sábado, 17 de diciembre de 2016

Antología de personajes costumbristas



Antología de personajes costumbristas

     Hace unas semanas escribí “Tras la lista de los personajes costumbristas” y me han llovido de aquí y de allí, personajes olvidados de la Alcalá profunda, por lo que en esta ocasión se presenta aquí una segunda y jugosa tirada. Por cierto, nadie intenta al citar a estos entrañables personajes de la historia local que queremos reírnos de ellos. En modo alguno, ellos están tratados en el fondo con la ternura humana que destilan y merecen, ellos que de una manera u otra ocuparon nuestras calles, llenaron nuestro paisaje y alegraron nuestro tedio con su presencia singular, en tanto que la cuba del tiempo les dio aroma y los fijó indelebles en nuestro recuerdo.



               La grada del campo del Val en el año 1950. A la izquierda Manuel Gabardós



      De los años cincuenta y más para allá era transportista personal Manolo Gabardós, padre de ‘Garbancito’, quien a mucha honra fue aguador de botijo en el ferial de las Eras de San Isidro ‘a diez el trago’, y fue carrillero de mano, antes de obtener su motocarro de toldo de ingenio propio, para el almacenamiento y distribución a domicilio de los comestibles de la tienda familiar de ultramarinos. Pero Gabardós padre hizo aquí historia. Hacía el transporte de Barcelona a Madrid y vuelta con camiones de rueda maciza, cuando le cogió aquí la guerra y aquí se quedó para todo, justo donde paraba, en el Ventorro del Manco, el padre de la señora Emilia, la que sería madre de Antoñito Gabardós. Entonces Gabardós padre se puso a hacer Alcalá-Madrid y vuelta. Fue el primero de los ordinarios de la saga local de los Mendoza, los Martín y los Vázquez, y trasladaba los domingos a los jugadores del Alcalá donde tocara, encaramados en la plataforma de un camión de bancada alineada cubierta de un toldo marca de la casa.
                           Año 50, carrera ciclista en la plaza. Antoñito Gabardós en el centro.

      
     Nos olvidamos de la dulce presencia de la borriquilla de Juana la aguadora, que cargaba sus cántaros en ‘los cuatro caños’, la ‘Redondilla’ o en la fuente que había en la esquina de la casa de Cervantes, antes de que éste viniera allí, entiéndase. Nos olvidamos de Coquete, de quien el hijo de Quintín dijo que no era alcalaíno el que no lo recordara, y era el que exhibía el cerdo y el ternero, bien cebaos, en la puerta de Casa Juan, los premios en especie viva, tocantes y sonantes de su lotería de San Antón. Y estaba La Boni, vendedora de castañas asadas y golosinas del soportal, pipera y cañamonera, que anidaba a la altura de Justo Mínguez, antes de ‘La bola de oro’. Y estaba ‘Rafaelillo el del carrillo’, el carro con borrico que servía la fruta de Tejero y hacía de maletero de la RENFE.



     En los años cincuenta imponía la figura del sargento de los guardias municipales, el Señor Domingo, también llamado ‘el tío bigotes’, dicho ello en la más estricta intimidad infantil, porque de otro modo no lo contabas, era la imagen más aguerrida de la autoridad de aquellos días. Otros guardias dotados de carácter eran ‘el serio’, ‘el disimulo’ y el Bombao de las noches. 
 
       Pero era Vilela uno de los más diestros vareadores de los colectores, quien, en su pluriempleo —era él y no otro—, trasladaba los rollos de las películas del cine chico al grande y viceversa. Toda una vida de rollos en un costal de ida y vuelta.  Lo que se había visto, se volvía a ver, para volverse a ver en donde salió. Pero por aquellos días, y no era de cine, ‘El Pellica’ era el que se llevaba las hostias más descomunales sobre el cuadrilátero de la Deportiva, allí donde la Cruz Roja se había instalado. El sueño de los puños de gloria de ‘El Pellica’ le hacía chiribitas al denodado soñador. Y Malaca era el mejor comparsa de los gigantes, el que mejor hacía de “maría la guarra que se la ve la enagua’, porque se tomaba tan en serio la guasa cantada que se liaba a vejigazos con los provocantes: había dejado marcharse el aire de la vejiga y restallaba zurriagazos como una guarra. Otra canción callejera de aquella hora era la de “la manga-riega que aquí no llega…”, y los mangueras, bien provistos de botas e indumentaria proyectaban un alto arco de agua, tan cóncavo y largo que embobaba a los chicos, era como un arco iris donde la luz se irisaba.    



     Pero la casa de ‘La Chata’ era la meca obligada de la soldadesca y de la paisanía que, uno a uno, allí recalaban con o sin uniforme, para llevarse el tábano mordiente de su ignorante instinto. La Chata tapaba con un menudo paño de tafetán negro el hueco rebanado de su nariz, para ser solo administradora de su cielo de huríes. Y el día de su asueto semanal, iban las huríes y colipoterras de Alcalá por la acera del Círculo en procesión  penitente hacia la ‘El dispensario’ de higienes de la esquina de la plaza de las Bernardas, y a la vuelta se llevaban una tarta de San Marcos de casa Salinas para endulzar su día de descanso. Pero, como vinieron los adelantos, las rabizas de Alcalá iban a revisión en su día de asueto en taxi a la capital de España, y ya no hubo procesión ni tarta.        



     Godino era hombre escueto de boquilla y macilento de semblante. Era auxiliar de autopsias, y tenía siempre a punto el instrumental de su competencia. Por extensión era capador, ahora titular, y recorría los pueblos aledaños portando su cartera de instrumental del oficio, como si fuera un verdugo volante.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 10.12.2016

viernes, 16 de diciembre de 2016

Nombre se paga con nombre



Nombre se paga con nombre

     Alcalá de Henares como ciudad universitaria fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad un 2 de diciembre de 1998 porque su vieja Universidad había servido de modelo en otras partes del mundo. Hace tiempo, mi hijo Javier, que anda por esos mundos, me mandó unas fotos de la ciudad de Antigua en Guatemala y de su vieja Universidad fundada por los franciscanos, a quienes había servido de modelo la de Alcalá, donde ellos habían estudiado. La sorpresa fue, según me contaba Javier, que allí, al enseñar sus venerables piedras, recibió a quemarropa y sin aviso el nítido nombre de de ‘Alcalá de Henares’, y que allí se explicaba su historia con el orgullo de su origen complutense. Y el alcalaíno de la maternidad de O’Donnell aprovechaba para reprenderme: “¡Si es que no sabéis hasta donde llega Alcalá!” Es cierto, estamos emperrados en que no pasa del Torote y de la Venta de Meco, y bien viene que en este cíclico dos de diciembre, aniversario de su declaración, nos entre siquiera sea un vaho cierto de esa humanidad patrimonial dispersa y difusa, un testimonio del nombre de Alcalá tomado vivo a pie de obra en el ‘antiguo’ lugar de manera espontánea, que no de otra manera.   
   
     
Antes de seguir paseando por Antigua queremos señalar que ‘patrimonio’ viene del latín ‘pater’, de la misma raíz de que procede ‘patria’. Fue Estrabón quien dijo que España era una piel de toro. Y ello está bien, pero su silueta es también la de una cabeza bifronte, que mira igual al Mediterráneo como al Atlántico. Iberia, la vieja Hispania, no es el culo de Europa como han dicho algunos europeos, es la vanguardia que rompe su continentalidad y se proyecta ‘más allá’, ‘plus ultra’. Y en esa mirada atlántica se entiende que allá se hable español y portugués. En esa mirada oceánica puede entenderse el patrimonio disperso. Y desde allí puede entenderse que los términos patriarcales del patrimonio y de la patria se vuelvan matriarcales al devolver la mirada hacia la ‘madre patria’.  El viaje de ida es ‘pater’ y el de vuelta es ‘mater’. 
    
     La ciudad que hoy se llama Antigua y popularmente Antigua Guatemala tuvo por nombre el de Santiago de los Caballeros de Guatemala durante la época colonial, cuyo título oficial e histórico es el de ‘Muy Noble y Muy Leal’, es cabecera del municipio homónimo y del departamento de Sacatepéquez. Se ubica a aproximadamente a 45 kilómetros al oeste de la actual capital, y fue la capital de la Capitanía General de Guatemala entre 1541 y 1776, año en que la capital fue trasladada a la ciudad de Nueva Guatemala de la Asunción, después que los terremotos de  Santa Marta arruinaran la ciudad por tercera ocasión en el mismo siglo, y que las autoridades civiles utilizaran eso como excusa para debilitar a las autoridades eclesiásticas —siguiendo las recomendaciones de las reformas borbónicas emprendidas por la corona española en la segunda mitad del siglo XVIII—  y obligando a las órdenes regulares a trasladarse de sus majestuosos conventos a frágiles estructuras temporales en la nueva ciudad.
     A partir del traslado la ciudad pasó a llamarse «arruinada Guatemala», «Santiago de Guatemala antiguo» y la «antigua ciudad». Fue abandonada por todas las autoridades reales y municipales, y en 1784 por las dos últimas parroquias, quedándose también sin autoridades eclesiásticas. Tras la independencia de 1821 recuperó la categoría de ciudad y fue nombrada como cabecera del departamento de Sacatepéquez
     Fue designada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979.

     En el siglo xxi es un importante destino turístico guatemalteco por su bien preservada arquitectura renacentista y barroca española con fachadas del barroco del Nuevo Mundo, así como un gran número de ruinas de iglesias católicas, incluso aún después de que sus estructuras fueran severamente dañadas por el abandono en que estuvieron entre 1776 y 1940, y por los terremotos de 1874, de 1917 y de 1976. También es reconocida por las solemnes procesiones de Semana Santa que se han realizado anualmente desde antes del traslado de la capital a la Nueva Guatemala. Su actual población ronda los cuarenta y cinco mil habitantes.
     Aquel nombre nuestro pronunciado lo pago hoy devolviendo su nombre, el suyo.
                                                           
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 3.12.2016
www.josecesaralvarez.com

miércoles, 30 de noviembre de 2016

La velocidad del otoño



La velocidad del otoño


      ‘La velocidad del otoño’ es una obra de teatro de Eric Coble, que ha sido representada con éxito este pasado fin de semana en el Teatro Salón Cervantes, interpretada por Lola Herrera y Juanjo Artero. Resulta que Alejandra, una artista de 81 años, se atrinchera en su propia casa con cócteles Molotov de suficiente entidad como para volar todo el bloque de vecindad. Quiere así Alejandra defenderse a toda costa del plan de dos de sus hijos de sacarla de allí y llevarla a vivir a otro lugar durante lo que le queda de vida. Aquello resulta ser una declaración de guerra contra su entorno para salvaguardar su vida y su libertad. Pero todo empieza a cambiar desde el momento en que Cris, su tercer hijo, que llevaba ausente veinte años, escala el árbol querido de su madre y entra por la ventana del segundo piso de Alejandra con un sencillo “Hola mamá”. Es entonces cuando se reactivan las bombas de los afectos dormidos, se reencuentran las analogías familiares y vocacionales y fluye la comunicación hasta entonces obturada. Cris va a ser el mediador, la bandera blanca, el conmilitante y hasta el compañero del último paseo de Alejandra.

    
     La velocidad de este otoño español ha podido observarse en la apertura de la legislatura en el Congreso de los Diputados. Era primero una velocidad del espacio en el que habían de entrar el Congreso y el Senado juntos. Los diputados y senadores más antiguos corrieron para coger asiento. Los escaños eran de los más veloces de este otoño veloz y los peperos quitaron sus asientos a los podemitas a quienes hacían tururú con su velocidad del otoño. Los que aplaudían la llegada de los reyes y el formidable discurso de Felipe VI aplaudían con la velocidad del otoño por los que no aplaudían. Esa velocidad del otoño se manifestaba en los pulsos y taquicardias de gran parte de sus señorías por causa de esa desubicada bandera republicana que restaba solemnidad al acto constitucional. La velocidad del otoño de las protestas de los de siempre no tienen paro en ninguna estación del año, festividad o marco y la reina lleva el disgusto en la cara en esta ocasión.



     En esta guerra de trincheras que forman los escaños de podemitas e independentistas, a veces también de socialistas, solo falta que vuelva Cris por la ventana y diga “Hola mamá”. Es un mensaje sencillo, en el nivel de la cordura, de la primera nobleza, anterior a los dobleces y beligerancias, ese nivel olvidado de la transparencia humana. Se habla tanto de la transparencia de los dineros y las posesiones, y nunca se habla de la transparencia del ser humano, enmascarados ellos bajo palabras equívocas, tácticas políticas y técnicas de éxito personal. El hombre público no debe enmascararse.



      La tribuna del Congreso es una trinchera como la de Alejandra. Como lo son las tribunas de las Comunidades Autónomas, como lo son los Plenos de los Ayuntamientos. Los políticos lanzan palabras como proyectiles. Si no lo son por quienes las profieren, lo son por quienes las reciben. Ningún político convence a otro de signo contrario desde la tribuna. A lo sumo llega a ser una competición de ocurrencias o de insultos. El Congreso dejó de ser hace mucho tiempo el templo de la palabra. Y no solo por la pobreza del verbo, sino por la incapacidad de convicción y de entendimiento.

    

     El otoño de Alejandra, el del pelo blanco, el de la madurez, tiene la velocidad de la frugalidad de la existencia humana, en la que la titular de la vida quiere seguir siéndolo, oponiéndose hasta la barricada a que otros decidan por ella sobre su vida. El otoño tiene la velocidad de una carrera de fondo por etapas. Las etapas de los otoñales son llanas y se disputan contra-reloj. Hay quien dice que el otoño es cuesta abajo y que marcha imparable hasta el gélido frío. Pero, quitándole dramatismo, nosotros diremos que el otoño de la vida es la calmada plenitud donde resalta la nostalgia de unas hojas caídas que fueron triunfante primavera. El otoño lleva la estampa de la fugacidad del tiempo sin que sea más veloz que otras estaciones. La madurez del otoño de la vida no da sensación de mayor velocidad que el esplendor caduco de la primavera, siempre que no nos fijemos en la cuesta abajo de los deterioros otoñales.



     En este último sábado de rabiosa actualidad, en el que, además de la obra de teatro del título, se han sucedido la del ‘Corral de Comedias’ El camino del cielo,  como el concierto de órgano y oboe de la Catedral, como la exposición de La investigación del espacio en los Caracciolos…  Todos estos eventos, sin embargo, serán pronto hojas secas rodantes al albur de la velocidad del otoño de esta desmayada ciudad de hoja platanera. Si me permiten autocitarme, ese otoño inmisericorde aparece en estos versos del romance de mi ‘Calle Mayor’:               



Todo pasa, pasan todos

el soportal displicentes

sin saber que los tamiza,

los afila y palidece.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

Puerta de Madrid, 27.11.2016



Hoy honramos su memoria



Hoy honramos su memoria

     Hoy hemos querido honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria de Alcalá, la Escuela del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral, la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en el regate, a punto de estampida en cualquier trance.


     Y también queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.


     Pero este nuestro entrañable San Diego del día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes que pide el sentido común? No, por favor,  lo de Leganés, déjelo, un respeto.

     Y también queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida, porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida. Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales, uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse en  el pago del alquiler, “la madre que los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado generosamente por la Sanidad aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los parió.    

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 19.11.2016
www.josecesaralvarez.com

domingo, 20 de noviembre de 2016

Hoy honramos su memoria



Hoy honramos su memoria

     Hoy hemos querido honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria de Alcalá, la Escuela del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral, la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en el regate, a punto de estampida en cualquier trance.



     Y también queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.



     Pero este nuestro entrañable San Diego del día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes que pide el sentido común? No, por favor,  lo de Leganés, déjelo, un respeto.



    
     Y también queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida, porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida. Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales, uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse en  el pago del alquiler, “la madre que los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado generosamente por la Sanidad aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los parió.    



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

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domingo, 13 de noviembre de 2016

Tras la lista de los personajes costumbristas



                                                       Ramón Vallejo 'El Liguerín'



Tras la lista de los personajes costumbristas


     Mariaje López pateó, con perdón, las calles de Alcalá con la intensidad que aquí puede sentirse. Su atormentada huida de la ciudad la llevó a Colmenar Viejo, donde, junto a San Sebastián de los Reyes, viene haciendo su vida. Allí lleva ya un puñado de años, los suficientes para haber podido olvidar a Alcalá. Pero Mariaje, cuyo crecimiento escritural iba granando como cosecha segura, rompió como es norma de la naturaleza con su primera novela, Beatrice —narrativa, MAR editor—, donde a borbotones le salió el Alcalá que dentro llevaba. El embarazo literario carece de tiempo fijo de gestación, pero el punto de fecundación fija sus señas indelebles. Dio a luz Mariaje en otras alcobas de su vida sin alterar su linaje y me invitó a la presentación de su fruto en la Biblioteca de la Casa de las Fieras del Retiro de Madrid. Me fui para allá bajo la imagen penosa del oso polar de movimientos convulsos y mecánicos, pero me vine con un caluroso costal de imágenes vivas y alcalaínas, las que al ser prendidas por el dardo de la palabra se renuevan vigorosas. Ahí va un poquito del rescate de Alcalá y de Mariaje en el Retiro de Madrid:



                                   Calle Mayor de Alcalá de Henares. Dibujo Ignacio Sánchez.

    



A veces Liena rozaba con los dedos las columnas más antiguas, y sentía como si le susurrasen historias al oído. Le encantaba salir a pasear los domingos por la mañana, porque nunca sabía lo que iba a encontrarse. Un día podían estar los soportales inundados de caballetes; otro, tomados por estatuas vivientes; otro, por artesanos. Era frecuente ver algún grupo de cómicos vestidos de época ilustrando las rutas teatralizadas. Por San Antón llenaba la calle una fila de mascotas con sus amos, desde la Casa Tapón hasta el Hospitalillo, templo donde recibían los animales la bendición del santo. Caballos, mulas, borricos, algún gato serenísimo provisto de arnés y otros menos pacientes en su trasportín, canes de toda raza y sin ella, periquitos, loros, cotorras, tortugas, alguna que otra iguana, peces en sus peceras, hámsteres en sus jaulas y conejos variados con susto en el cuerpo. Tampoco se libraba el santo de algún ofidio, ni el cura, que daba la bendición con más cautela que ganas. Los costaleros ensayaban las vísperas de procesión con los pasos desnudos, y los cargaban de sacos para emular el peso de las imágenes. Y cuando no se terciaban estas cosas, era teatro de calle, música en las plazas, mercado barroco, títeres, rally de coches antiguos, juerga rociera o manifestaciones a favor de las cigüeñas y en contra del obispo. Todo ello servido de tenderetes, puestos de libros, de sellos, de monedas, terrazas de bar y pedigüeños.”



     “Añádase la debida proporción de maniáticos que toda ilustre ciudad alberga: el Iluminado, que se tiró un día por el balcón al creerse ingrávido; el Jesucristo, que se lanzaba a los viandantes con su mirada azul intimidatoria y les disparaba con voz de cañón: “¡Me das una moneda!”; el Incógnito, siempre escondido tras el filo de algún periódico, para de esta guisa recorrer las calles y las iglesias vigilando a hurtadillas lo que se terciase. Estaba también la Yonqui, que desde el alba al anochecer recorría los bares mendigando un trago, y se encaraba con el indiscreto que osase mirarla dos veces, aunque tenía buen corazón; y la Profetisa, que insultaba a los curas en las procesiones; sin olvidar al Santoni, que se tapaba el cráneo con un zorongo pirata y andaba como Frankenstein. O al Mátrix, vestido siempre de Neo, ya hiciera frío o calor. Y el sin par Platanito, toreador de coches y feo como él solo. A ese, como no podía ser menos, se lo llevó por delante un Volkswagen Passat de segunda mano”.



    Y como Mariaje me marca el paso, me voy yo más allá a por Mario, aquel muchacho espigado que vivió en la casa de Cervantes antes de que lo fuera y que, cuando la muchedumbre esperaba la antorcha de la Olimpiada de México 68 en larga y aburrida espera, Mario enarboló una escoba y a zancada atlética por la calzada obtuvo el más clamoroso éxito registrado en estos pagos. O cuando Ramón Vallejo ‘El Liguerín’ se decidió por la adquisición de la caja de limpiabotas, y ‘El Tronchao’, titular de la canonjía de la puerta de Casa Juan, vinos y cervezas, le amenazó con llevarlo a sindicatos. O la ‘Rosario la tonta’, quien, pese a su título, era un archivo público de fechas inútiles.   O ‘El Chiroli’, el que se arrodillaba ante el altar de Cervantes en la plaza y se ponía con los brazos en cruz como un penitente de la cofradía del vino. O aquel Malaca que se pasó la vida transportando los carretes de películas del cine grande al chico, y viceversa, sintiéndose formar parte del engranaje de un giro cósmico inalterable. O aquel Perdices, funcionario municipal del Servicio Público de Limpiezas que exhibía la rara habilidad de lanzar un eructo que desde la Casa-tapón recorría toda la calle Mayor con riesgo de su pétrea verticalidad. O aquel Tavares que se caló la gorra de vigilante del aparcamiento de la plaza de Cervantes y dirigía el tráfico. O aquel Fernando ‘el ronquillo’, cansino y reiterante con su “para hoy sale hoy”, quien, sin ver, juntaba mensaje con columna. O el pavero de las navidades de vara y mandilete gris. O el Niño de Irueste, un anciano de voz atiplada que anunciaba su producto con la claridad de su voz: “Miel y nueces de la Alcarria”. O la churrera matinal de los “calentitos”. O el disonante Nono, el mercero gangoso de la baja calle Mayor. O Elisa la ciega, vendedora del cupón junto a la Vicenta, sorda y ‘liguerina’, que iban a la terraza del cine y se quedaban solas por causa de su intercomunicación. O Mendizábal, el portero de pata de palo del Seminario que cuando se curaba el muñón juraba en vascuence profundo. O Jurelo, el que un día vendió un rebaño de ovejas con pastor incluido, quien le miraba descreído por vez primera…



     Fue Mariaje quien nos abrió desde el Retiro el filón de los personajes costumbristas de Alcalá, ella, la sacerdotisa de los perennes humos de incienso que ahora justamente le revienen.       





José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 5.11.2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

El sábado será otro día



El sábado será otro día

     Era el sábado día 29. La mañana tuvo un relente de aire frío, que simultaneaba con un sol indeciso, de planes indecisos entre cielos indecisos, hasta que el día se entonaba de solanas agradecidas, de grupos turísticos que bajaban del Paseo de la Estación como hormigueros hacendosos y se detenían ante la Facultad de Derecho, ante Jesuitas, ante el Colegio del Rey, y ante la placa donde estuvo la imprenta de Juan Gracián, la de La Galatea, la que, por cierto, yo redacté y coloqué, en tanto pegaba oreja junto al hormiguero ahora detenido, el mismo que estaba dispuesto a descubrir después la plaza de Cervantes y el desfiladero rocoso de la calle Mayor.



     Estoy paseando con mis amigos Mari Carmen y Gabriel. Ella nos invita a un café en la terraza de una calle de una mañana densa de visitantes que se interesan por la ciudad, que se entrecruzan y se concitan en el corazón monumental de la plaza de San Diego, que soporta el sabatino trasiego de esa agradecida corriente que vivifica las arterias de su cuerpo inflamado. Mi amigo, que es alcalaíno allegado, me dice que se siente orgulloso de este masivo interés por Alcalá, lo que deseó para la ciudad desde que la conoció en los años sesenta. Los grupos se suceden y se amontonan frente a la carátula accidental que ahora cubre la fachada de la Universidad, a modo de trampantojo, pero que a mí me parece un tul de transparencias seducentes donde se adivinan las gracias de su cuerpo traslúcido.



     La mañana callejera del sábado nos trae la entonada decisión de que Pedro Sánchez, el hombre del “NO es NO” dice NO a su partido, entregando el acta de diputado. Ya lo había anunciado en clave cuando dijo que “el jueves, junto a sus compañeros, votaría NO a Rajoy —la obsesiva obsesión que le obsesiona— pero que el sábado sería otro día.” Ha sido por estas maneras que Pedro ha sido incluido entre los profetas de vuelo literario, pretendiendo al mismo tiempo emular a los grandes toreros, como Felipe González, que salió un día de la plaza por la puerta de arrastre y volvió al día siguiente por la puerta grande. Pedro dimite para empezar su carrera política desde cero, descendiendo a los afiliados de su partido que él mismo ha dejado en la mitad. El hombre menguante baja a su menguada realidad para menguar del todo.



     Pero  el vuelo literario de ese sábado que fue otro día estaba puesto en los versos del Tenorio de la noche alcalaína, donde Don Juan, puede que pensando en  Pedro, clamara así:



Yo a las cabañas bajé

y a los palacios subí,

yo los claustros escalé

y en todas partes hallé

memoria amarga de mí.



      Y Doña Inés volvía a dar a don Juan un NO indeciso, cuajado de desfallecimientos y arrobos. Un NO que era un SÍ, mediante las artes celestinas de Brígida. Mientras que el SÍ determinante de la apuesta mantenida por don Juan, del SÍ desafiante y seductor ante doña Inés se convertía en el NO más vergonzante del caballero perjuro y  burlador. Al mismo tiempo que en la Huerta del Obispo se iban desgranando los versos octosílabos del Tenorio a través de seis escenarios, al mismo tiempo que iban cayendo los NO y los SÏ que eran y no eran, a la misma hora, en el  Congreso de los Diputados iban cayendo los SÍ que eran y los NO que también eran. Rufián, un diputado que fue prototipo de cuando un nombre hace a un hombre, insultó gravemente al PSOE y su NO rotundo contra la infamia fue espontáneamente apoyado por PSOE, PP Y Ciudadanos, en un respingo solidario de aplausos en pie y de alarde constitucional, que de haberse organizado, alguien lo habría evitado por no sé qué melindres. Pero lo espontáneo tiene otro cariz.



     Eran dos los simultáneos acontecimientos de la tarde de aquel sábado: el Tenorio y el Congreso. La escena del sofá, que, por cierto empieza por NO, apunta persuasivamente que ganaron los que eligieron el aire libre de las murallas arzobispales de entre los dos eventos superpuestos:   



¿NO es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?



     Aquel sábado de la mañana indecisa tuvo una decisiva noche de 170 SÍ y de 111 NO. Sin embargo, la coincidencia con la celebración populosa del ‘Don Juan en Alcalá’, hace posible su torcida contaminación. De momento, los NO y los SÍ, están ahí en su tierna pronunciación, verdes que te quiero verdes, ahítos de vivir y confrontarse. Cuando los NO rotundos y enormes de las pancartas envolvían el Congreso después de la investidura, eran ya unos NO vagabundos y zombis, ya  ‘ahorcados’ —dicho sea en el argot del juego del dominó— por la última ficha colocada por Rajoy, la cual tenía en la mano hace trescientos quince días esperando colocar



     —Descansado habéiss —clamó Don Juan desde las murallas de Alcalá—. Y los espectadores de ambos eventos comprobaron el acierto del profeta al anunciar que aquel sábado sería otro día. En la madrugada siguiente todos los relojes del país cambiaron la hora.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 5.11.2016

domingo, 30 de octubre de 2016

Cervantes y Cabra



Cervantes y Cabra

     El que fue joven teniente de Corregidor en Alcalá de Henares en 1509, el licenciado cordobés Juan de Cervantes, vuelve a estas cercanas tierras de Guadalajara en 1527 para servir al tercer duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza, y vuelve a Alcalá en 1532 para resguardarse del escándalo habido con la dote de la tía María, amante de Martín Mendoza e hija de Juan, quien abandonará en 1538 a su mujer  Leonor Fernández de Torreblanca, la rostrituerta, la que dejó en Alcalá al lado de Rodrigo, su hijo sordo y ‘zurujano’. Ahora, después de pasar por Cuenca y por Plasencia, el Licenciado Juan es nombrado alcalde Mayor de Cabra por una provisión solemne que emite en Agosto de 1941 ese gran español que se llamó Gonzalo Fernández de Córdova, duque de Sesa, tomando posesión el 28 de septiembre siguiente. Y en Cabra se instala junto a su ama Mari Díaz y su hijo mayor Andrés.

     Solo Andrés, puede que en 1543, debió ir a Alcalá a la boda del hermano alcalaíno Rodrigo y la argandeña Leonor de Cortinas, padres de Cervantes. Entre ambos hermanos hubo de haber excelente sintonía. Rodrigo pondrá el nombre de su hermano a su primer hijo, Andrés, muerto en la cuna, insistiendo después con Andrea. Y el hermano de Cabra pondrá Rodrigo a uno de sus hijos, porque el primero fue Juan, seis meses justo menor que su primo Miguel de Cervantes. Al licenciado Juan un año después de ser nombrado alcalde de Cabra, le nombran de Baena y después gobernador de Osuna, cuando Andrés ya tenía novia en Cabra, a donde vuelve para ser allí alcalde en varias ocasiones, casarse dos veces y tener seis hijos con la primera de sus mujeres, doña Francisca de Luque. Rodrigo, el padre de Cervantes, después de la experiencia dolorosa de Valladolid, viaja a Córdoba a finales de octubre de 1553, donde está su padre Juan, pero al ir acompañado de la familia no irá a la casa del padre. Sin embargo, parece que se congracia con su padre, al dar el nombre de Juan al último de sus hijos.

    
                              Firma de Andrés de Cervantes
    
      Pero el principal valedor del padre de Cervantes en la aventura hacia el Guadalquivir en busca de mejor fortuna, tanto en Córdoba como en Sevilla, hay que buscarla en su hermano mayor Andrés, el egabrense de residencia perpetua y hermano generoso que empareja a su hijo Juan con Miguel.  En Córdoba se abre Cervantes a las primeras letras, y de esa época iniciática deben datar las robustas amistades adquiridas con Gonzalo Cervantes Saavedra, Aguayo, Tomás Gutiérrez y puede que con Juan Rulfo. Pero entre las dos grandes ciudades está Cabra, donde el hermano alcalde se ve impelido en 1558 a actuar a favor de su hermano, dándole trabajo a Rodrigo en uno de los dos hospitales de la villa, el de la Caridad, cuyos cargos dependían directamente del alcalde. Allí debió vivir Cervantes y conocer la sima de Cabra, a la que en varias ocasiones se refiere abundadndo en detalles, además de encontrar allí el remanso de su alma incipiente de poeta. En Sevilla aparece Rodrigo acompañado de su hija Andrea, en principio, pero pronto aparece Miguel, quien observa con admiración imborrable en su corta edad las representaciones del batihoja Lope de Rueda, de quien se aprende sus letras.

     En la postrera de las novelas ejemplares de Cervantes, ‘El coloquio de los perros’, donde Berganza cuenta a Cipión sus andanzas de perro con distintos amos, y salvando los recursos literarios, parece referirse a la vida de perro que le dio su primo Juan, haciéndole cargar con las pesadas carteras escolares de aquel tiempo. El perro complutense se queja del trato recibido de su primo egabrense,  de quien se siente siervo en el traslado y estancia en aquel colegio de Jesuitas al que asisten ambos, de tal manera que llega a escapar y su queja produce irremediables consecuencias.

     Cuando a Miguel de Cervantes le hierve la sangre de sus veintiún años, saca la espada en las inmediaciones de los Alcázares Reales de Madrid y hiere en una pendencia a Antonio de Sigura, quien presenta denuncia. La Justicia le busca. El asunto es grave. Miguel puede huir de España por la frontera de Portugal, por el Pirineo catalán o embarcarse en Valencia. Astrana Marín, haciendo valer el criterio de razón por falta del documental, dice que iría a Cabra, que allí estaba su seguridad, junto a su tío que era alcalde Mayor, y junto a sus primos Juan y Rodrigo, y que allí esperó la sentencia.

     Los abundantes pliegos de la sentencia cayeron por casualidad, dicen, en el siglo XVIII en el taller de un cohetero de Alcalá de Henares. Solo se sabe el castigo final: diez años de exilio y la corta de la mano derecha. Los cervantistas, ante la sentencia monda y lironda, comentan tan drástica medida de varias formas. Unos dicen que su crudeza es por causa de huir de la justicia; otros encuentran la causa en que la pendencia se desarrolló en el espacio regio de los Alcázares; otros dicen que era aquel el castigo de la época impuesto al pecado nefando de sodomía. Incluso hay quien dice que ese puede que no sea el autor del Quijote. Pero este último alegato es el más frágil. Las fechas y pasos de su huida a Italia cantan. Y canta sobre todo ese personaje autobiográfico de su pendencia llamado Antonio en su ‘Los viajes de Persiles y Sigismunda’.

      Gracias a que en aquel 1568 había sido levantada la herencia de su abuela Elvira e incluso su padre había concedido un préstamo, por lo que se supone que pudo ser dotado de buen caballo y provisiones para su viaje de huida a Italia, después de la tremebunda sentencia.

José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid, 29.10.2016

El ancla



El ancla

     El siete de octubre pasado, 445º aniversario de la batalla de Lepanto, fijaron el ancla el almirante de la Armada, Juan Garat Caramé, y el alcalde de Alcalá de Henares, Javier Rodríguez Palacios, en la que desde ese día se llamó glorieta de la Armada Española en la carretera de Meco frente al edificio policial. Fijaron al alimón el ancla, donada por la Armada y aceptada y ubicada por la ciudad, bajo el orgullo recíproco del dador y el receptor, ligados a un mismo Miguel de Cervantes de este cuarto centenario de su muerte. Fijaron el ancla del soldado “ejemplar y heroico” que fue Miguel de Cervantes en contra de esa batulea de cervantistas oficialistas que se han atrevido con desvergüenza a extorsionar el heroico comportamiento de Cervantes en Lepanto en este aniversario redondo de su muerte.

     El principal biógrafo de Cervantes ha sido Luis Astrana Marín, cuya monumental obra en siete copiosos volúmenes lleva el título de “Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes”. Pues al biógrafo y al biografiado quieren llevarse por delante estos insensatos en un tema por otra parte ya bien trillado.

     Fue otro gran cervantista como Martín de Riquer el primero que planteó la hipótesis de que Jerónimo de Pasamonte fuera el autor de la segunda parte del falso Quijote firmado como Alonso Fernández de Avellaneda. Este tal Jerónimo había sido compañero soldado y cautivo con Cervantes en diversas campañas militares como Lepanto, Navarino y Túnez, donde fue hecho preso por los turcos, y cuya cautividad tuvo peor suerte que la de Miguel, llegando hasta los 18 años, la mayor parte de los cuales estuvo Jerónimo como galeote de los barcos turcos. Volvió a España y en 1593 publicó unos apuntes biográficos, antes de escribir su ‘Vida’, donde Cervantes con sorpresa se ve suplantado en la batalla de Lepanto. Las falacias propagadas por el galeote de “la Mancha aragonesa” fueron satirizadas por Cervantes en el personaje Ginés de Pasamonte que de galeote  cautivo de los turcos pasaba a ser galeote encadenado por malhechor para servir en las galeras reales, y a quien Cervantes replica punto por punto, en imitativa y superadora réplica en la novela interpolada del ‘Capitán Cautivo’ a las experiencias de las campañas militares narradas por Pasamonte.  Por eso dice el apócrifo Quijote de Avellaneda en su prólogo que él fue imitado primero, además de su queja sobre los “sinónimos intencionados” que sufre. Ginés de Pasamonte será el único personaje episódico de las dos partes del Quijote.

    
                       Maqueta de una galera española de la época
     
     Tiene Cervantes, sin embargo, otros testigos de su heroísmo en Lepanto, como de sus fiebres, quizás las cuartanas de Corfú, las que le obligaron a estar postrado en la cueva de La Marquesa, antes de la batalla principal, de la que nunca dimitió Miguel, pese a las recomendaciones de sus jefes y oficiales, no queriendo faltar en el momento crucial del combate al primer puesto del lugar asignado en el esquife, al frente de un grupo de doce soldados. De aquella batalla de Lepanto tomamos los momentos previos de la descripción del propio Astrana:
     “Publicóse al instante el jubileo e indulgencias del Pontífice para los que allí murieran y se hizo la absolución general. Entre tanto, el resplandor de las armas competía con los reflejos del sol en el mar, y la diversidad de colores, banderas, estandartes, flámulas y gallardetes entonaban el hosanna de la victoria a la vez que el adiós a la vida. 
Don Juan volvió a su galera e hizo enarbolar un Crucifijo (el antiguo «Cristo de los moriscos», que le traía el recuerdo de Luis Quijada), con la imagen de Nuestra Señora; se vistió con toda calma su coraza, debajo de la cual se prendió el «lignúm crucis» regalo del Pontífice, colocóse el collar del Toisón y se cubrió con su casco. Un momento quebró el sol sus rayos en sus atavíos de guerrero, y pudieron verle sus capitanes y soldados arrodillarse, pidiendo a Dios el triunfo. Después, desde lo alto de la proa, que le servía de puente, dio a los clarines y trompetas la orden de tocar la batalla. ¡Era la llamada terrible a las armas vengadoras y tiranicidas! 
Frente a frente ambas escuadras formaban como dos arcos opuestos, que apoyaban un extremo en la costa e internaban el otro en el mar. El ala derecha turca (Mahomet Sirocco) se enfrentaba por la parte costera con la izquierda cristiana (Barbarigo), y la izquierda turca (Uluch Alí) que entraba en el mar, con la derecha de la Liga (Juan Andrea Doria). Una milla antes de embestir, Alí-Pachá disparó un cañonazo, contestando con otro don Juan.

                                           Cervantes joven

Son las once de la mañana, el sol brilla espléndido, el cielo está límpido y como translúcido, y el mar semeja un plato de leche. El viento, favorable hasta entonces a la armada turca, cambia de pronto, y se tiene en la de la Liga por buen augurio. Avanzan las dos escuadras pausada y armoniosamente.” 
    Son los mejores testimonios de la valentía de Miguel su pecho hundido y su mano estropeada. Su galera ‘La Marquesa’ ocupó el encarnizado cuerno izquierdo y sufrió “más de cuarenta muertos”, y Miguel recibió dos arcabuzazos en el pecho a quemarropa y otro en el brazo. Ensangrentado, enardecía a los suyos para lograr la victoria. El 31 de octubre fue la entrada triunfal en Mesina, en cuyo hospital sanó Miguel tras larga convalecencia sin poder librarse de las secuelas de su mano izquierda. Allí fue visitado por don Juan de Austria, quien tuvo testimonio de la heroicidad del alcalaíno, a quien subió su soldada y le firmó algunos pagos de atrasos.
    
     Este ancla nos ha salvado de los galeotes cervantinos de nuestros días.    
  
José César Álvarez
Semanario ‘Puerta de Madrid’, 15.10.2016