viernes, 27 de diciembre de 2013


Altos y bajos de las ‘alcalás’ que son

     ‘Alcalá’ es palabra árabe que quiere decir ‘el castillo’. Los españoles expulsamos a los moros de España, pero les dimos amnistía a sus nombres y topónimos. Por eso hay catorce pueblos con el nombre de Alcalá. Las ‘alcalás’ empezaron en un alto defensivo y desde allí rodaron al llano de su cotidianidad, ya sin los vértigos de sus bajadas ni las taquicardias de sus remontes. Rodaron alcalaínos, alcalareños, alcalaeños y alcalaeros. Que en los gentilicios que se dieron ya difieren los de un Alcalá u otro.

     Los de ALCALÁ  LA  REAL, de Jaén, son alcalaínos, y su alto se denomina La Mota y sus bajos El Llanillo. El castillo y la Colegiat están encaramados en el alto que flanqueaba los accesos a Granada. Ya no hay nada que defender y los del Llanillo miran hacia arriba su altiva monumentalidad colgada.

     Mari Carmen Aguilera es una maestra que del Llanillo de Alcalá la Real fue a dar sus clases a un colegio público de Alcalá de Henares, y que en las fiestas navideñas de ahora se vuelve a la Real. Es una doble alcalaína de viene y va como la Nochebuena, y tiene allí su casa familiar, cerca de  la calle Bordador, que es la calle de Martínez Montañés, el genial imaginero de la Escuela Sevillana al que relacionaron con la autoría del Cristo Universitario de los Doctrinos de Alcalá de Henares. Pero la insistencia en la autoría de Domingo Beltrán de Otazu, discípulo de Miguel Ángel, se ha impuesto. Por lo que el Cristo de las serenidades complutenses sevillanas se ha alejado de esa condición de doble alcalaíno, como la que ostenta indiscutiblemente Mari Carmen del Llanillo.           

     ALCALÁ DE GUADAIRA a quince quilómetros de Sevilla, fija su altura en las almenas de su fortaleza almohade sobre la plataforma mesetaria de Los Alcores. Pero las altas almenas de sus conquistas sociales tampoco sirvieron para defender  a los que abajo pudieron llegar a morirse por intoxicación. Tres alcalareños, que no alcalaínos –padre, madre e hija–, han desplegado por todo el país su muerte prenavideña como negros adalides de una mesa precaria y de una anunciada navidad pobre de turrones caducados. El río Guadaira, que desde hace poco es Guadaíra, llora inerme en la depresión de Los Alcores su inevitable pendiente de fluídas resignaciones.

 

Castillo almohade de Alcalá de Guadaíra, donde las altas almenas de sus conquistas sociales no sirvieron para defender  a los tres alcalareños que abajo murieron por intoxicación, como un anuncio prenavideño de mesa pobre.


 
     Los alcalaeros de ALCALÁ DE LA SELVA  de Teruel siguen colgados  en un picacho de la sierra de Gúdar, a 1404 metros de altitud. Ocupan una ladera del monte, con calles tortuosamente empinadas. Ellos siguen siendo fieles al alma empinada de todas las ‘alcalás’ que fueron. A su castillo subió O’Donnell en 1840 para expulsar a los carlistas allí fortificados durante cinco años. Abajo, al pie de un peñasco transcurre ruidoso el río Valbona.

          Los de ALCALÁ DE HENARES se llaman alcalaínos y su alto se llamaba Qal’at’Abd al Salam, que ahora dicen Alcalá la Vieja, los vestigios de una ciudadela musulmana situada en el cerro del Ecce Homo, cuya torre albarrana, al otro lado del río, se mantiene en pie. Su muralla tuvo ocho torreones, con restos de tres de ellos, así como de sus silos y aljibe. Su llano fue santiustino, de su denominación Alcalá de Santiuste, debido a que la población se extendió en torno al templo de las reliquias de los Santos Justo y Pastor. Pero la denominación de Alcalá, la de los montes, rodó al llano de manera preeminente. Ese llano pudo ser Santiuste, pero sólo lo fue apelativamente.
 


 La torre albarrana de los vestigios de Alcalá la Vieja, cuya denominación árabe rodó desde el cerro del Ecce Homo para imponerse sobre el llano santiustino.


          Este llano santiustino era un valle de charcas y humedales, al que San Vicente Ferrer, de paso, hizo referencia cuando vino a misionar aquí, increpando a la villa de esta manera: “¡Puteum iniquitatis!”, pozo de ignominia. Los santiustinos que lo pudieron ser no se ponían nerviosos, y, poco a poco, calmosamente, fueron taponando de escombro el canal de inmundicias de la plaza del Mercado, hoy de Cervantes, muladar de ignominia maloliente que serpenteaba por la abertura de la hoy calle Trinidad para buscar el río.

     Los alcalaínos de Alcalá de Henares tienen hoy una plaza que no la conocería ni San Vicente Ferrer que volviera. Delante de la escultura que hicieron a un alcalaíno, que no alcalareño, colocaron cuatro terreros de jardín como cuatro huertos de rosales. Y a la espalda de la estatua dos terreros mayores como huertas de flores de colores. Lo cual reduce considerablemente la capacidad de su hermosa plaza, ahora atascada de zoco navideño, y tenderetes de fiesta, de pista de hielo y de tren infantil, lo que reduce la movilidad y maniobra los andantes y usuarios. Resulta una plaza incómoda y atestada. Pero nadie de estos alcalaínos se ha decidido a eliminar definitivamente algún terrero para buscar la comodidad perdida hace tiempo en su plaza.

     Los alcalaínos de Alcalá de Henares no han podido extirpar la humedad de los bajos de sus casas, pero taponaron hace tiempo sus aguas malsanas, y hoy se jactan de la vista de su plaza aunque no quepan. Han sido, en verdad, muchos siglos de ignominia, alineada y pingante, que ahora quieren compensar con la alineación constante y perfumada de sus crecidos rosales. Es la historia secreta de su llano.


NOMBRES DE ‘ALCALÁ’, Provincia, gentilicio
Poblaciones de España:
Alcalá de Henares, Madrid, complutense o alcalaíno.
Alcalá de Chivert, Castellón, chivertense o alcalaíno.
Alcalá de Ebro, Zaragoza, alcalaíno.
Alcalá de Guadaíra, Sevilla, alcalareño o panadero.
Alcalá de Gurrea, Huesca, alcalaíno.
Alcalá de Moncayo,  Zaragoza, alcalaíno o alcalero.
Alcalá del Júcar, Albacete, alcalaeño.
Alcalá del Río, Sevilla, alcalareño.
Alcalá del Valle, Cádiz, alcalareño.
Alcalá de la Selva, Teruel, alcalaero.
Alcalá de la Vega, Cuenca, alcaleño.
Alcalá de los Gazules, Cádiz, alcalaíno.
Alcalá la Real, Jaén, alcalaíno.
Alcalá, pedanía de Guía de Isora, Tenerife, alcalanero.
De Colombia:
  • Alcalá , en el Valle del Cauca, alcalaíno.
De Filipinas:
  • Alcalá de Cagayán.
  • Alcalá de Pangasinán.


 
                              José César Álvarez                                                                                                 www.josecesaralvarez.com

martes, 24 de diciembre de 2013



Tres autores de tres letras del Himno Nacional: Ventura de la Vega, Jon Juaristi y Miguel Ángel Gómez Sedano. Entre la primera letra de Ventura de 1943 y la última del alcalaíno Sedano, de 2013, van 170 años de letras oficiosas. Es un hambre de letra que no ha sido saciada todavía por ningún gobernante.




Sobre el Himno Nacional
2) El hambre de letra

     España juntamente con San Marino carecen de letra oficial en su himno. A la España donde no se ponía el sol ni sus literatos, nadie le ha puesto esa letra cantada al viento. Hoy día, el déficit acumulado de letra oficial del Himno Nacional ha propiciado que los españolitos escribamos letras del himno por los rincones y que en las ocasiones incontenibles se tarareen sus compases en sonora anarquía, permitiendose así su profanación. Ninguno de nuestros gobernantes ha sabido todavía saciar la sed de letra de este pueblo. Lo intentó Aznar y no le dejaron.

     Hay quien dice, por otro lado, que la última versión musical del Himno, el que fue orquestado por Grau y es oficial desde 1997, es digno y marcial, queda muy bien sin letra y representa la solemnidad y austeridad escurialense, la ascética del alma española. Llegan a decir que la letra lo envilece, le hace falible y temporal. La música sola sobrevuela los tiempos, es universal. Esta última teoría me parece intelectual y minoritaria y como una solución a la incapacidad para el consenso. Limitarse a oír la música en actos especiales de aglomeración obliga a una pasividad del ánimo y tapona el desahogo efervescente. La ausencia de letra aborta el fin enardecedor de todo himno. Un himno sin letra es una contradicción, un espejismo.
 
     La primera letra de la entonces llamada Marcha Real, hoy Himno Nacional, se debe a Ventura de la Vega en 1843, pudo seguirle la versión carlista que conocemos, y después las cuatro recias versiones de monseñor Zacarías Vizcarra y la más floja de Eduardo Marquina de 1927. Le sigue la ya conocida de José María Pemán, de 1928, la más cantada, cuya primera estrofa ya publicamos aquí, levemente corregida durante la Guerra Civil. Llegamos así a nuestros días con el intento fallido del presidente Aznar, pese a la versión conjunta de autores de extracción plural como Jon Juaristi, Luis Alberto de Cuenca, Abelardo Linares y Ramiro Fonte, que eligen y matizan la del primero, la cual hoy remonta su dulce vuelo de alas cortadas. Viene después el Concurso fallido de letra promovido por el Comité Olímpico Español, a través de la SGAE, con la letra elegida de Paulino Cubero. Se conoce también una letra de Joaquín Sabina, escrita en 2007, presentada por ‘Ciudadans de Catalunya’ en noviembre de 2012. Y la más reciente, la del alcalaíno Ángel Gómez Sedano, grabada por un tenor lírico. Y hasta el mismo que suscribe compuso hace tiempo una letra, cuya experiencia nos sirve ahora para abordar el análisis y dificultad de la letra de nuestro Himno Nacional.

     Lo primero que tenemos que saber es a qué ponemos letra. Porque aquí es donde los autores se dispersan. Unos, los menos, han puesto letra a la música del himno íntegro, que consta de tres estrofas  con ‘bis’ de las dos partes de cada estrofa. Otros han elegido dos estrofas sin ‘bis’; otros, una sola estrofa con el ‘bis’ musical de sus dos partes; otros hacen ‘bis’ de letra y música de la segunda parte, etc. Analizo ahora tres letras de distinto formato:

1)    Versión de Juaristi.

     Son dos estrofas con el ‘bis’ de letra y música de las segundas partes. No sigue el modelo de la silva hallada por Pemán con versos finales en sílaba tónica y, al partir los largos endecasílabos de referencia, obtiene la gracia de la rima del verso corto con un ligero trastoque de notas-sílaba del original. Esa rima del verso corto es su genial aportación. El resultado es fascinante. La versión musical pierde la marcialidad a favor de la dulzura de un aire seductor, alcanzado por el encanto de sus distintas mujeres intérpretes. Resulta así un remedo ‘light’, aunque grato, de la solemnidad oficial que se diluye. Esta es la letra ‘plural’:

Canta, España,/ Y al viento de los pueblos lanza tu cantar:/ Hora es de recordar /
Que alas de lino / Te abrieron camino / De un confín al otro del inmenso mar.

Patria mía / Que guardas la alegría de la antigua edad: / Florezca en tu heredad,
Al sol de Europa / Alzada la copa, / El árbol sagrado de la Libertad.

2)    Versión de Paulino Cubero (Comité Olímpico)

     Elige como modelo el de una estrofa con bis de las partes de la estrofa sin que en las bases del Concurso se fijara modelo. Esta fue la letra ganadora:

     ¡Viva España! / Cantemos todos juntos /con distinta voz / y un solo corazón
 ¡Viva España! /desde los verdes valles / al inmenso mar, / un himno de hermandad
         
      Ama a la patria / pues sabe abrazar, / bajo su cielo azul, / pueblos en libertad.
Gloria a los hijos / que a la Historia dan / justicia y grandeza / democracia y paz.

     Algo esencial a la hora de fijar una letra a una música es que las partes fuertes musicales deben coincidir con sílabas tónicas, de lo contrario se produce un desajuste de acentos. Es lo que ocurre deliberadamente en esa famosa canción de Raphael: “EscanDAlo, es un escandaLÓ”, donde nunca se dice esCÁNdalo. Pues bien, en esta letra, al final, anoto hasta cinco dobles escandalosos desajustes acentuales que lo hacen incantable en algunos momentos. (En Juaristi había un solo desajuste en “hora”) Esto en cuanto a la forma. En cuanto a la calidad literaria, ustedes mismos. Ese fondo de saco de nombres abstractos no parece lo más adecuado.

3)    Versión de Miguel Ángel Gómez Sedano

      El autor alcalaíno retoma en su reciente versión grabada la solemnidad perdida por Juaristi, de quien sin embargo toma el verso corto, y es enmendada por la dignidad lírica de ‘su’ tenor (www.sueñaespaña.es) Su recuperación es tan integral que arrima la letra a la entera partitura del Himno. Esto tiene una ventaja y muchos inconvenientes. Nos explicamos. El Himno íntegro consta de tres estrofas de igual factura: la primera y la tercera son vibrantes, y la segunda, la de en medio es una quinta tonal más baja que las otras dos. El intervalo o escalón tonal es tan bárbaro que no vale para ser cantada por el pueblo, sino para una audición de una voz de especial registro. Pero la ventaja que tiene es que asistes al momento emocional más intenso del himno, que, para mí, es el contraste emotivo, de reiteración evocativa de la segunda estrofa, que coincide al mismo tiempo con el momento más inspirado de la letra de Gómez Sedano:

      Roja y oro, / amada piel de toro, / puro manantial / de lengua universal.              Valles, montes / de hermosos horizontes / patria sin igual / que abraza nuestro mar.
     Pueblos hermanos / y un fiel soberano / forman la Nación / y su Constitución.Héroes de hazañas / de muchas Españas, / donde alcance el sol / suspira un español.

      Y para finalizar, si me lo permiten, les ofrezco la letra que yo mismo escribí hace años, tomando como modelo la silva de Pemán, pero haciendo ‘bis’ de las partes, no de la estrofa como hizo el gaditano. Hablo principalmente de la forma, que de gustos, dicen, nada hay escrito.

     Canto a España, que es piel / de toro y tierra brava del honor, / un sol que yo heredé. ¡Madre España! Se ven / por tu bandera ríos de pasión, / de oro el corazón.
     Diste tu lengua y tu sangre y tu fe / al mundo que a tu andar / se duplicó a tus pies. Juntos tus hijos, / con paso tenaz, / tras cumbre y sed vencer,  / el cielo han de tocar.
                                                     José César Álvarez
                                                     Puerta de Madrid, 21-12-2013

lunes, 2 de diciembre de 2013





ARPA, el arpegio ascendente

           ARPA es, como saben, la Asociación para la Recuperación del Palacio Arzobispal, no es, pues, una asociación de abstractos vaporosos o de intenciones difusas. No; es algo concreto de palabras que dicen sin escapatoria, como es montar piedras y artesonados, esculpir y tallar, descubrir planos y cubrirlos. Es una acción hercúlea que unos alcalaínos han decidido arrostrar ante la admiración indisimulada y espontánea de todo aquel que se siente alcalaíno.

     Se trata de recuperar el primer monumento artístico e histórico de una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad. Esta sabrosa manzana es de mayor calibre que la manzana universitaria de los Condueños, colocada en el frontispicio de las gestas locales, en la épica gloriosa de los grandes logros de la ciudad. Pero ahora, esta manzana que se nos presenta, la del Palacio, es, sin embargo, más difícil de alcanzar y de hincarle el diente. Esta manzana tiene ya dueños y condueños, pero está huera. Y la tersura que cubrirá su vacío es única.

     Esa tersura especial, su grandeza perdida le vino de Toledo. Ocho siglos en el ámbito prelaticio de Toledo deja la huella histórica y patrimonial que sólo el fuego pudo borrar. Se trata de recuperar la condensación espiritual y artística que nos dejaron, piedra a piedra, arzobispo a Arzobispo, siglo a siglo, los Señores de Alcalá que al mismo tiempo eran Arzobispos de Toledo. Estamos hablando del Palacio Alcalaíno joya del Renacimiento,  la Alambra Católica, la filigrana de estucos y yeserías, la cantería inaudita de la escalera  de Covarrubias, el bosque columnado de 78 fustes con balaustrada gótica del patio de Fonseca, el Salón de Concilios, las Cortes del Ordenamiento de Alcalá, el paradero de Reyes y paridera de Reinas, la Sala de Audiencia Real, el alumbramiento colombino de Isabel, el capricho de los cardenales Fonseca y Tavera, de los maestros artífices Segredo, Machuca, Covarrubias, Diego de Siloé…


Escalera de Covarrubias


     Todo este enorme fardo que pesaba en el olvido de los baúles de la nostalgia alcalaína, ha sido sacudido. Ya no hay rostros compungidos del recuerdo y la añoranza. Los alcalaínos de ARPA han marcado la direcciòn a seguir. Han saltado al plano real y han paseado virtualmente por su propio palacio. Es una manera realista de tomar posesión. Todo lo que de ahora en adelante suceda, ha de suceder en el plano real elegido. Ya vendrán después los proyectos y presupuestos, el asalto a los fondos y, sobre todo, a la normativa puritana de recuperación del Patrimonio, por la que los criterios de recuperación de Varsovia, Leipzig o Dubrovnik, pongo por caso, no llegan a ser acogidos en nuestro suelo con igual trato, aunque con clamorosas excepciones como la Aljafería de Zaragoza. En el severo tribunal de nuestro Patrimonio se silban las falsías y se imponen en exclusiva los criterios de estricta autenticidad sobre otros méritos históricos o estéticos.

      Es ARPA un arpegio ascendente de sonidos claros, nítidos, una movida de manos ágiles, limpias y virtuosas, que no pretenden engañar a nadie. Es ARPA un acrónimo de canterías concretas y esplendentes, es un arpegio que no lleva bemoles de melancolías pretéritas, sino esperanzas de glorias perdidas.



 Puerta del claustro
 

 Un recuerdo vivo del Palacio Arzobispal es la descripción que en ‘Recuerdos Complutenses (introducción, transcripción y notas de Julián Martín Abad, BROCAR abc) nos testimonia su autor Luis María de Barcia, que habitó el Palacio (entonces Archivo General Central) como archivero en distintos períodos de los años sesenta y setenta del siglo XIX:

     Los Arzobispos de Toledo de la buena época (dando por buena la en que tenían dinero y poder largo), se labraron en Alcalá un magnífico palaciote, artístico y pintoresco como el que más. En un extremo de la población, aislado, con extenso campo cercado de murallas flanqueadas de torreones, tiene sus sombras y lejos de Vaticano. Hay en él hileras de salones con suntuosos artesonados; gran patio claustrado, joya del estilo plateresco; escalera que más que de blanco mármol se tendría de repujada platería; galería abierta a lo largo de resguardados jardines, ornadas con templetes sobre fuentes, cuyo apacible murmullo es lo único que rompe el silencio; torrecillas angulares, escaleras reservadas, misteriosos corredores, terrazas, alicatados, grutescos… Cuanto requiere, en fin, el más rebuscado palacio de leyenda.

     Mas pasaron los Tenorios y Taveras, y sus sucesores vinieron a tan menos que no ya para levantar tan regios alcázares, sino que aun para retejarlos estaban. El de Alcalá caminaba a su ruina, y a ella habría llegado a estas fechas, si el célebre Padre Cirilo no se hubiera avenido a cederlo al Gobierno para establecer en él un Archivo General. Cediólo el buen Arzobispo como pudo, reservando por supuesto para la mitra la enterísima propiedad del edificio, y para sí y sus sucesores el enterísimo derecho de ocuparlo cuando bien les pareciera, con sólo la condición, poca cosa, de reintegrar al Gobierno los gastos que en él hubiera hecho; en señal de lo cual se habían de respetar y mantener ‘in perpetuum’ los escudos episcopales que, grandes y chicos, platerescos y barrocos, en piedra, metal, madera y escayola, campean desde el más alto muro al más ruin postigo. Item más reservaba el Obispo para su uso ciertos salones y un jardín; y para nido y huronera de notarios y demás gente de pluma, si (es que) no de garra eclesiástica, unas piezas de la planta baja. Cerróse el contrato, y pudieron los Arzobispos despedirse de su palacio complutense hasta el día del juicio. Empezaron las obras por el Gobierno: gastaron largo, respetando como reliquia escudos y sombreretes. Decerrajaron (sic) a miles sobre los reparados salones seras de legajos; y para éstos y meterlos en costuras enviaron gente recién salida de la recién fundada Escuela de Diplomática.

     Angel María de Barcia, nuestro comunicante archivero, cordobés, reputado pintor y pionero fotógrafo de la ciudad, desgraciadamente, no fue profeta en Alcalá. El Estado, que él llama Gobierno, no ocuparía el palacio hasta el día del juicio. En 1885 la propiedad pasaría a la nueva Diócesis de Madrid-Alcalá, y el perverso fuego de 1939 allanaría los contratos subrogados y la suma de las obras realizadas. En 1943 la Iglesia recibió su Palacio mucho peor que lo había entregado, destruido.

     Hasta que ha llegado el arpegio ascendente de ARPA, la fe que mueve palacios.

                                                         José César Álvarez
                                                         Puerta de Madrid, 30.11.2013

domingo, 24 de noviembre de 2013

El tormentoso diálogo de Azaña y Cisneros





Manuel Azaña





Cardenal Cisneros


     Alcalá tiene duende. Los alcalaínos que lo son  saben que sus estatuas encantadas hacen tertulia en las noches frías, cuando el personal deserta de sus calles y plazas. En este noviembre de boca de lobo en el que murió el Cardenal Cisneros y en el que han reabierto el corazón de su Capilla, para dejar de serlo, su nombre ha revenido con fuerza. Desde un lugar secreto hemos logrado captar este borrascoso diálogo:

     —A usted se le conoce mal históricamente –dijo Manuel Azaña dirigiéndose al Cardenal Cisneros—, pero recuerdo de usted dos breves descripciones de personas que le conocieron.  De usted dijo Pedro Mártir de Anglería en sus ‘Epístolas’ que era “de facie obducta”, que debe ser algo así como un facha en acción, o mejor, tó p’alante como las mulas de Torrelaguna. Y Diego Hurtado de Mendoza, que fue miembro del Consejo de Regencia  que usted presidió, dijo de usted que era “armígero y aun desasosegado”, es decir, ‘un guerrero y un nervioso’. Y ahora lo estoy comprobando.
    
     —Usted no sabe latín —le contestó paciente Cisneros—, y quiere convertir en insulto los elogios. Esas palabras quieren decir de mí que fui ‘un tipo hacia delante’, un ‘lanzado’, primero, lo cual tiene que ver con cierto gesto físico mío, como volcado hacia delante. Y lo segundo quiere decir que fui un ‘luchador y un impaciente”. Otros me llamaron “galga”. Usted ahora me llama ‘mula’. Pero lo que respecta a mi persona, no me afecta, ni discuto. No entro en cuestiones de honor. Dichas alusiones hacen mención a mi condición de andariego que deja huella en el cuerpo. Yo fui hombre de zancada larga y rápida. Yo conocí Castilla y Aragón a zancada limpia. En Torrelaguna, de niño, aprendí a moverme por las Calerizas, las laderas cercanas de monte de encina y chaparro. De allí fui a Salamanca a pie en muchas ocasiones. Y a mis veinte años marché a Roma a pie, asaltado en los caminos con peligro de la vida. Es muy distinta la perspectiva de España, de ganarla a pie o de mirarla desde los reflejos de las lunas de su ‘Mercedes’ oficial. Claro que hay diferencia entre mi España y la suya.
   
      —Pero, ¿de qué me puede acusar usted? —le interpelaba el orador republicano con voz gruesa—. Usted ejerció el poder desde su fundamentalismo catolicista y hasta presidió el Tribunal de la Inquisición. Unió el poder civil y religioso. Usted no tiene nada que ver conmigo, pertenece al período auriñacense. ¡Cuántas campañas llevadas a cabo en el nombre de Dios! Usted no ha conocido la democracia ni por el forro.
   
      —Eso de la democracia está muy bien. Se ha podido hacer ahora que hay formación e información. Ello no supuso ningún demérito. Mis tiempos son los que son y los que tuvieron que ser. Peor es no haber conocido el carácter con el que todo hombre de Estado debe ejercer su función de gobierno. A usted que tanto le gustó bucear en el carácter nacional, que si los túrdulos, ilergetes o arévacos, que “si nadie nos hubiera empujado con dulce violencia seguiríamos cantando y bailando sobre un cerro en las noches de plenilunio”, usted, sin embargo, no ha tenido carácter de gobernante, no ha sabido empujar y menos dulcemente. Usted sólo demostró carácter en su fiera aversión al clero y al ejército. Y eso no fue carácter, fue odio. Tener carácter no es ser malencarado ni tirano. Tener carácter es firmeza, vigor y rigor, disposición, autoridad. Y sin autoridad se puede desmoronar un sistema, usted lo sabe. La democracia ha diluído la autoridad de padres, maestros, policías, gobernantes.
   
      —Si a usted le dejáramos —le replicó Azaña— nos montaría hoy un Auto de fe como el de Bib-Rambla, que es el nombre de una plaza de Granada, donde usted mandó quemar la librería de La Madraza, la universidad islámica de Granada, más de cuatro mil volúmenes entre libros coránicos, opúsculos y manuscritos. Usted ultrajó así la cultura del pueblo árabe. Sin embargo, los libros de Medicina se los apropió y los transportó a su Universidad, la que aquí fundó.
   
      —No juzgue lo que ignora en su contexto. No hable sólo de un lado. Cuando conquistamos Granada, no se fue Boabdil llorando fuera de España, como la gente cree, sino que se fue a La Alpujarra, allí cerquita, bajo unas condiciones que pronto fueron burladas. Usted resulta como mínimo ambiguo: ataca nuestra religión y defiende la vecina. Es muy corriente. Nuestros principios y fines eran claros. De aquella librería abandonada durante años, hice una selección que trasladé con mimo hasta aquí, hasta mi Universidad, donde habría de valerme para la obra de mi Biblia Políglota Complutense. En todo caso los libros islámicos, que no árabes, que se quemaron, es cantidad mínima comparada con la acción devastadora de su incendiaria República. Usted quemó la cultura española. Pero es que hay una diferencia fundamental entre lo suyo y lo mío. Mientras nosotros luchábamos por la unidad de España que inexorablemente pasaba por la unidad religiosa, ustedes estaban en el odio irracional contra la Iglesia Católica, que pasaba por quemar la propia España.
  
     —Usted sabe que eso repugna a mi sensibilidad. Yo no quemé nada y, sin embargo, no abdico de las responsabilidades de mi cargo. He pedido a gritos Paz, Piedad, Perdón —dijo Azaña—. Pero su palabra es incendiaria . Cuando le visitaron los nobles en el palacio Arzobispal de Alcalá, molestos contra usted porque lesionaba sus intereses. Le vinieron a decir que quién era usted, que si sabía que era un advenedizo, un regente. Entonces, usted abrió el balcón de la estancia, que daba al patio de Armas, y con su dedo inquisitorial les señaló los cañones diciendo: “Estos son mis poderes”. Y ¿ese es el carácter que quiere legarnos a los gobernantes que le sucedimos? ¿Dónde su capacidad diplomática, sus dotes de persuasión, su tolerancia como servidor de un Dios misericordioso? Le diré una cosa, señor fraile: de sus tiempos a los míos hay una progresión de la cultura. Y la cultura habría fracasado en su recorrido si no hubiera conseguido la dulcificación del carácter. Muy atrás quedaron los corsarios y los cruzados. Entre usted y yo sí existe un enorme salto, hay un abismo cultural. Esa es la diferencia. Por eso nos morimos, porque la cultura que viene nos ahoga. Usted no puede lamentarse de ‘su’ Capilla, donde le han desahuciado los rezos y le han inundado su espacio franciscano de oros restallantes. Esa es la cultura de hoy y usted lleva muerto quinientos años.
    
     —Usted pretende confundirme, señor Notario —dijo el fraile sin rebullir—, y doy fe de su sofisma. El carácter va en la naturaleza, se tiene o no se tiene, pero no se reduce. Se dulcifican culturalmente las maneras, pero no el carácter, que está en relacción con las convicciones. Nosotros hablamos claro en nuestro tiempo. No había lugar a los equívocos ni tibiezas. Sepa usted que mis tiempos están en la base de su cultura. La cultura no ahoga, se cimenta, va en las raíces. La cultura es cultivo. Estábamos vertebrando España y lo sabíamos. Se puede vertebrar España con carácter y se la puede desvertebrar sin él. Esa es la diferencia. Y. sin embargo, usé de la diplomacia, por supuesto, en cuantiosos asuntos de Estado. Hube de pisar de puntillas para que no se rompiera la frágil España que nacía. Pero el carácter era indomeñable, era cuestión de tacto. Me extralimitaba en mis funciones de gobierno, tanto era lo que quedaba por hacer, pero hasta el justo límite donde mi Reina Católica no se ofendiera ni recelara. Ella me entendía, ella me dio lastre. Cuando mi Reina Católica se rompió, se pudo romper España. Hube de recibir con calor a Felipe, desde Flandes, e igual calor enviarle a Fernando, en Aragón o en Italia. Los dos me necesitaban, a los dos necesitaba. Se rompió Felipe y se pudo romper España. Y ahora ¿quién le sucede, quién se pone al frente de Castilla? ¿Juana, desequilibrada, o Fernando, su padre?  Cualquiera de las soluciones hubiera traído grandes males, por los partidarios de un lado y otro. Cuando se rompió Felipe me puse yo. Y cuando se rompió Fernando el Católico se pudo romper otra vez España. Hablaban de Fernando, su nieto alcalaíno, como rey de Aragón. Me puse yo. Y cuando por el norte de España, de entre las olas cántabras, se asomaba Carlos como heredero, al fin, de España, me puse en viaje para recibirle con mi calor octogenario. Pero yo me rompí en Roa, y España se rompió en una guerra civil que mi diplomacia ya no pudo evitar.
        
                                                                  José César Álvarez
                                                                  www.josecesaralvarez.com
                                                               Puerta de Madrid, 30.11.2013

jueves, 14 de noviembre de 2013

El prólogo de las Novelas Ejemplares (1613)




     Estamos celebrando el cuarto centenario de la publicación de las Novelas Ejemplares de nuestro paisano predilecto Miguel de Cervantes. En el ‘Spam’ de mi ‘blog’,  alguien ha querido aguarme la fiesta. Un ‘cervantista leonés’, de esos que sudan tinta por hacerse con Cervantes, me ha dejado un mensaje. Me dice que el famoso ‘Prólogo’ de las NE, el del vocativo “lector amantísimo”, no lleva fecha porque le corresponde la misma de la dedicatoria al Conde de Lemos, 14 de julio, de 1613. Como en dicho ‘prólogo’ el autor expresa su edad, se pone de manifiesto –me dice– que ese no es el Cervantes alcalaíno. 

     Hay quienes se enojan conmigo cuando contesto a los ‘leoneses’. ¿Por qué? ¿Es que hay algún peligro? Me he abstenido cuando pretenden llevarte a la maleza de su monte, pero, así, a campo abierto, no tengo inconveniente. Creo, por el contrario, que hay mucho que explicar. Y a ello vamos.  

     Es el ‘Prólogo’ de las NE el texto no novelado que más información nos ofrece sobre la persona de Cervantes. Una de ellas, la que ahora nos ocupa, es la edad que dice tener al escribirlo y que su autor expresa de la siguiente manera.

Mi edad no está ya para burlarse de la otra vida, que a los cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano.

     Lo cual parece que dice como un jeroglífico, pero no, está aludiendo al juego de naipes de ‘el mazo’, en cuya primera  suerte el seis, el siete y el as de un palo hacían ‘el mazo’ que valía 55 puntos, y 55, por tanto, era la edad del mazo.

     Nos está diciendo, parece, que cuando eso escribe tiene 64 años y pico. La mano es el pico, aunque alguien ha dicho que la mano sumaba un punto. Los ‘leoneses’, que quieren ganar a Cervantes por la mano, están empeñados, porque sí, en que el ‘verdadero’ Cervantes no es el que nació en Alcalá de Henares en 1547, sino ‘otro’ que nació en 1549, y para ello, han acopiado dos fechas, una la de la edad ‘arrastrada’ de Miguel en la “Relación de Argel”, que ya les desmonté en su día, y ésta del Prólogo de las ‘Novelas Ejemplares’, porque si el Cervantes alcalaíno nace en 1547, en 1613 tiene 66 años y no los 64 que dice tener. Con lo cual los ‘leoneses’ se frotan las manos: ¡Cervantes es el ‘otro’! –concluyen–. (Ese ‘otro’ es un fantasma sin rasgos ni papeles)  Sin embargo, el Cervantes de Alcalá en 14 de julio de 1613 tenía un año más, 65, la hipotética mano. Pero esa no va a ser mi versión insegura.

     Es lo cierto que las ‘aprobaciones’ del Doctor Cetina, del trinitario Juan Bautista y de Diego de Hortigosa tienen fecha de julio y agosto de 1612. Y en esa fecha, sencillamente, quizás meses antes y siempre después de las galeradas primeras, no importa, fue cuando escribió el prólogo el alcalaíno Cervantes. Y así fue porque él lo dice, lo escribió con los 64 años que cumpliría el 29 de septiembre, día de San Miguel del año 1611, y tenía el pico que se le acumulaba durante los ocho primeros meses del año 12, que es cuando lo escribe. Y es que el alcalaíno Cervantes siempre encaja con toda naturalidad y se nos agiganta en cada uno de los palos que quieren meter en la rueda de su gloria, que es la nuestra.

      Sin embargo, he de decir en honor a la verdad, quelos ‘leoneses’ de mi ‘spam’ y de mi controversia periodística, me han hecho pensar, en contra del desprecio que en estos casos me sugieren altivos  gendarmes. Y he llegado a una conclusión: hubo un ‘prólogo’ primero, y hubo, en efecto, un ‘prólogo’ final, el corregido, cuando a Miguel de Cervantes se le echa el tiempo encima y tiene que asumir el triste negocio de que su amigo no cumple el compromiso de traerle el retrato acabado que le hizo el pintor sevillano Juan de Jáuregui, con el que tiene pensado abrir su ‘prólogo’, cuyo texto, ya escrito, iba a empezar así:

     Este que veis aquí, de rostro aguileño, de pelo castaño, de frente lisa y desembarazada, de ojos alegres…

    Pero, ante el fracaso del retrato ‘perdido’, –Jáuregui está en Sevilla y mantiene su casa madrileña cerrada a cal y canto–, Cervantes hubo de verse en la necesidad de corregir el ‘prólogo’, que ahora –y definitivamente– empezará así:

Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo, excusarme de escribir este prólogo…

     Y en su excusa del fallo del amigo, el nuevo texto, metido con calzador, se planta ante el largo retrato literario, que ahora acota entre comillas. Después del retrato siguen las lamentaciones y los arreglos hasta enlazar de nuevo con el primer texto donde se glosan  dos palabras por este orden: “ejemplares” y “novelas”, temática de su primer esbozo, tras el retrato físico y el literario.      

     Las dos interpolaciones incluidas en el texto del ‘primer prólogo’ –pre-retrato y post-retrato– se hacen reconocibles por estos gestos comunes:

1)  Se busca la excusa en la complicidad afectuosa con el lector, usando sintácticamente la primera persona, la cual arrastra hasta el nexo con los temas ‘ejemplares’ del primer texto, construidos ya en tercera persona.
2)      El tema introducido, antes y después, es el de su amigo fallido.

     Este ‘amigo’ de Cervantes introducido guarda sutiles ironías contra Lope de Vega. En su ‘Jerusalén conquistada’ aparece el retrato de Lope, obra de Francisco Pacheco, y un ‘Elogio’ al pie que escribe un supuesto ‘amigo’, que es objeto del fino sarcasmo de Cervantes cuando se refiere al suyo:

Y cuando a la memoria de este amigo, de quien me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mi, yo me levantaría a mí mismo dos docenas de testimonios, y se los dijera en secreto, con que estendiera mi nombre y acreditara mi ingenio. Porque pensar que puntualmente dicen verdad los tales elogios, es disparate. 
                        (de la interpolación post-retrato, primera persona)

     Es la superioridad moral de Cervantes, tan criticado. Su ‘amigo’ es sólo ironía. Su amigo ni le lleva el retrato ni le escribe el elogio. No le hace falta ocultar que él es el autor de su propio retrato, nunca disparatado, tan verdadero  y conforme como la propia aventura de su vida.

     El padre benedictino Martín Sarmiento, descubridor de la cuna de Cervantes en Haedo, se lamentaba en su siglo de haber conocido tarde los ‘preliminares’ de las NE –fe de erratas, tasa, aprobaciones, yo el rey, prólogo, dedicatoria, poemas amigos–, arremetiendo contra los editores que sustraían como ganga inútil unos textos de tanta información como la que nos ocupa. Por este prólogo conocemos los hitos más importantes de la carrera militar y literaria de Cervantes, las adversidades de su cautiverio y de su mano perdida en Lepanto, o cuestiones más superficiales como que fue rubio

      …las barbas de plata, que no a veinte años fueron de oro…  
                 (autorretrato, texto primero, tercera persona)    
                       
o que fue tartamudo

En fin, pues ya esta ocasión se pasó –la del retrato–, y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico, que aunque tartamudo, no lo será para decir verdades, que, dichas por señas, suelen ser entendidas…
                (interpolación post-retrato, primera persona)

     De esta manera,,, los amigos leoneses no van a conseguir arrancarme el talego de las evidencias, ya que la descripción de la edad que aquí se cachea, pertenece al cuerpo inicial, en tercera persona, escrito, por lo tanto, cuando él dice que lo escribe, en el año 1612, y tiene los años que dice tener: 64 y pico. Por lo que las interpolaciones evidentes de última hora no afectan a la edad manifestada en su perífrasis lúdica. Y lo tiene escrito en 1612, cuando hubiera querido publicar sus NE, pero se le retrasan las diligencias reales, es lenta la aproximación al alto mecenas y, sobre todo, se le oculta su pintor guadanesco. Lo que le mete en pleno año 1613.

     Hablamos de quien hablamos, claro, del alcalaíno Miguel de Cervantes Saavedra, el que escribe y se cita en el mismo ‘prólogo’, el que no puede exhibirse por no estar a tiro de su mano, pero “se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo”.

                                                                                  José César Álvarez
                                                                                  www.josecesaralvarez.com





Las Novelas Ejemplares debieron salir con el retrato de su autor, obra de  Juan de Jáuregui, pero no llegó. Esta es la imagen más popular de Miguel de Cervantes, a la que Astrana Marín, sin embargo, llama el “falso Jáuregui”.