martes, 1 de mayo de 2012




 
 
Miguel
      
     Me han preguntado qué sig­nifica ese garabato que pongo arriba presidiendo mi sección. Es la grafía de "miguel", tal como aparece originariamente en la partida de bautismo de Cervantes. Es una palabra fi­nal de línea, que lamentable­mente ha sufrido erosión. Es el niño "miguel" perdido y ha­llado en el templo del cervan­tismo y que de allí he rescata­do. Del "miguel" perdido no se han enterado ni sus propios guardianes. Es la grafía del Bachiller Serrano, el cura que le bautizó y extendió la fe bautismal. Es un grafismo del siglo XVI que no puede estar durmiendo tanto tiempo y que es icono y emblema de este viejo caserío. Es, pues, el niño Miguel, quien se asoma, cha­poteante, desde un regazo de risas y llantos.
      
     Ríe y llora Miguel al com­probar que este año ha venido a morirse un sábado de gloria. Ríe y llora Miguel al pasear su vista por el atestado acto del premio que lleva su nom­bre, por la literatura de cartón piedra de los protocolos y de los cuellos duros y almidona­dos, por la estampa regia de unas justas literarias a la cons­tancia, por la cruda perspecti­va del realismo de posguerra. La novelista homenajeada se llama Ana María Matute y ha estado siempre vinculada a un pueblecito de La Rioja, Man­silla de la Sierra, cuyas gentes, dice ella, tanto la influyeron, lugar vecino de Canales de la Sierra, el pueblo de mi amigo Inocencio de Simón, que en paz descanse. Ino me contaba que, de joven, su madre le prohibió se aproximara a la escritora durante los veranos.
    
      –¿Por qué, madre? -le dijo.
     
      Porque fuma y lleva pantalones -le contestó.
     
      (Por cierto, no otra cosa dejó de hacer mi amigo que fumar e ir en pantalones)
     Pero, Ana María Matute, ve­tada por la señora Inocencia, madre de Inocencio, fue vota­da al fin por el jurado del Pre­mio Cervantes para que subie­ra a la tribuna renacentista del Paraninfo, el juguete domésti­co de nuestros años mozos, con el que ahora juegan perso­nas graves que vienen de le­jos, y a donde se ha encarama­do con justicia la autora de "Los soldados lloran de no­che". Mientras, Inocencio, he­cho estatua al otro lado del Pa­raninfo, siguió, como hijo obediente, dando la espalda a Ana María.
    
      Ríe y llora Miguel cuando le mueven su cuna, cuando quie­ren que haya nacido en uno y otro sitio. El último de los lu­gares pretendientes ha sido Arganda del Rey, patria cierta de doña Leonor de Cortinas, madre de Cervantes. Habrá que entrar en las razones del libro, aparentemente contun­dente, de José Barrios Cam­pos sobre el particular, pero de momento digo: ¿ Tu, quoque, flii mii? ¿Tú, también? Tú, ge­neroso colega que me cita y me descita, tesonero buceador del Quijote de Avellaneda y de la primera estancia en Valla­dolid de los Cervantes. ¿Tú también, hijo de la Institución de Estudios Complutenses, tú también moviéndole la cuna al niño? Ya conocíamos eso de que doña Leonor parió en Ar­ganda y que le bajaron a Alca­lá a bautizar. Pero, dime, ¿qué hacemos entonces con la do­cena de documentos de Argel, que dicen ser natural de Alca­lá, declarándolo ante notarios y escribanos de grado? ¿Qué hacemos? dime. Gracias, en todo caso, por dejar intacto mi garabato de cabecera, gracias.
    
      Ríe, ríe el niño Miguel aho­ra, que le mueven la cuna.

José César Álvarez 
 Puerta de Madrid, 30.4.2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario