domingo, 20 de mayo de 2012

El ‘Tantum ergo’ y el grito mudo

     Era el domingo por la mañana y su sol radiante te reclamaba. Luis y Luisa se prepararon para dar un paseo por la ciudad. Luisa dejó listo el sofrito de la paella. Luisito, como de costumbre, siempre a traspiés, se quedaba durmiendo la mañana por haber vivido la noche.

     Al pasar por el callejón de las Santas Formas, dos curitas y unos chavales fregaban el suelo con lejía, preparando el paso de Dios en el viril de las veinticuatro formas. Más allá, donde el callejón se ensancha, entre si es calle o es plaza, el paisaje de Dios se agravaba ante la nefanda huella del botellón.

     Una nueva y bella puerta con rampa aparece en el callejón con los relieves de Justo y Pastor en cada una de sus hojas. Al final del bulto ladrillar de Jesuitas, hoy Santa María, una fea tapia impide el abrazo al querido templo. Ese espacio que lo impide es universitario. La universidad de Alcalá es la niña bonita de la ciudad a la que en su día  se le dio el mejor ajuar, pero ella no da una china. Allí mismo, en la plaza de San Lucas, el  adoquinado, que baila de fiebres, se estrella contra una alameda para aparcamiento de vicerrectores.

     La mañana está adentrada y Alcalá está vacía. Los tilos de la plaza de San Diego, como una línea de soldados dormidos, apoyan sus cabezotas para no caerse, mientras borbotan los surtidores, que, a sus pies, duermen sus fragantes sueños. Son quiméricos soldados, apostados ante el cuartel del Príncipe, que es un rostro lleno de ojos vacíos, a través de los cuales se adivina un cuerpo huero, víctima de una vesánica y prolongada operación quirúrgica.

     Es ese un espacio de vaciados históricos. Vino a mediados del siglo XV el Arzobispo Carrillo y vació la parroquia de Santa María la Mayor que allí estaba, para construir el convento de San Francisco, donde se albergaron los Estudios Generales de Sancho IV, precedente de la Universidad. Vino en el siglo XIX la desamortización y O’Donnell lo vació, bajo el llanto de este pueblo, para hacerlo cuartel, el cual albergó a los históricos regimientos de caballería como Villaviciosa y Húsares de Pavía, que alternaron sus cantones bianuales con el cuartel de Conde Duque de Madrid. Y vino en el siglo XXI Bono y le traspasó su hípica a su amigo Virgilio Zapatero. Fueron, pues, Carrillo, O’Domnell y Zapatero los sucesivos vaciadores de este espacio. Los dos primeros fueron también constructores, pero el último sólo fue vaciador, por ser rector que reptó al rato.

     Toda la ciudad está también vaciada un domingo por la mañana. Están cerrados los comercios de la crisis y están cerrados los cafés que están abiertos, quizás como consecuencia de la resaca del sábado, la cual llega hasta la cafetería del Parador, también cerrada. Pero su camino les ha permitido gozar de esos dos reposteros cervantinos que penden de sendos balcones de la casa municipal, junto al callejón de Santa María, con textos de Mutis y Vargas Llosa.

     Los plátanos de la plaza de Cervantes se echan los brazos unos a otros formando bóveda en este domingo donde en los templos se lee el evangelio del mandamiento nuevo. Han brotado fuertes los brotes de la poda. La poda es la ‘austeridad’ de Mariano Rajoy y de la Merkel, y es también el ‘crecimiento’ de François Hollande y de los sociatas españoles que se han apuntado al invento. La Merkel y Hollande, Rajoy y la Valenciano, todos ellos están colgados al alimón de los plátanos de la plaza de Cervantes. Porque allí esta la austeridad de la poda y el estallido del crecimiento. Todo está allí, pero por su orden. Que una cosa no quita la otra.

     Luisa y Luis se separaron en un momento de la mañana, tras sus personales preferencias, y se reencontraron en casa, ante la paella, a la que, puntualmente, se sumó Luisito.

     –Yo he visto esta mañana una exposición la ‘mar’ de interesante –dijo Luisa– en el Museo Arqueológico. Se trata de la forma de vida de los madrileños más antiguos que se conocen. Son los carpetanos de Santorcaz de hace 2.300 años.    
    
     –A mí no me interesan tus carpetanos, mamá –sentenció Luisito–. A mí lo que me interesa es cuál será mi forma de vida y la de mis hijos. Por eso estuve anoche en la Puerta del Sol. Las leyes se hacen siempre a favor de los mercados, de los bancos y del capital que quiere asfixiarnos. Los jóvenes vamos a tumbar este sistema en el mundo.

     –Oye  –preguntó el padre–  ¿Qué decíais en vuestro grito mudo? No se os entendía.

–Qué más da –dijo el niño con desgana.

–Pues yo he asistido en Santa María a una bella homilía del señor Obispo, en cuyo acto se conmemoraba las Santas Formas Incorruptas, hoy desaparecidas, la que fue gran fiesta alcalaína, a la que vinieron reyes, cardenales y peregrinos. Ha sido un bello acto eucarístico, al que a diario le seguirá la Adoración Permanente y donde he cantado el ‘Tantum ergo’, qje tiempo hacía…

     –Tú, papá, no entiendes mi ‘grito mudo’, pero menos entiendes tu propio ‘Tantum ergo’. Que lo sepas –remachó agriamente el niño.

     –Está claro que tengo un ‘indignado’ en casa –dijo el padre, en tanto Luisa seguía sin recibir la aprobación de la paella.

                                                                  José César Álvarez
                                                                  Puerta de Madrid, 19.5.2012

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