lunes, 12 de noviembre de 2012

Mueren los hijos de la noche

     Ahora nos devuelven sin vida los hijos de la noche. Ahora tocamos su noche fría y sin remedio. Son sucesores miméticos de los que les precedieron y estaban en la línea normalizada de lo corriente, piensan los hijos que piden la noche. No hay que hacer aspavientos por ello, no hay que ser antiguo, nos dicen. Pero las madres de los hijos de la noche siempre durmieron su desasosiego con el tufo de que la noche podía romperse en cualquier momento. Y los cínicos mentirosos que niegan la evidencia más empírica nos siguen echando en cara que “aquí nada se rompe: ni se rompe España, ni se rompe la noche, ni se rompe la calle, ni se rompe la lengua…”

     Ahora nos devuelven sin vida los hijos de la noche, continuadores pacíficos de los que hace veinticinco años hicieron la revolución de la noche, una revolución que ningún ‘largo caballero’ trajo de las rusias bolcheviques. Fueron caballeritos largos que se enfrentaron a los padres desde las trincheras de los hogares y exigieron la noche para ellos. La democracia de los tuteos a profesores, la indisciplina de las aulas trajo la pérdida de la autoridad a todos los niveles. La autoridad se resquebrajó porque era una mueca franquista, nos decían. Y la deserción de padres, educadores, juristas y políticos les abrió el abismo de la noche franca sin hora de retorno. Los ‘erasmus’ y viajeros europeos o americanos se siguen quedando ojipláticos de la joven y bestial noche española.

     Ahora nos devuelven sin vida nuestros hijos de la noche. No fueron a ninguna guerra ni conquista, ni a misiones arriesgadas de piratas o ‘alqaedas’. Fueron a la noche más imbécil que les dimos, la noche consentida de todos los padres ‘democráticos’, la noche sin autocrítica de nuestra cultura desertora y entreguista, la noche estúpida de la incomunicación verbal, función que clasifica al hombre, la noche brutal de los decibelios y el alcohol, la noche agresiva contra los tímpanos y los hígados, la noche de las rayas que  les dejan lívidos, la noche que duerme el día de su sol oculto.  

     Ahora nos devuelven sin vida los hijos de la noche, que no son los primeros, los hijos vivos y muertos que hicieron travesías olvidadas sobre las frágiles pateras de la noche profunda, no exenta de roquedos y oleajes. Es la noche que hubimos de entregar a una generación insolente, es la noche perdida que vale más que la cesión de Cuba, Nápoles o Gibraltar juntos, y no lo sabíamos.

     Ahora nos devuelven sin vida los hijos de la noche, nos devuelven sin vida las hijas débiles de la avalancha, nos devuelven las niñas rotas del embotellamiento. Era la noche donde a las damas ya no se les cede el paso. Era la noche enamorada del caballero seductor don Juan Tenorio, donde la noche bastarda española nos pisoteó hasta la muerte a la Inés del alma mía, envuelta en la prosa más sucia y horrísona.
    
     Todos llegamos tarde al siniestro de la noche cedida: padres, legisladores, fiscales, educadores, políticos, y ni ellos ni las noventa cámaras de seguridad del Madrid Arena devolverán la alta vida a la cancha del juego más rastrero.    

     Fueron soberanos de la noche y sólo nos dejaron tocar su noche fría y sin aliento. Y ahora lloramos el cuerpo irreconocible de nuestra permisividad. Ay, nena nenita nena.

     Alguien me dijo que con las muñecas rotas no se juega. Y me callé.

                                                          José César Álvarez
                                                          www.josecesaralvarez.com




                   


“Era la noche enamorada del caballero seductor don Juan Tenorio, donde la noche bastarda española pisoteó hasta la muerte a la Inés del alma mía”








        

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