miércoles, 2 de mayo de 2012

Lo que ve Cervantes desde su plaza

     Veo mi plaza, la cual domino desde la altura que quisieron darme mis paisanos, y aquí erguido devano mis horas, apostado justo sobre el cauce del arroyo de muladares que atravesaba la vieja plaza del Mercado de mis días mortales.

     Veo todos los mediodías a la señora que echa miga de pan a los jilgueros y oculta su oficio migoso tras del muro vegetal que forman los altos rosales, insistente y tenaz ella, a resguardo de quienes la reprenden.

     Veo a un camarero de una de las terrazas llevar su mano al bolsillo de las propinas y también a otro más profundo.

     Veo a la Patrona, Nuestra Señora del Val que la llevan unos guardias la víspera y no la traen otros guardias en su retorno, y se me viene a las mientes el sentido castrense de los que estuvimos en Lepanto, Corfú  y Navarino, donde no había ni u-ge-tés ni ce-ce-ós.

     Veo por primera vez en mi efeméride natal esta plaza negruzca,  de pavimento indiscernible, desprovista de aquel contraste ajedrezado, gris y blanco, tal como la concibió la pre-democracia y que ha triturado y oscurecido la democracia. Han difuminado ante mis ojos el dualismo de la vida, el sentido binario de mis libros, han allanado el escalón abismal de mi Quijote y Sancho, del entendimiento y el corazón, del cuerpo y el alma, del sol y la luna, de la izquierda y la derecha, del poeta y el militar, mis dos pasiones.

     Veo a conversadores, de quienes oigo su jerga vocinglera y vulgar, manida y procaz , regada de alcohol, donde el fútbol les concede la oportunidad de ejercer su función parlante, y oigo también a señoras y señoritas, que exhiben su machismo mimético cuando dicen estar hasta los huevos y mandan a tomar por culo.
    
     Veo desde esta altura seis huertos, seis plantales de rosales que en principio fueron areneros, cuyos considerables rectángulos limitan la capacidad de la plaza y la movilidad de mis paisanos que no quieren darse cuenta., absortos en la estética que le negaron al pavimento. 

     Veo a los niños con patines, su furor naciente y la permisividad de los mayores, que, ante su incisiva violencia, huyen, renunciando a un espacio que algún día resultará irrecuperable.
    
     Veo a mi diestra y a mi siniestra, por encima de los plátanos y de las casas, dos grúas que se asoman como monstruosos murciélagos, cuya presencia me desasosiega. Y veo, oigo y sufro los aviones rasantes de la mañana, que violentan mi faena y hacen trepidar mi esqueleto.

     He visto en una clara alborada un ejército de cigüeñas alcalaínas cubrir el cielo de este alto septiembre en que yo nací, y recuperar su ancestral naturaleza migratoria. Las zancudas voladoras formaron una punta de  delta dibujando una A de Alcalá en el cielo, aunque hay quien dice que era la A de Isabel Allende, premio Ciudad de Alcalá de Henares de las Artes y las Letras de mis justas cervantinas, e incluso, ha habido quien ha dicho que era la A de Avendaño, el concejal que, desde la oposición, ha aprobado al gobierno municipal en sus cien primeros días de legislatura y ha dejado el sobresaliente para sí mismo.

     Yo no lo veo, lector, pero me consta que en la cabecera de este escrito figura el “miguel” de mi fe bautismal, garabato archivo y sacramento de la Iglesia Católica, motivo festivo, troquel de orgullos mutuos, grafía erosionada de fin de línea que se ha perdido y que aquí se reencuentra, y alegremente nos reencontramos.

                                        José César Álvarez
                                               Puerta de Madrid, 8.102011

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