domingo, 25 de octubre de 2015

La tronante pajarería



La tronante pajarería

     Es un edificio blanco, capaz, espléndido, un orgullo de construcción local, autonómica y nacional, un Titanic de la investigación ante Europa e incluso el mundo en sus pretensiones. Y ahí está cerrado, junto a la Facultad de Medicina y el Hospital Príncipe de Asturias. Es el IMMPA (Instituto de Medicina Molecular Príncipe de Asturias) Una idea que se fraguó en el año 2006, inflamada de los vientos de bonanza y que se aparcó en el 2011, desinflada por los vientos raseros de la realidad. Es el IMMPA un barco en la alta mar de los campos alcalaínos, sin rumbo, a la deriva, envarado, sin proyecto científico, sin recursos humanos ni financieros, con un nombre que puede ser cambiado en cualquier momento. Este fue el plato indigerible que le fue servido al CSIC.



     Aplazada queda ‘sine die’ su investigación tumoral del cáncer y la del envejecimiento, aparcada la medicina regenerativa y el uso de las células madre, vacíos los animalarios para la investigación… Es el monumento a los derroches incontrolados, es la espuma de los tiempos de fiesta. Así es que el edificio de 50 millones, como todos los cuerpos abandonados, afronta una subsistencia imprevisible y caótica.



     El bello y fantasmagórico edificio está rodeado de unas vallas que no permiten acercarse. Pero lo que allí me llevó no fueron sus proyectos científicos subsumidos, sino el reclamo de la tronante pajarería que en las crestas del edificio se albergaba con pasmoso estruendo. Era aquel un emporio de trinos cuyos élitros cantores ocupaban el alto coro  de la galería superior, cubierta de cristales. Dicha galería corrida ejercía de inmensa jaula ornitológica, de tal manera que el animalario proyectado de las ratas del subsuelo se había trocado en espontáneo animalario volador.



     España es una jaula de tronancias ornitológicas. Pían y pían y no dejan de piar. Es una competición tonal, canora. Cada cual trina con todas sus fuerzas y destrezas, sin escuchar nadie a nadie. Todos cantan a la vez. Nadie escucha. España es un coro de trinos superpuestos, alocados, frenéticos.



     Trinan los pájaros de los cuatrocientos alcaldes independentistas de Cataluña, cuando levantan al alimón sus varas de mando. Las varas superpuestas de los alcaldes separatistas no suman, restan. La vara alzada de un alcalde sólo tiene vigencia ante su pueblo genuino. El pueblo y su vara de mando es como el pastor y su ganado. Fuera de su aprisco la vara no rige, es postureo, la voz y la vara son reconocidas por los pastoreados. Fuera no ejerce, no manda, no se reconoce, no suma. Sólo suma en el guirigay anárquico.  



     Pían y pían y vuelven a piar los socialistas porque su pastor a premiado a una oveja desleal, la cual, ahora, al quedarse sin aprisco, la guarda el pastor en el suyo. Y las ovejas visitadas balan y balan y vuelven a balar contra la extraña que un día les baló encrespada. Y trinan y trinan contra el pastor dadivoso.

    

     Cantan y cantan los pseudos-cervantistas que defienden la ‘teoría leonesa’ de que Cervantes es de ‘las montañas de León’ como se dice en el Quijote, sin pararse a que dice que allí “tuvo principio su linaje”, es decir, el manantial de su nombre. Y trinan los manchegos de Alcázar y los sanabreses de Cervantes de que nuestro Cervantes no es Saavedra, el que escribió el Quijote. Y para acabarlo de arreglar van los pájaros de este lugar complutense y dicen que ‘Saavedra’ es un auto-apodo que el propio Cervantes se pone, derivado de un arabismo que significa “sin brazo”, tal que sus ficciones aljamiadas. Es decir, que la tronancia cervantista indígena pretende que el españolísimo apellido gallego ‘Saavedra’ se convierta, por la gracia de sus trinos, en un mote moro. Pero trinen lo que trinen. Cervantes Saavedra fue su apellido compuesto, muy conocido en la época, tal como se llamaron y firmaron su padre y su abuelo.



     Pían y pían y vuelven a piar. Es una jaula tronante, frenética, sin orden ni concierto.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 25.10.2015

viernes, 16 de octubre de 2015

El mercado



El mercado



     El Mercado Medieval tiene diecisiete años y tres nombres por lo menos. Yo le digo “Mercado Cervantino”, porque, en rigor, llamarlo “del Quijote” es trastocar símbolos de otros escenarios cuando no hace falta. Pues bien, ese Mercado Cervantino cada año aparece más abigarrado, más invasivo, más insolente y más tripero, el mismo que está dispuesto a seguir siendo, según sus promotores, ‘el mercado más grande de Europa’. Mejor será llamarle El gran mercado del Mundo, que es el título de un auto sacramental de Calderón de la Barca, alumno de Alcalá y de aquella época. La obra teatral comienza con este pregón entre músicas:



      ¡Oíd, mortales, oíd! Y al gran pregón de la Fama todos acudid. Y en la plaza del mundo del Monarca más feliz, hoy se hace un mercado franco, todos a comprar venid. En él se vende de todo, pero aprended y advertid que el que compra bien o mal no lo conoce hasta el fin. ¡Oíd, oíd…!



     Siguen siendo los pregoneros del boca a boca los que han convertido a este mercado del octubre cervantino en la ruidosa fama que arrastra a tanta gente de fuera y de dentro. Todo mercado es bullicioso, pero si lleva la impronta de la costumbre antigua, es el no va más, es el gentío de riadas inauditas, prietas, estrangulantes. La reproducción de las viejas costumbres produce hoy fascinación. Hemos olvidado ya lo que fue la cotidianidad urbana de la paja, del burro, de la alabarda, de la boñiga, de los amarres, del ruido de los cascos de los caballos y de las llantas de los carros. Hemos olvidado aromas y sonidos, los cencerros y los validos, los distintos aromas de los humos, el canto de los cántaros bajo el chorro de la fuente, hasta el canto del gallo de los corrales clausurados…



     Y este mercado repite cíclicamente algunas estampas y aromas perdidos. La vestimenta renacentista del “hidalgo principal” Miguel de Cervantes, encaramado al dosel de su plaza, desciende cada año para copar sus calles y plazas. Y con su atuendo revienen los tahoneros, los buhoneros, los comediantes, los cetreros, los magos, los artesanos de múltiples oficios: especieros, plateros, ceramistas, queseros…Y te chocas con los trovadores, los encantadores de serpiente, los espadachines, y desaparecen las bolsas de plástico y los pesos digitales. Y en la Huerta del Obispo hay torneos a caballo y duelos de honor. Y los camellos, los saltimbanquis de zancos y peonzas humanas, las carrozas de época… Hay que reconocer que las cosas viejas sobre la ciudad vieja adquieren también su maridaje, como el buen vino en la cuba de roble. Así es que del Gran Mercado del Mundo pasamos a esa otra obra calderoniana que es El gran teatro del Mundo.



                         Calderón de la Barca

     Y, sin embargo, el Mercado Cervantino de Alcalá de Henares, que es riguroso en el espacio recobrado de la plaza del Mercado, es un mercado bastardo en el calendario histórico de la ciudad. Desde 1254 data la Pragmática del rey Alfonso X el Sabio donde concede privilegios a la Feria de San Bartolomé y declara que no sean importunados los feriantes que llevaran el camino de su feria. Otro mercado tradicional fue la Feria Chica por San Eugenio, en noviembre, donde se servían principalmente las sargas de los telares de Trillo y Brihuega y donde se abastecían de ropas a los estudiantes de cara al nuevo curso. Esta feria se mantuvo hasta los años treinta del siglo pasado. A aquellos feriantes anuales le han sucedido hoy en los distintos barrios de Alcalá los mercadillos semanales de ‘los luneros’, con su réplica de ‘marteros y miercoleros’.  Mercados ocasionales y ambulantes que vienen a sobreponerse al comercio fijo alcalaíno que se desparrama por toda la trama urbana de la ciudad.



     La actividad mercantil que nos invade desde los fenicios forma parte de nuestra propia vida, es consubstancial a nuestra manera de ser. La vida es una transacción. Damos si nos dan. Hasta Dios es acusado de mercantilista por los místicos cuando le dicen: No me tienes que dar porque te quiera el cielo que me tienes prometido.



     Ay de los mercaderes que deben vender a toda costa, los que tienen labia y no tienen prejuicios,  los trileros de las aceras que hacen corro, los que venden preferentes a necesitados y seguros de vida a los viejetes, los que venden castillos en las márgenes del Danubio y fincas en la Argentina.



     Ay de los trileros del mercado electoral, ya abierto, los que buscan los billetes de los votos por la ranura de la hucha de su futura seguridad, los que prometen el oro y el moro, los que compran y venden alianzas, los políticos que mercadean con sus urnas.        



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 17.10.2015


viernes, 9 de octubre de 2015

La pila



La pila



     Me refiero primero a la imagen entrañable de esa pila de piedra ancestral junto al pozo. Son las pilas españolas de los patios y corrales, que algunas hoy decoran rincones y jardines de nuestra geografía, pesadas, jubiladas, desusadas, hoy decorativas, formando un plúmbeo anacronismo difícil de mover. Son las pilas ante las que  se doblaron las mujeres de España y en cuya tabla o rampa restregaron capas y jubones, corpiños y mantillas, las manos amoratadas de una colada larga y restregante, las mismas manos que tiraron de la soga para hacer chirriar las garruchas de los cubos rebosantes.



     Y la pila privada se hizo pública. Fue el lavadero, donde las lavanderas se arrodillaron frente a añiles y burbujas. Los ayuntamientos de los pueblos de España han recuperado sus lavaderos ya en desuso, como reliquia de la historia del pueblo. Porque el lavadero del pueblo fue mucho más que la colada de las mujeres que lo frecuentaron. Fue encuentro y desencuentro, gacetilla y murmuración, canción de tonadillera y juramento de despechada.




     Pero en las pilas bautismales de todas las iglesias se bautizaba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Sus pilas eran tan plúmbeas y pétreas como las profanas. Ahora adquirían forma de copa o de vaso y ocupaban un lugar próximo al acceso al templo que se llamaba baptisterio. Por el bautismo purificador el catecúmeno ingresaba en la Iglesia. El Cardenal Cisneros ordenó en sus ‘Decretales’ de Toledo se practicaran registros bautismales en las parroquias. Fue así cómo por una decisión de un alcalaíno de adopción y de luces hubimos noticia de un alcalaíno de cuna y de sombras. Cisneros nos alumbró a Cervantes con fecha nueve de octubre de 1547, día de las aguas purificadoras de la cuna del genio alcalaíno.



     Pero para alumbrar a Cervantes hubo que saber leer. Saber leer el ‘Cervantes’ y el ‘Miguel’ de unos manuscritos viejos. Supo leerlos un erudito abad de la Iglesia Magistral de aquel año de 1752 llamado Santiago Gómez Falcón. Don Santiago buscó en el despacho parroquial de su jurisdicción en la parroquia de San Pedro. Nada encontró. Hubo de pedir autorización a García Calbo, párroco de Santa María. Allí estaba. Don Santiago emite la certificación de la trascripción a su amigo cervantista Martínez de Pingarrón con fecha 18 de julio de 1752. Tiene unos ojos escrutantes sobre él, es el Sr. Baeza, recaudador de rentas decimales, un alfil de Montiano, conspirador de la capital del Reino. Cuenta don Santiago que cuando abandona el despacho parroquial, en la tablilla donde se relacionan los trabajos del día siguiente, consta ya la petición de certificación de bautismo de Miguel de Cervantes, la que en vez de llevar la fecha de ’19 de julio’ llevó ’19 de junio’ y coló. Así fue que, “con malas artes”, como dice el Padre Sarmiento,  el súper académico Agustín de Montiano consiguió pescar ‘el campano’ de la literatura española.  



      Martín Sarmiento, desde su convento benedictino de Madrid, había comunicado el hallazgo en Haedo de la patria de Cervantes. Ahora tocaba confirmarlo con la fe de bautismo. Él la encontró y nadie lo nombra. Se llevó los honores un personaje extraño en estos lares, atizador de las movidas de la olla de la capital, cuyas ardides no nos importan. Quien nos importa hoy es él, don Santiago, ceñido a la órbita de los aromas locales y a su intrahistoria, ajeno a los  relumbrones nacionales, feliz de su ‘eureka’ íntimo e intransferible.



     La llorada pila bautismal de Cervantes. La que no pereció en el fuego cruel de una guerra y hubo de sucumbir golpe a golpe, desmenuzada, desmembrada,  para servir de mampostería del refugio antiaéreo de la plaza. Un par de trozos pétreos, tan negruzcos como su negra historia, se incrustaron como lagrimones ahumados en la reproducida pila bautismal que ocupa la última ubicación de la capilla del Oidor, allí donde a la pila le cogió el asalto, la rebelión destructiva.



     Pero las pilas profanas que subsisten andan tiradas, infravaloradas, sin historia. Nadie que sepa ha colocado  una cartela así: “Aquí se lavaron los calzones de Espartero”, “aquí se lavaron las prendas íntimas de la duquesa de Ébolí”, “aquí se lavaron los pañales de Cervantes”. Y, sin embargo, en esta era de la genética nuestros admirados personajes pueden ir infiltrados en las grietas y porosidades de una pila.



      Nuestro personaje ahora es actual. Está sentado en un banco de la plaza de Cervantes, donde ha sido abordado por un viejo conocido, quien le pregunta por sus años cumplidos.  



     –La pila –contesta el interpelado.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 10.10.2015

La salida



La salida



     ‘La salida’ de la Vuelta a España de la plaza de Cervantes ha llenado de vivos colores la tarde del domingo complutense. Era ‘la salida’ de la última etapa. Y los vivos colores de la apariencia recubrían los cuerpos agónicos de unos deportistas sometidos a los excesos más bárbaros. Ciclistas nazarenos cargaditos de coronas de espinas delante y descargaditos detrás  (los platos, delante; los piñones, detrás) se disponían a cumplir la última estación de su ‘via crucis’. Los organismos que debieran defenderlos de tan exigente circo sólo salen ante ellos para multarles y amenazarles, nadie para recortar el rosario de puertos de esfuerzo sobrehumano. Salieron de Alcalá, pues, los ciclistas en su condición de zombis —ahí iban los animadores de las veintitantas siestas—, mirando sólo la rueda delantera para evitar hacer el afilador. Lo demás no importaba, como no les importó el Embalse del Ebro ni el Hayedo de Tejera Negra ni las murallas de Ávila. Hay que acabar como sea. Alcalá, principio del fin.



     Sin embargo, hay que reconocer el fervor admirativo que arrancan los ciclistas. Su paso por la calle de Libreros fue un terremoto, una conmoción. Alcalá, además de su colaboración en esta ‘salida’, pertenece a uno de los patrocinadores oficiales de la Vuelta, como miembro que es, entre 15 ciudades, del grupo de “Ciudades españolas patrimonio de la Humanidad”.



     ‘La salida’ del concierto de Rápale que tuvo lugar el sábado en ‘La huerta del Obispo’ junto a la Orquesta sinfónica ‘Ciudad de Alcalá’, fue una operación lenta, pero ordenada. Las entradas son por lo común más escalonadas, pero las salidas son siempre unánimes. Miles de personas quieren salir al mismo tiempo. La evacuación de estos eventos constituye una maniobra operativa que coordinan los responsables de la seguridad ciudadana. El espacio de que se trata es despejado, pero presenta un estrangulamiento en ‘la salida’. Hay otra circunstancia que punza y apremia a cada uno de los miembros salientes, es su necesidad mingitoria, la que ni las músicas celestiales que llevaban encima conseguían mitigar. La kilovática megafonía de la música del ‘Ráphael Sinphónico’ inundó la noche alcalaína. Digan lo que digan los demás.  

       

     ‘La salida’ de Cataluña de España es una meada de Arturo Más para con el resto de España. Es una humillación intolerable e inconcebible. Romperse España es romperse por dentro cada uno de los españolitos, también los que quieren irse. Sólo los  malvados gozan con la amenaza, nunca se han sentido más importantes.



     Segismund Freud describe a los nacionalismos como “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. El narciso es el que se enamora de sí mismo, de su diferencia, de su distintivo peculiar, y no tolera que el colectivo común no asuma su diferencia con la misma fuerza que los ‘diferentes’. Aparece el odio frontal contra la comunidad, de la que reniegan, rechazando su común cultura en venganza por no asumir sus peculiaridades. Tolerarlas no es suficiente. Ahora el colectivo común es imperialista y los diferentes hacen todo lo posible por agigantar las primeras “pequeñas diferencias”. Surge entonces la manipulación de los resortes emocionales para la adscripción de grupo, y retocan sin rubor la lengua, la historia, la geografía y el sistema legislativo.



     Todo ello es asimilado cognitivamente y fondea en los subterfugios humanos del grupo. Los nacionalismos y naciones no son invento de los siglos XVIII y XIX, sino procesos que anidan en los estratos profundos de la condición humana, donde subyace el espíritu del clan, el cual busca la oportunidad más débil de la comunidad que dice oprimirle, para decantarse y aislarse a toda costa en la autocomplacencia de su inicial narcisismo. Freud y Cataluña.




     ‘La salida’ de los grandes almacenes no es desde luego el letrero más recurrente. Si dicen que los carros de compra se ladean intencionadamente hacia los puestos, abjurando de su verticalidad, no es para menos que los letreros de ‘salida’ escaseen. He visto a un cliente que ha andado un largo pasillo  equivocadamente buscando ‘la salida’. Ahora lo desanda, está perdido, y, malhumorado, se cree con todo el derecho a interrumpir a una dependienta que parlamenta con su clienta, para abordarle así:



     —¿‘La salida’, por favor’?



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 19.9.2015


Iluminada



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Iluminada

     

     Estaba yo en las playas de Cantabria haciendo pozos para mis nietos, cuando un amigo me leyó por teléfono una carta publicada en este Semanario, que me dirigía Iluminada. Fue entonces cuando hube de sacudirme la arena de la playa y retomar los trebejos de la escritura. Con Iluminada había yo adquirido el compromiso de mandarle mi letra del himno nacional. La recuerdo bien. Estaba a mi lado en el acto del 11-M del Paseo de la Estación. Sonaba un violín, puede que dos haciendo melodía densa. Era el Himno Nacional de España, interpretado al final del acto. Me recordaban los últimos violines de la orquesta del Titanic. El barco se hundía y el mar se iba tragando músico a músico, quedaban tres, dos violines, uno, que mantenían la estabilidad sobre la cubierta y alargaban la melodía. Así me pareció el himno nacional del último 11-M del Paseo de la Estación, un himno agónico de una España agónica, dentro de un 11-M que lleva la pendiente trágica de su plataforma y cuyas notas emocionadas recogíamos para salvarlas de su hundimiento. Era la melodía emocionante del Himno Nacional, la sola melodía, sin terceras ni quintas, sin punteos de acordes ni de arpegios, la cara limpia sin afeites ni teñidos.



     Allí estaba ella, Iluminada. Al terminar la melodía densa del himno nacional, una mujer a mi lado me recobraba la realidad con un VIVA A ESPAÑA claro y preciso, natural, sin un adarme de militarismo, sin el descerrajamiento agudo de las últimas sílabas en ‘a’, con el que alguien hacía chunga imitando decía a Millán Astray.  Si imitación  o no, ese ‘viva a España’ de arenga chusca yo se la he oído interpretar en la SER a Eduardo  Haro Tecglen, a quien, no sé si por esa habilidad, le concedió el ayuntamiento de Alcalá en 2002 el “Premio Ciudad de Alcalá de Henares de las Artes y las Letras”.



     Era la voz limpia y natural de Iluminada, a la que le contestó con ganas un ‘viva’ unísono de toda la concurrencia que allí se congregaba en torno al monumento a las víctimas de los trenes en el aniversario de aquel día tan aciago y tan ignoto. La mujer de la voz clara, Iluminada,  tiene luz propia, y, pese al nombre, alumbró a tres vástagos de la Guardia Civil. Y yo felicité a la mujer de la voz clara, la que ahora me felicita a mí por un premio literario que tendrá que esperar para leer, a la vez que me recuerda, entre otras cosas. mi compromiso adquirido.



     Precisamente, hace un par de fechas, escuchaba yo en alguna TV del mediodía las razones de un joven autor, que proponía en su libro el rescate del sentimiento patriótico por parte de la izquierda española, dentro de la que él se incluía. La bandera y el himno, decía, no son otros, son los que son. Su familia decía ser francesa, somos medio franceses, y allí el himno nacional es aceptado igualmente por los unos y los otros. Reconocía que la letra antigua de ‘La Marsellesa’ es aberrante para hoy, salta la sangre por todas partes. Es el levantamiento del pueblo contra la Tiranía, es el grito destemplado del pueblo, mientras que en el Himno Nacional, decía, ocurría lo contrario: la derecha se había apropiado en exclusiva del Himno. Y las razones que apuntaba para el retorno de la izquierda al sentimiento patriótico perdido es el aataque a la derecha, la casta menos patriótica que vendió a Gibraltar y soportó a los Borbones.



     Decía que en su familia, cuando jugaban al fútbol España y Francia, escuchaban con naturalidad el himno francés, pero que al llegar el himno español no le reconocían, y se levantaban de frente al televisor, se paseaban por la cocina buscando cualquier nimiedad, dando tregua a su aplazado patriotismo, el que ahora un ‘franco-español’ propone recuperar con el ejemplo francés y con las razones históricas contra el antipatriotismo de la derecha. Yo creo que tienen un buen cacao en la cabeza y que les queda todavía muchas vueltas que dar por la cocina.



     Ahí va, Iluminada, mi letra del Himno Nacional, enviada con franqueza y afecto, desprovista de empanadas mentales. Es una letra abreviada, es decir, una versión apropiada para competiciones deportivas y otros eventos. Es una estrofa con ‘bis’ de sus dos partes, tal como normalmente se interpreta musicalmente. Dice así:



Canto a España, que es piel de toro y tierra brava del honor, un sol que yoheredé.



¡Madre España! se ven por tu bandera ríos de pasión, de oro el corazón:



Diste tu lengua y tu sangre y tu fe al mundo que a tu andar se duplicó a tus pies.



Juntos tus hijos con paso tenaz, tras cumbre y sed vencer, el cielo han de tocar.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 22 de julio de 2015

Romance de la plaza de Cervantes



Romance de la plaza de Cervantes



     Es la plaza de Cervantes sala que en pared testera lleva pintado un mural de torres con sus veletas. Es salón de la ciudad donde los vecinos entran, donde los turistas pasan y los estudiantes llegan. Aula magna, paraninfo, sala de grados, audiencia, capilla del Oidor, parlamento de polémicas, salón noble y de concilios de actitud peripatética. Es el estreno de un traje, es el real de la feria, el mercado medieval, la meta de las carreras, procesión de penitentes, el baile de edad tercera, el tío-vivo de abuelos que pagan la papeleta, la recogida de firmas, el altavoz que ganguea, el árbol de Navidad, pancarta, mitin y huelga, cuestaciones por el cáncer, por la Cruz Roja y el ébola, terraza de los refrescos, punto de encuentro y espera, túnel de los plataneros, farolada y rosaleda.



     En el centro geográfico del rectángulo se eleva un bronce, que es hombre de espada y pluma, que es árbol que da esta tierra, que es don Miguel de Cervantes, fruto que si se cayera, se cayera el español, que sin Cervantes no hay letra. Es la plaza de Cervantes plaza mayor de la Lengua, manantial de la voz noble que atravesó las Américas, mano izquierda estropeada para gloria de la diestra, una mano es menestral y en otra, hidalgos pasean, unas escaleras bajan a hacer aguas bajo tierra y otras suben a hacer oros con barandas que flamean.                




     De antecedentes discretos tuvo pisada terrera, ladrillos en sardinel que trazaban jardineras y bajo el altivo bronce corona de laurel seca. Tuvo mayos de sus quintas, tuvo cucaña de fiestas, tuvo los coches de choque, tuvo bicis dando vueltas, el baile del pasodoble con el solo de trompeta, el junco que ata los churros  de cinturas que voltean, tendido de banderitas logotipo de verbenas. Cuerda que baila al peón y que en la mano sesea, aquel salto de la comba de las chiquitas que medran, cable de telefonía que en la fachada bandea y el racimo de colores de globos que dominguean. Y en la iglesia que era ruina servían la pirotecnia y una calabaza hueca con vela de calavera.



     En el balcón principal se suceden las banderas, se amontonan los colores, los territorios se expresan con la de Europa y España, Madrid con sus siete estrellas, la cárdena de Alcalá y ahora también se muestra –es rabiosa actualidad– la de arco iris en fiesta, un territorio tan íntimo que en el mapa no se encuentra.



     El quiosco de la música es de filigrana férrea de modernista trazada y de biografía ecléctica. Son las bandas militares las que traen la concurrencia. Allí los compases vivos  de sinfonías maestras de instrumentales de viento y percutente potencia.  Altar de sagradas Formas incorruptas allí expuestas cuando la plaza cantaba: “Cristus vincit, Christus regnat”. Cuellos de cisne de punto, sindicatos del setenta, puños cerrados en alto con voz bronca de protesta. Allí se dieron trofeos como alto podio de atletas que del río se trajeron el limo de sus riberas. Bandas, hostias, puños, podios fue su múltiple existencia.



     “Siete mil quinientos son los soldados que le llegan” dijo ‘El Campesino’ a Azaña  cuando honores le presenta en esta plaza, cuadrado, quien el desfile encabeza. Siete mil quinientos son los soldados que sestean ante el fuego programado de la iglesia cabecera, Santa María Mayor, después su torre fue exenta, y la pila bautismal de Cervantes, fue desecha. Plaza de guerra civil de fratricida contienda, refugio antibombardero de soterradas vivencias, ejecuciones de plaza, de paseíllos y checas.



     “Saber la verdad queremos” gritaba la plaza entera, codo con codo, unida por el dolor e impotencia cuando en el once de marzo cuatro trenes nos revientan. Dos mil víctimas heridas, doscientas quedaron muertas, la plaza quedó sin gente y la verdad quedó inédita, de malas hierbas ahogada y un morito en una celda cargando con cuatro trenes de su irrevocable pena.



     Hace siglos esta plaza tuvo mercado de bestias y las boñigas pingantes eran su mayor

esencia. En el centro el muladar junto al canal que serpea, que parte la plaza y villa y que media en la pedrea entre mozos y estudiantes en el siglo de las letras, del Buscón y del Guzmán de la vida picaresca, las dreas que ensangrentaron la estudiantil convivencia. Las heridas restañaron y Alcalá cubrió sus dreas del tostado almibarado que garapiña su almendra. ¡Las almendras de Alcalá de su drea recompuesta! Las que primero volaron sobre el canal que partiera como partieron las vías y partió la carretera. Como parten las costradas y las rosquillas de yema.



José César Álvarez

Semanario PdM, 10.7.2015

lunes, 5 de octubre de 2015

El balcón



El balcón



     Las ventanas son los ojos de una casa, de una fachada, pero los balcones son los ojos grandes y francos. Las ventanas esconden miradas furtivas, pero los balcones muestran a las personas enteras. Los ojos, ya sean abiertos o velados, miran y son mirados. El balcón principal es mucho más que el centro geométrico. Va sobre la entrada principal y es altar y escaparate, podio y púlpito.


     El balcón principal de nuestro ayuntamiento exhibe de manera permanente las banderas constitucionales. Su baranda de hierro defiende los símbolos de nuestra convivencia. El balcón central de nuestro ayuntamiento es pareado, es balcón corrido de dos ojos, por ser dos las puertas de entrada que se proyectan en su fachada. Entre sus dos ojos se sitúan las banderas, que van en el eje central del escudo y del reloj.



     El balcón principal de un Ayuntamiento es el asomo del alcalde en momentos especiales como es salir a saludar al pueblo cuando es elegido o en eventos especiales, como pueden ser los éxitos de los deportistas de la ciudad. El alcalde es titular del balcón o balconada de su ayuntamiento, por lo que debe salir como anfitrión junto al pregonero, al visitante egregio o al deportista de éxito. Una de las asomadas épicas que en Alcalá se recuerdan fue la del ciclista Antonio Suárez cuando dedicó a los alcalaínos su triunfo de la Vuelta a España (general y montaña) en mayo de 1959.



     Sobre el balcón corrido de la casa de ladrillo de la parte testera de la plaza de Cervantes se asomó Juan Martín Díaz El Empecinado para ser vitoreado por los alcalaínos después de rechazar a los franceses en la batalla del Zulema. Los alcalaínos lloraban de alegría a sus pies. Tenían muy cerca, un mes antes, sin poderlo olvidar aquella noche atroz de violaciones de sus hijas y mujeres, las profanaciones de sus iglesias, la quema de muebles nobles, el robo, el saqueo y los bayonetazos de muerte. Aquel día 22 de mayo de 1813, los franceses, a las puertas de la ciudad, querían cortar a los guerrilleros el puente del Zulema para que no pudieran regresar, partirle como brazo de gitano. Pero los empecinados defendieron su puente desde las lomas del otro lado. Los alcalaínos creían que iban a repetir su aciaga noche y, apenas desatados los miedos, ahora vitorean al guerrillero, al brigadier, con la sonrisa etrusca, acartonada, dirigida al balcón corrido de su héroe salvador.




El balcón principal del Palacio Arzobispal no es pareado, es centralísimo, único, cardenalicio. Cuando los nobles insumisos, entre ellos el duque del Infantado y el conde de Benavente vinieron a visitar al Cardenal Cisneros para poner en cuestión sus poderes, diciéndole que era sólo un regente, un advenedizo, un frailuco de paso, y que carecía de poderes para obligar a la nobleza, entonces el Cardenal abrió el balcón y les dijo: “¡Señores, estos son mis poderes!” No, no se asomaba a una biblioteca ni a un aula, se asomaba al patio de armas, donde dos cañones flanqueaban la entrada, los mismos que el fraile cardenal les señalaba impertérrito.  



     La invasión de los balcones de España se hace desde fuera y desde dentro. El ‘balconing’ es la invasión anglosajona del desmadre juvenil de su tasa de alcohol.

Y la balconada del Ayuntamiento de Barcelona es el amotinamiento iluminado de las esteladas. Balconada de tirones de banderas superpuestas, balconada del tímido despliegue de la bandera de España. Cuando desde la balconada de Barcelona se divisa el precipicio  de la secesión, los partidos del equívoco, de las medias tintas, de los equilibrios circenses, siguen todavía dando lastre a las concesiones acumuladas, a las tolerancias irreversibles, a los cataplasmas inservibles. Todo menos llamar al nacionalismo por su nombre y saber extender el paño articulado de la ley que nos dimos. A la balconada insumisa de Barcelona nunca se asomó Cisneros. La titular de dicha balconada debería dar explicaciones de su versión ‘racista’ sobre su ‘balconing’. Anda niña, sal al balcón, sal al balcón…



     Los separatistas catalanes no quieren que los balcones de España caigan sobre su solar. Quieren romper una servidumbre de siglos. Lo cual no es ético ni legal.



  

José César Álvarez


Puerta de Madrid, 2.10.2015