Es la plaza de
Cervantes sala que en pared testera lleva pintado un mural de torres con sus
veletas. Es salón de la ciudad donde los vecinos entran, donde los turistas
pasan y los estudiantes llegan. Aula magna, paraninfo, sala de grados,
audiencia, capilla del Oidor, parlamento de polémicas, salón noble y de
concilios de actitud peripatética. Es el estreno de un traje, es el real de la
feria, el mercado medieval, la meta de las carreras, procesión de penitentes, el
baile de edad tercera, el tío-vivo de abuelos que pagan la papeleta, la
recogida de firmas, el altavoz que ganguea, el árbol de Navidad, pancarta,
mitin y huelga, cuestaciones por el cáncer, por la Cruz Roja y el ébola, terraza
de los refrescos, punto de encuentro y espera, túnel de los plataneros, farolada
y rosaleda.
En el centro
geográfico del rectángulo se eleva un bronce, que es hombre de espada y pluma,
que es árbol que da esta tierra, que es don Miguel de Cervantes, fruto que si
se cayera, se cayera el español, que sin Cervantes no hay letra. Es la plaza de
Cervantes plaza mayor de la
Lengua, manantial de la voz noble que atravesó las Américas,
mano izquierda estropeada para gloria de la diestra, una mano es menestral y en
otra, hidalgos pasean, unas escaleras bajan a hacer aguas bajo tierra y otras
suben a hacer oros con barandas que flamean.
De antecedentes discretos tuvo pisada terrera, ladrillos en sardinel que trazaban jardineras y bajo el altivo bronce corona de laurel seca. Tuvo mayos de sus quintas, tuvo cucaña de fiestas, tuvo los coches de choque, tuvo bicis dando vueltas, el baile del pasodoble con el solo de trompeta, el junco que ata los churros de cinturas que voltean, tendido de banderitas logotipo de verbenas. Cuerda que baila al peón y que en la mano sesea, aquel salto de la comba de las chiquitas que medran, cable de telefonía que en la fachada bandea y el racimo de colores de globos que dominguean. Y en la iglesia que era ruina servían la pirotecnia y una calabaza hueca con vela de calavera.
En el balcón
principal se suceden las banderas, se amontonan los colores, los territorios se
expresan con la de Europa y España, Madrid con sus siete estrellas, la cárdena
de Alcalá y ahora también se muestra –es rabiosa actualidad– la de arco iris en
fiesta, un territorio tan íntimo que en el mapa no se encuentra.
El quiosco de la
música es de filigrana férrea de modernista trazada y de biografía ecléctica.
Son las bandas militares las que traen la concurrencia. Allí los compases
vivos de sinfonías maestras de
instrumentales de viento y percutente potencia. Altar de sagradas Formas incorruptas allí
expuestas cuando la plaza cantaba: “Cristus vincit, Christus regnat”. Cuellos
de cisne de punto, sindicatos del setenta, puños cerrados en alto con voz bronca
de protesta. Allí se dieron trofeos como alto podio de atletas que del río se
trajeron el limo de sus riberas. Bandas, hostias, puños, podios fue su múltiple
existencia.
“Siete mil
quinientos son los soldados que le llegan” dijo ‘El Campesino’ a Azaña cuando honores le presenta en esta plaza,
cuadrado, quien el desfile encabeza. Siete mil quinientos son los soldados que
sestean ante el fuego programado de la iglesia cabecera, Santa María Mayor, después
su torre fue exenta, y la pila bautismal de Cervantes, fue desecha. Plaza de
guerra civil de fratricida contienda, refugio antibombardero de soterradas
vivencias, ejecuciones de plaza, de paseíllos y checas.
“Saber la verdad
queremos” gritaba la plaza entera, codo con codo, unida por el dolor e impotencia
cuando en el once de marzo cuatro trenes nos revientan. Dos mil víctimas
heridas, doscientas quedaron muertas, la plaza quedó sin gente y la verdad
quedó inédita, de malas hierbas ahogada y un morito en una celda cargando con
cuatro trenes de su irrevocable pena.
Hace siglos esta
plaza tuvo mercado de bestias y las boñigas pingantes eran su mayor
esencia. En el centro el muladar junto al canal que serpea,
que parte la plaza y villa y que media en la pedrea entre mozos y estudiantes
en el siglo de las letras, del Buscón y del Guzmán de la vida picaresca, las
dreas que ensangrentaron la estudiantil convivencia. Las heridas restañaron y
Alcalá cubrió sus dreas del tostado almibarado que garapiña su almendra. ¡Las
almendras de Alcalá de su drea recompuesta! Las que primero volaron sobre el
canal que partiera como partieron las vías y partió la carretera. Como parten
las costradas y las rosquillas de yema.
José César Álvarez
Semanario PdM, 10.7.2015
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