martes, 1 de mayo de 2012

¡Daniii!


      En la esquina de mi calle, una gitana de atormentada cabellera, con la mano como visera, frente al sol y frente a los peatones que se le echaban de cara, sorteándolos, miraba en lontananza, escudriñaba a lo lejos, apartándose sus cabellos rebeldes con la otra mano y entreviendo a través de los cuerpos opacos que le impedían vislumbrar su objetivo. Con la mueca de una cara que afilaba su vista, la gitana, ajena a su entorno y a sus bellas facciones, que aún retenía, poniéndose de puntillas, gritó:

     –¡Daniii!

     Más que un grito fue un desgarro. La gente se hacía la sueca, pasaba del tema. Ni volver la cabeza ya que ello es gesto de mala educación. Uno no sabe quién es Dani, ni quién es la que grita, ni qué relación hay entre ambos. Podría ser la madre de Dani por los clarines vaginales de la “i” final. Pero uno nunca sabe. No se puede crear una historia con un grito aislado. La historia existe como existe el grito, Pero el grito debo colocarlo donde corresponde en la historia que no tengo.

     Seguí mi camino llevando debajo del brazo un libro de poemas mío. Llevarlo debajo del brazo no es lo mismo que llevarlo en la axila aunque sea lo mismo. Un libro de poemas no puede trasladarse en las axilas. Como quiera que sea es una pinza zoológica de transporte cómodo. Le llevé mi libro de poemas bajo el brazo a un cura, creyendo que sería bien aceptado por contener algunas piezas religiosas y patrimoniales del lugar. Pero el cura, sin abrir el libro, un tanto displicente, me dijo:

     –No son tiempos para la poesía.

     Y fue esta respuesta la que me hizo pensar. Es cierto que la Iglesia atraviesa momentos broncos como es la profanación de templos, la persecución de los católicos en Irak, de los coptos en Egipto y en otros puntos del África islamista, llegando hasta el martirio, y cuya noticia sólo arranca el silencio de ciertos medios de comunicación, que demuestran su odio a la Iglesia, negándoles el principio más elemental de la libertad religiosa.

     Pero no menos cierto es que la Iglesia es Poesía. El Génesis es poesía, el Cantar de los Cantares es poesía, y los Salmos, y los Evangelios, y las Bienaventuranzas, y el Apocalipsis. Y ese fino intelectual que es Benedicto XVI es un colosal poeta, que en sus mejores páginas, alía la Teología con la poesía, y dentro de ese denso aroma poético aborda la trascendencia. Yo pienso que los mártires de la Iglesia son modelos ejemplares de poetas que dieron su vida por su lucero poético, insobornables para abdicar de su inspiración.

     No, no se trata de mi poesía, que puede ser estopa o yesca. Se trata de la poesía en letras grandes. Los curas son poetas que dan testimonio y que, al igual que  la gitana de la esquina de mi calle, deben mirar a su objetivo, no perderlo de vista, a pesar de los astros cegadores, de los vientos en contra y de la gente que les hace frente, a pesar de los cuerpos opacos y de la indiferencia de la calle. Los poetas que ejercen no deben perder de vista su Dani, su amor, su horizonte. Por eso, creo que el cura que  ha dimitido de antemano de la poesía por causa de un entorno hosco, ha dimitido también de su propio ministeri
            José César Álvarez
                                                  Puerta de Madrid, 7.5.2011

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