miércoles, 2 de mayo de 2012

La península

     Empezó el Mercado Medieval y salí disparado a  Croacia, que es a lo menos a donde uno puede saltar. He de aceptar el pringoso y largo tinglado a causa de  la larga y pringosa aceptación que despierta, pero, eso sí, desde lejos, y vuelvo después que el sahumerio medieval haya purificado los agredidos espacios alcalaínos.

     Me fui a Croacia y conocí a una familia de mallorquines de Pollensa, cálidos y locuaces, como si hubiéramos comido siempre en el mismo plato. Me dijo él que hablaban el pollensino, que era una variante del mallorquín. Poca cosa de diferencia: en vez de los artículos son/sa usaban le/la. Decía él que era una influencia francesa, ya que el rey Jaime, al repartir en zonas la repoblación de la isla conquistada, confió esa parte a un francés. Habíamos salido de Duvronic, con el alma llena de piedras blancas, de murallas y pavimentos blancos, de palacios venecianos y su trama de calles increíbles, nos dirigíamos al norte, cuando el guía nos anunció que íbamos a entrar en suelo bosnio durante diez kilómetros. Era una salida al mar que habían “permitido” a Bosnia, pero que ellos estaban construyendo una carretera muy costosa a través de la  península de Peljesac y el mar para no tener que pisar territorio extraño. Iba, pues, el guía hablándonos en el bus de la península para arriba y para abajo, cuando la pollensina saltó de esta guisa:

     –¡Si nosotros vamos mucho a la península!

     Estaba claro que no le hacía falta atender. Este cronista soltó una carcajada indisimulada y sin explicación. La pollensina había digerido el término “península”, no como un accidente geográfico común, sino como el nombre propio de su suelo troncal y macizo.  ¿Qué habría, pues, de saber de la península aquel croata tan parlanchín?

     Sobre este paisaje kárstico y su litoral dálmata de 1.185 islas reinó el alcalaíno Fernando I de Habsburgo, emperador que fue de Bohemia y Hungría, donde estuvo metida Croacia. Y cuando estas costas fueron venecianas, y bien se nota, los antepasados de estos hombres altos y serios, estuvieron en Lepanto junto a Cervantes, para impedir lo que al final no impidieron. En el inmenso palacio de Diocleciano en Split, la memoria de los mártires, incluidos Justo y Pastor, ha sido vindicada, doy fe ya que sobre el túmulo del cruel emperador romano ha surgido una catedral católica con una esbelta torre gótica, que es el símbolo de la ciudad. Split es la segunda ciudad de la República croata, tras su capital Zagreb, la pequeña Viena.

     Y hablando de penínsulas, de la de Istria, uno no sabría si quedarse con la basílica bizantina de Porec, el quejido monstruoso del órgano marino de Zadar, el casco histórico de Trogir, la catedral de Santa Eufemia en Rovinj o el anfiteatro romano de Pula.
   
     Cerca de estas piedras romanas se cayó la pamplonica Mayte y se rompió un brazo, y estos eslavos venidos del centro de Europa, le hicieron el informe médico en latín. Yo me quedé pasmado. Las tierras castellanas, donde se cultivó y arraigó la lengua de Roma, presentan una rigidez lingüística, muy lejos de la fluidez que exhiben estas gentes. 

     Los croatas fueron los inventores de la corbata, cuyo uso cautivó a los franceses, y el “echarpe á la croate” fue la “cravate”. Y esa corbata, además de ser un abrazo amigo colgado del cuello, es además, eso, una península colgante, donde el nudo es el istmo, una coyuntura cálida y solidaria. Como la pollensina.
                                                                                             
José César Álvarez
                                               Puerta de Madrid, 22.10.2011

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