miércoles, 2 de mayo de 2012

Y dale que dale con el puente Zulema

     Eso que todavía está sin inaugurar. Estamos hablando de la nueva pasarela sobre el Henares, en cuyo tránsito me hallo ahora tratando de replicar de nuevo a los señores D. Antonio García y D. Javier Rubio, que ahora asoman tras el “Grupo en Defensa del Patrimonio Complutense”, dos reputados arqueólogos, a lo que parece, preocupados por la ciudad.

     Les quiero yo contestar aquí a su contrarréplica, un texto, el de ellos, largo, reiterativo, minucioso,  como si se tratara de una clasificación de cascotes.

     No talaré yo tanto bosque, señores. No puedo descender a tanta minuciosidad, prefiero contestarles por elevación, es decir, contestarles al tema del puente, pero sin hablar del puente, que ya cansa, y así iremos al meollo del asunto. Miren ustedes, yo de arqueología no sé ni papa. Pero quizás pueda interesarles la opinión que de ustedes tiene un profano en la materia, alguien que les ve desde fuera.  En líneas generales, el arqueólogo, el defensor de lo antiguo, practica un puritanismo sobre el patrimonio. En el mismo escrito de referencia ustedes hacen una relación de supuestos monumentos  de interés por rescatar, algunos de los cuales puede dejar boquiabierto al más pintado.  Ustedes no pueden ir haciendo museos y monumentos de cualquier cosa. Yo salgo a la calle, doy un zapatazo, excavamos ahí y de seguro que debajo hay recesvintos y chindasvintos. Y los arqueólogos van dando por ahí muchos zapatazos. 

     Hablan ustedes de “los criterios internacionales de restauración”, de los que yo soy también lego, nada sé. Pero, sin embargo, yo he estado en
Centroeuropa y he presenciado la formidable recuperación del patrimonio perdido en la II Guerra Mundial, y, más recientemente, en Duvronic y Mostar he visto la flamante recuperación de monumentos imprescindibles de la historia de estos pueblos, alcanzada a través de la técnica del facsímil por instituciones internacionales. Y he comparado estas técnicas con la gazmoñería de la arqueología española, por la que. en Alcalá es irrecuperable, entre otros, la crestería del patio Trilingüe y el propio Palacio Arzobispal, monumento primero que debe encabezar cualquier listado de la recuperación complutense y no perderse en bagatelas.

     Contaré un solo caso de entre el largo victimario arqueológico alcalaíno. Me contaba don Manuel Ureña ante mi requisitoria por no haber reparado las desolladuras en la piedra que el desprendimiento de la techumbre ocasionó en los paramentos de la nave de la Iglesia Magistral, me contestó, digo, el señor obispo, que el criterio arqueológico exigía restaurarlo en un color, para distinguirlo de lo auténtico, por lo que se quedó así. Y a mí me entró la risa floja, y, desde entonces, señores arqueólogos, no he podido contenerla.

     Es la era de Atapuerca, es la era y hora absolutista de la exaltación de lo antiguo, es la imposición del criterio arqueológico, puro y duro, sobre el criterio artístico, que queda marginado. Para los arqueólogos españoles la recuperación europea es un falsario. Y ustedes ya pueden saber por qué me tiento las ropas cuando me sale al paso un arqueólogo.

         Un par de cosas nada más. Ustedes interpretan por libre y maliciosamente una frase mía: “nuestro colega escribiente nos reprende” –no sabía todavía  que se trataba de un dúo– y ustedes me acosan en sucesión de preguntas de estilo catilinario que por qué me doy por identificado, qué  me va en el asunto de su crítica al puente, concluyendo en torpes y arbitrarias deducciones. Yo les explicaré por qué me doy por reprendido: porque yo escribí primero sobre el “puente”, vinculándolo a los romanos, aunque de forma lírica, como ustedes me reconocen. Acto seguido apareció su crítica sobre el puente medieval y yo me di por aludido sin más. No caben otras interpretaciones ni malévolas insinuaciones.
     
     No obstante, puedo retirarles mi acusación de implicación política, que tanto les ha incomodado, entendiendo que hay reprocidad de su parte. Si dije un día que me gustó el puente, al otro día condené el mercado medieval. Yo no podría escribir si no fuera libre, soy apasionadamente libre.

     Les recomiendo vuelvan a ir al puente, a donde creo que hace tiempo no van, aunque de él escriban largamente, y comprueben si por allí no se va ya a alguna parte, en el sentido de sus estrictas y empíricas exigencias. Hay que actualizarse.

    Vale, amigos..

José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid, 29.10.2011    

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