martes, 1 de mayo de 2012


Cuando la plaza dejó de ser blanca

     Fue mi amiga Marijo y se cayó en la calle Navarro y Ledesma, que es un cervantista que da nombre a la calle donde está Hacienda y donde vive mi amiga escritora. La caída fue motivada por unas baldosas que bailaban. La accidentada hubo de pasar unos días en el hospital, y cuando salió, aunque renqueante, se fue a protestar al alcalde, y al día siguiente Bartolo desplegó cuadrillas por los cuatro puntos cardinales de la ciudad a la caza de baldosas que bailaban.

     Las baldosas blancas que había en la plaza de Cervantes no bailaban, pero se patinaba sobre ellas. Y sobre todo, estaban trituraditas. No podían seguir por más tiempo en el lugar emblemático de una ciudad Patrimonio. Afortunadamente han sido sustituidas por otras más seguras, de mayor agarre. Sin embargo, nuestra plaza ha dejado de ser blanca, ha perdido la inocencia de la primera comunión, ha perdido su contraste ajedrezado, y, quizás por eso, porque ha perdido, ha dejado de ser merengue.

     De la pavimentación del patio de Armas del Palacio Arzobispal no he oído ningún comentario.Yo me quedé perplejo cuando se hizo, no podía dar crédito.  Un embaldosado de aspecto granítico  inundando el inmenso espacio todo, todo, sin descanso alguno, a su bola,un granítico absolutamente unívoco y empalagosamente omnipresente, sin resquicio para el contraste, de tonalidad única, colmando hasta el estrado del acceso a la puerta principal. Nada que ver con aquel proyecto que llevaba en la cabeza el Abad don Francisco Herrero: la piedra calcárea formando cuarterones de empedrado tostado, en conjunción con la cálida piedra de la fachada, que es la que allí manda, y, en el centro, un suelo de ceniza con macizo de morados vegetales, aludiendo a los tonos del gran escudo del balcón principal. Ahora, unos impersonales tiestos, apostados en el centro del patio, quieren devolver inútilmente la gracia perdida. Ay, don Francisco.

     Pero el embaldosado de la plaza de los Santos Niños sigue siendo nuestra asignatura pendiente, aunque parece ser que tiene los días contados. El límpido aspecto que ahora luce nuestra Iglesia Catedral-Magistral, nada tiene que ver con la jerga de ermitaño, zurcida y remendada,  tendida descuidadamente a sus pies.    

     Telemadrid

     De los suelos a los cielos. De altura fue la programación que nos sirvió Telemadrid en la fiesta autonómica del día 2 de mayo. El helicóptero de TM, tan criticado por algunos, nos sirvió por la noche un documental majestuoso. Se trataba de actualizar el semblante regenerado de Madrid  y de sus alrededores, su urbanismo, su campo, sus monumentos... En la capital, como pauta de trabajo, siguió la línea del Manzanares, poniéndonos al día de sus nuevos equipamientos. Después, siguiendo la A-3 nos llevó a Rivas-Vaciamadrid, donde, en efecto, Madrid se ha vaciado, se ha volcado allí ladrillarmente.

     Total, que después de su largo vuelo, como guinda del documental, la “cámara alta” madrileña se dirigió a Alcalá, cometiendo un pequeño error: se posó sobre el cerro del Ecce Homo diciendo que es el lugar ancestral de la provincia. No, el monte legendario alcalaíno es el de San Juan del Viso, donde la población encastillada de sus alturas bajó al fértil valle  del compluvio de Compluto. Entiendo que el realizador debe encontrar en el piloto su complicidad para expresar su lenguaje, tal que los barridos vertiginosos sobre ríos y  campos, hasta llegar  a descubrir la colonia de avutardas, reinas de la campiña, ante quienes se doblaron carreteras y parlamentos. O los picados lentos, parsimoniosos, de la cámara, cuando está en la altura de un edificio. Magistral, nunca mejor dicho, fue el picado de nuestra torre catedral en una imagen inédita. Le faltó haber enfocado al claustro. El premioso paso por la torre de la iglesia de Meco tuvo su efecto levitante, consiguiendo el vértigo en el espectador.

     La música resultaba inundante, avasalladora. No, ya no existe la acotación del guionista de “música a PP” –que quiere decir, a primer plano, no se equivoquen– o “música a fondo” para dar paso a la voz. No, el realizador parece decir: Yo soy sólo imagen y música, y quien venga detrás que arree, por mucho texto o mucha voz que venga”. Y la voz se perdía.

     Es la era y hora de la imagen y hay que recoger los bártulos.
                                                                                                         


                                                  José César Álvarez
                                                   Puerta de Madrid, 14.5.2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario