gloriosos de esos tipos costumbristas de la época. Uno cree que fue bien lo que salió y que ya vendrán nuevas calendas y nuevas páginas en blanco que emborronar. Uno ha puesto fin a esos años y, sin embargo, uno se resiste a abandonarlos ahora que vienen estas fiestas navideñas de la nostalgia y del nudo del tiempo que nos sorprende en nuestras manos, abultado e hiriente sobre la cuerda de nuestros días. Un nudo con un guarismo que se nos viene encima entre luces y burbujas de cava, el vino de la noche que entra por dentro de maneras distintas: natural, extra brut, seco, semiseco, dulce. Esos aromas no van en la botella, que no, están dentro de cada uno de nosotros esa noche. Cada cual lleva prendido un aroma. Te lo digo yo.



    Los personajes costumbristas de los años cincuenta que tanto me han revalorado mis lectores ¿serán los últimos tipos de la literatura costumbrista? Lo digo porque estamos asistiendo al canto de cisne de este tipo de literatura. Y puede que a los compases finales de la propia literatura, arrebatada por la cultura exultante e insultante de la imagen. A los clasificadores del pasado –los historiadores a granel de las universidades españolas nada les importan los personajes típicos que aderezaban pueblos y tiempos, de valores imprecisos y simplemente literarios. Simplemente. Ellos son clasificadores elitistas.  



     Quizás tengamos que admitir en esta noche de las nostalgias, que nosotros, los que vamos en la barca de las letras, hayamos sido los últimos en darnos cuenta de nuestro propio naufragio: ya no se lee. Puedo machacar este papel, dale que dale, sea bueno o malo lo que diga, para arriba o para abajo, en cursiva o en mayúscula, que no pasa nada. Sólo pasa, pasa.



     Las revistas se ojean y hojean, no se leen. Así es que en esta noche oscura de los recuerdos níveos, edulcorada amablemente con la presencia familiar, en esta noche de perplejas verdades, de evidencias irreversibles, hemos de asumir que, nosotros, los que miramos atrás rescatando tipos y circunstancias, estamos siendo, sin saberlo, los últimos personajes costumbristas de esta fauna, quienes ya nunca seremos redimidos por pluma alguna. La literatura boquea, se muere.   



     Así es que yo quiero en lo que me queda de noche seguir remando de por libre en las aguas de mis recuerdos de las cuatro jornadas extintas.



     Veo a don Manuel Cervantes, sacerdote menudo, pulular por los pasillos de la cárcel cerca de los condenados a muerte por si hubiera de prestar algún servicio y recibir, por el contrario, el insulto grueso de la voz enrejada: ¡Vete de aquí cucaracha, pájaro de mal agüero! Es el cura de la calle Mayor que sonreía cuando rodaba como bola negra y pesada por el zócalo de la fachada de El Hospitalillo, de donde era capellán.Y bajaba por los soportales El Liguerín, chasqueante, con camisa blanca y sombrero andaluz cantando aquella de   Ay qué pena me das, Esperanza por Dios…. Y el cojitranco Perdices, agarrado al carrillo del Servicio Municipal de Saneamientos, desatrancaba con su eructo bestial toda la calle Mayor de un golpe. Y los carros de Intendencia y de Sementales, tirados por soberbios percherones echaban chispas sobre el sonoro empedrado de Úrsulas y de la calle del Gallo. Y los paseos vespertinos de la ciudad inundada de caqui. Y los jesuitas de fajín negro, en cuyo recreo desperdigaban su hormiguero del Campo del Ángel por la anatomía social de la ciudad.



     Y las ‘pitulinas’ de la casa de La Chata, todavía en Carmen Descalzo, eran personas formales, no vayan ustedes a creer. Porque ellas nunca salían fuera de la barra, eran camareras serias y profesionales, que, llegado el momento, recibían una chapa para un servicio. Entonces era cuando la Paca, la palanganera, corría con el agua caliente, fervorosa de las higienes primeras de aquellos tiempos prehistóricos en los que todavía no había llegado a Alcalá ni Roca ni Gal.



     Veo una foto fija del recreo de los alumnos del Loyola, aquella escuela que dirigían el Padre Llanos y el Padre Prieto en la que hoy se llama ‘casa de Garcés’ y que antes había sido fábrica de fideos. Los alumnos del Loyola tenían por recreo la plaza de Palacio. El final del recreo tenía dos toques de silbato. En el primero, los alumnos quedaban tal y como les sorprendía el pito: uno con la pierna levantada, el otro limpiándose los mocos con la manga... Era una foto virtual en movimiento, pero era foto en parada seca, la escenificación del movimiento. El segundo golpe de silbato les devolvía al movimiento continuo. Era la magia de la docencia jesuítica.

      

     Todo lo cual te vengo a decir en esta noche oscura de inquietos luceros, de inquietos ardores, de inquietos aromas.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 26.12.2015