miércoles, 25 de abril de 2012

Viernes Santo

La Semana Santa de Alcalá se vigoriza de año en año. La magna representación de la Pasión se desgrana devotamente por sus calles. Media Alcalá se queda y media Alcalá se marcha a las playas, a los hoteles, a sus chalés de la costa o la montaña. Y Dios se muere semiolvidado por las calles de Alcalá.

De la Semana Santa alcalaína guardo recuerdos, pero no es ahora el caso. Guardo una imagen pétrea de Zamora, de su puente sobre el Duero, espejándose en sus aguas los hachones y el Crucificado en una noche de luna. Recuerdos guardo del Valladolid de Gregorio Fernández y de la Murcia de Salzillo. Los tambores de Teruel me dejaron algo más que su aparente estrépito, fue una honda conmoción. Sevilla es procesionalmente abigarrada, y acribillada de saetas se torna pasicorta y eterna. La Semana Santa española tiene sus detractores. Lo folklórico, dicen, se antepone a la autenticidad religiosa. No obstante, los sentimientos, si los hay, ayudan a franquear el muro de la fe. Y Dios se muere todos los años por las calles de las ciudades de España.

“La muerte de Dios” es una acuñación de Nietzsche. Separaba “la moral de los esclavos”  de “la moral de los señores”. La primera era la norma de conducta de los sumisos y obedientes, que se debatían entre lo bueno y lo malo, un concepto trasnochado de la moral occidental que había que arrasar. La “moral de los señores”, en cambio, era la moral de los vencedores, la propia del “superhombre”, el que vive como un niño inocente la fuerza de la vida, es fiel a la tierra y a sus instintos y crea su propia escala de valores. Pero para que nazca el nuevo hombre, antes debe de morir Dios. A la luz de este pensamiento, me gustaría que alguien hiciera una bisección que mostrara todo lo que hay del “superhombre” en los nacionalismos, secos de libertades, igualdades y solidaridades. Porque Dios se muere a chorros en los territorios de este país sin nombre.

La noticia ha sido la de un niño al que le mandaron en la escuela pintar su país y pintó a Andalucía toda rodeada de mar como una isla. A los niños en la escuela les enseñan a ser islas de egoísmo y pintan los mares del vacío que llevan dentro. Se les hurta la verdad y Dios se muere en las escuelas del país de la piel de toro.

Una misma noticia, publicada en dos periódicos, origina un titular y su valor contrario en el otro. El periodismo nacional ha dimitido hace tiempo de la objetividad. La opinión, que formalmente sigue teniendo su espacio acotado, tiñe, sin embargo, la información. No hay certezas ni convicciones, lo que viste es arrastrarse por un deslizante relativismo filosófico. Tocados del manto progresista de la tolerancia, se le da leña al mono de la Iglesia Católica. Y se intenta alcanzar la paz, lo que llaman “el proceso de paz”, cercenando previamente la justicia.

La efeméride de platino de la proclamación de la II República ha caído en Viernes Santo y no gratuitamente, porque día de viernes santo es un catorce de abril que se fija por modelo de nuestros días, fecha-símbolo del período más desgraciado y antidemocrático de toda nuestra historia y que resucita con su “memoria histórica” los demonios de una confrontación superada.

Un sol tibio entra por mi ventana. Es un sol membrillero y lánguido que se posa sobre los pliegues de una manga de mi camisa y proyecta sombras que se abaten sobre valles y ensenadas. Dios se muere esta tarde de viernes santo sobre una manga de mi camisa, en tanto me llega el redoble acompasado de unos tambores que me reclaman.


José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid, 15.4.2006

Veintiuno de junio del 2002

Sí, es el día después de la huelga, pero aquí no va de eso. Y menos cuando estas líneas están intencionadamente tecleadas un día antes de la fecha del título. Mi huelga es otra, es una huelga lingüística. He escrito deliberadamente el artículo contracto “del” en la fecha/título de este escrito, en contra de la norma académica de usar solamente la preposición “de”, conforme se venía haciendo en la redacción de las fechas del milenio anterior.
           
            Cuando llegó la norma continuista, aunque no me sonaba, creí que era una cuestión de uso o de  costumbre, y que con el tiempo desaparecería su rudo efecto. Han pasado dos años y medio de la imposición preposicional y me sigue sonando tan mal como el primer día. El  idioma no le hacen los teóricos de la Lingüística, sino los creadores del idioma y el pueblo, y a Camilo José Cela nunca le sonó, y protestó por ello en su momento. Cela es hoy nuestro mejor aval. En los casos de duda, decía, es el oído quien manda.

            Nosotros, espontánea y preferentemente decimos: “los árabes entraron en España en el 711”, “Colón descubrió América en 1492”  y “a Aznar le montaron una huelga general en el 2002”. Con lo cual tenemos que el segundo milenio, el de los mil, se comporta como excepción con respecto a los otros dos milenios, ya que es el único que no exige el uso del artículo determinado. Y ahí es donde estaría la clave y comenzaría la misión de los lingüistas. ¿Por qué ocurre esto? Al igual que los científicos, mediante la observación, extraen las leyes ocultas de la naturaleza, los lingüistas habrían de extraer también sus leyes por la observación del idioma, y no habernos metido con calzador el uso único  y chirriante de la tal preposición.
           
            Además, la norma académica no puede tener efecto retroactivo. Y ello, no solamente porque no es práctica al uso, sino, principalmente, porque la historia ya está escrita. En efecto, abro al azar una Historia de España, dice: “un día del 409 penetraron violentamiente los primeros pueblos bárbaros”.

            Está claro que el (como su contracción del) está haciendo referencia al sustantivo omitido año. Pero, ¿por qué el comportamiento no es siempre el mismo? Se habló por aquel entonces de las posibles huellas por elipsis de la vieja expresión “del año del Señor de”, que se intercalaba en la redacción de la fecha, entre el mes y el año.

            Como quiera que sea, yo me planto, me declaro en huelga, cosa al uso. No diré más “de 2002”, porque sigue sin sonarme, me planto para el resto del milenio, que ha de sobrarme,  y diré “del 2002”. Y en esta huelga me nombro piquete informativo contra la norma establecida. Pero no seré un piquete decimonónico al uso. No, en el siglo veintiuno no puedo dudar de la capacidad de los medios de comunicación y, además de usarlos, descender a pie de obra. No; queda dicho, y, a partir de aquí, que cada uno haga lo que le venga en gana.

José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid, 22.6.2002

Una cúpula sobre el mar

Una cúpula es un sueño, todo un gozo. Es la plenitud del espacio, la excelencia constructiva. Es cuando el hombre domina y reproduce el universo, el cielo deseado. El arco, la bóveda y la cúpula son elementos hoy comúnmente desahuciados. El arco es el elemento base de la dignidad constructiva. La bóveda es la sucesión finita del arco. Pero la cúpula es el festival infinito del arco. La cúpula es formalmente festiva y reproduce una copa de champán invertida. La cúpula magnifica y propaga el canto, en tanto rompe la palabra, la hace añicos. De ahí que los púlpitos fueran colocados en las iglesias mirando a la nave, salvada la cúpula. La incomunicación de la cúpula, su irracionalidad, hace pensar que no sea obra humana.

            En efecto; el hombre ha renunciado definitivamente a la línea curva. La línea curva está en la naturaleza, está en la copa de los árboles, en las nubes y en las olas, en el horizonte de las montañas... La Tierra es una esfera. Es el hombre quien ha traído la línea recta: la linealidad en los surcos del arado, en las empalizadas, en los ladrillos, en sus hiladas, en la plomada, en el ferrocarril, en los tendidos eléctricos, en los rascacielos... La historia de la desnaturalización del hombre es pareja a la historia y desarrollo de la línea recta. La cúpula, pues, no puede ser obra de hombres, sino de ángeles.

            Por eso, cuando la grúa alzaba días atrás la estructura de la recuperada cúpula de San Juan de la Penitencia, la gente miraba embelesada al cielo. Hasta los niños dejaron de jugar al fútbol por contemplar el espectáculo. Incluso pararon los coches, se detuvieron las mamás con los carritos de la compra, y las “juanas”, monjas afortunadas, henchidas de gozo voltearon las campanas del convento. Una cabezota enorme, rodando por los tejados, espía ahora a los ciudadanos desde un rincón de la plaza.

            La “Ciudad de Dios”, Roma la chica, la Reims española –¡será por títulos!– ha encontrado la continuidad de la línea del cielo y ha superado su truncada existencia. La cúpula de San Juan se une ya a la lista de las espléndidamente recuperadas por la Universidad, la de Mínimos, Caracciolos, también la  elíptica, Trinitarios, Basilios, que se sumaron al largo festival del cielo complutense: la de las Agustinas, la gran señora, la de las Bernardas, con usía por dentro, la esbelta de Jesuitas y su compañera de la capilla de las Santas Formas  –las cuatro hermanas mayores–, Carmelitas de la Imagen y Carmelitas de Afuera, San Pedro, Santa Lucía, San Felipe, Capilla del Oidor, colegio de Málaga, Claras, Catalinas, Salón de Concilios, los Verdes...  Una vez sentada la estructura sobre el sitial truncado, la recuperada cúpula ha mirado en su redor y ha saludado, una a una, a sus antiguas colegas del cielo.

            Apenas desvanecido el efecto de elevación de la cúpula, la radio anuncia que el alcalde de Alcalá, Bartolomé González, va a construir una cúpula sobre el mar. La noticia es sorprendente, inaudita. Este alcalde es un auténtico hijo de Hércules. Yo andaba buscando quiénes iban en el escalafón por encima de los ángeles. No sabía si esta sería obra de titanes o de semidioses, hasta que caí en la cuenta de que la radio no distingue entre mayúsculas y minúsculas, y que lo que la noticia quería decir era que el alcalde iba a construir una cúpula sobre el MAR, que es el Museo Arqueológico Regional. ¡Qué susto, madre!

Se trata del antiguo convento de Dominicos de la Madre de Dios, que presenta una cúpula mochada, y cuya enhiesta imagen de finales del XIX nos la sirvió el archivero pintor Angel María de Barcia. La noticia del alcalde es excelente. Los ángeles seguirán cincelando el cielo complutense.



José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid,18.2.2006
QUÉDATE, QUIJOTE



 A punto de expirar el tiempo de la exposición escultórica urbana de las formas colosales, quiero dirigirme al Quijote apostado ante las ruinas de Santa María, roca de las aguas bautismales de Cervantes, y decirle así:

     Quédate con nosotros, gigante, troquel, gracieta; no te vayas, gendarme, anuncio, torre negra.

Tú serás nuestra particular torre Eiffel, el colosal hierro negro que sobrevivió a una exposición temporal.

Eres una forma airosa, no altiva, intrépida, mas colmada de motivos. Eres la sonrisa vertical que anima la tragedia de la piedra mutilada, a la que das sentido, mientras acompasas a la torre, remedando con gracia la soledad de su condición exenta.

Eres figura atrevida, volando por encima de los academicismos urbanos del entorno, los que te enaltecen y enalteces, pero tu osadía no es temeraria y resulta gozosamente disculpable.

Estás, Quijote, clavado justamente en el valle de dos cuerpos altos como un broche. Hazme bulto justo ahí, yo te pido, monigote y vestal, no te muevas, no, quédate ahí, generoso crisol de lúdicos trazos, no te vayas, garabato feliz, elefante negro, ahí tú, fantasmón con lanza de punta quebrada. Quédate ahí, te digo.

José César Álvarez
Puerta de Madrid,

“Primero está madre”

Un día tuve que ir a visitar a Jorge a su casa del pueblo. Jorge vivía con su madre, a la que machacaba siempre. Jorge era un tiarrón un tanto psicótico que para llamar la atención se metía en la cama. La hermana acudió a la casa para atenderle, y descubrió a la madre en su habitación con los ojos cerrados, más allá que otra cosa, reconsumida y rota. La hija, antes que hermana, iba y venía por el pasillo de la casa afanándose por la madre desvanecida, y, ante los quejidos  desatendidos del psicótico, la hermana le contestó así: “Primero está madre”.

Cuando abro últimamente este semanario y percibo el incremento de los temas nacionales sobre los locales, en hora en que la nación está tocada, cuando descubro su natural desasosiego, me acuerdo de la voz de la hermana de Jorge: “Primero está madre”. A uno parece que le quitan el oxígeno por arriba y que queda insensible para lo más inmediato. La desgana y el desánimo pueden manifestarse ante el lejano cartel de una Semana Santa que viene, anunciada en la FITUR que se va, en el apático estudio del avance del PGOU, en los doce hectómetros cúbicos que nos guitan del Sorbe, que es la MAS, o en las joyas bibliográficas que nos han regalado en el Museo Arqueológico, que es el MAR. El mar, la mar, el más o lo más, que más da. La desgana, sin embargo, no se ha sentado a la mesa de la Semana Gastronómica, cuyo saque y descorche pudieran obedecer, entre otras cosas, al subconsciente afán por superar y olvidar las amarguras políticas que a nivel nacional nos abruman.

No, no exageramos. El mundo se nos aparece del revés. Aquí se favorece a los asesinos Parot y  Paquito, y se condena al fiscal Fungairiño martillo de etarras, el incansable Ironside contra el terrorismo. Otegui y sus matones comparecen a empujones en la Audiencia. Y la cierva más hermosa del monte, de nombre Endesa, ha recibido la primera dentellada, valiéndose de las malas artes del montero Montilla y de la dama de la Energía doña Maite Costa, a pesar de las recomendaciones en contra del organismo que vela por la conservación de la especie. El botín salmantino de la nocturnidad se exhibe a la luz del día como trofeo nacional. Mientras, la Lengua Española sufre en la propia España, surrealista e increíblemente, el acoso más vergonzante frente a la cínica negativa de sus autores nacionalistas y el consentimiento atónito de los gobiernos de turno.

España es un largo pasillo al que dan diecisiete habitaciones. Los gritos y lamentos siempre salen de las mismas estancias. Así no se puede vivir, así no se puede descansar. El médico titular, Sr. Rodríguez, se ha metido en las habitaciones ruidosas y no sale de ellas, cautivado por el psicotismo nacionalista. Promete abrir una puerta trasera, dos puertas, pues, para entrar y salitr por donde quieran. Cuando acabe la obra, exigirán la misma reforma las otras dependencias del corredor. La teoría del “café para todos” llegará a ser una huída sin retorno. La historia común, la lengua común, el territorio común, la organización común –que eso es la Nación –, son piedras fundamentales que se están removiendo en la obra. La casa-madre, la Hispania secular, amenaza con venirse abajo. No pueden hacerse reformas estructurales sin que afecten a la casa común. Aquí sólo queda echarse al pasillo largo y acallar el quejido largo de los psicóticos. 

En el pasillo de la calle hierve la actividad:  mesas que recogen firmas, aclamación de las gentes al fiscal fulminado, carrera de los fiscales tras el fiscal fulminador, amenazas de huelgas de hambre por el español en España, por el futuro de la lengua de sus hijos, voces de la oposición prometiendo deshacer mañana el monopolio energético, alarma generalizada por unos fiscales que no fiscalizan... Ya está bien. Todos los problemas de esta bendita casa de largo corredor proceden siempre de dos salas. Ya está bien de acudir a sus exigencias. “Primero está madre”.

                                                 José César Álvarez
                                                    Puerta de Madrid, 11.2.2006


PARÍS Y ÁFRICA


París siempre sorprende.  Siempre abierto, cosmopolita y monumental, París se debate entre su ser y su devenir, entre lo inmutable y lo cambiante. Lo inmutable es su formidable obelisco en la plaza de la Concordia, corazón de una grandiosa cruz, que limita al norte con la iglesia de la Madeleine, al sur con la Asamblea Nacional, ambos edificios como extraídos de la Acrópolis griega, y el eje transversal que va desde el Arco del Triunfo de l´Étoile, tras los Campos Elíseos, hasta el otro Arco del Carrusel tras las Tullerias. París es una geometría perfecta y colosal. Al igual que la mediana del majestuoso puente de Alejandro III sobre el Sena está señalada por la aguja de la cúpula de los Inválidos, “la grandeza francesa” napoleónica revivida sin complejos.

París es una ciudad con vocación de imperecedera. Lo cambiante son sus gentes. Puede que en sus colosales espacios llegue a caber África. Porque a África la noté, como nunca, metida en sus calles. África te cobraba en las galerías comerciales, en el taxi y en la cafetería del Museo d`Orsay. Si preguntabas al conductor del autobús dónde estaba la parada de Nôtre Dame o del Panteón, nada sabían decirte desde su mirada ausente. África conducía el autobús y los autobuseros de París andaban en otra onda, en otra cultura. Su mundo se articulaba en otras referencias.

Una tarde subí las largas escalinatas blancas que llevan a la plaza del Trocadero. Había una concentración por los “sans patrie”. Me senté a escuchar a los oradores. Fui bien recibido y pronto me llenaron las manos de panfletos. Lo que no sabían es que elegí aquel lugar para recibir una clase gratuita  de francés. Cuando los franceses hablan en público se les entiende todo. El tema era serio, pedían la no exclusión y los plenos derechos para los inmigrantes. Sin embargo, al día siguiente, una mujer árabe, arrebujada en su mundo de velos y largos talares, detiene nuestro ascensor del hotel, y al notar que no salíamos, se desliza discretamente hacia el otro ascensor sin decir palabra. Ella sola se excluye.

Otro día, al anochecer, en torno a la Madeleine, iluminado el peristilo frontal de su esbelta columnata, una gran fila humana rodea su gigantesca mole y a ella nos sumamos. Se trataba de un concierto abierto, como la propia ciudad, donde nos ofrecieron por ensalmo entre una contagiante alegría, una soberbia sinfonía número 5 de Malher y el Te Deum de Dvorak, cuyo libre donativo estaba reservado a la Asociación humanitaria Espoir sans frontères. Era otro modo alternativo de luchar por las desigualdades humanas. El Trocadero era una solidaridad hacia dentro y La Madeleine era una solidaridad hacia fuera, pero hacia dentro de su habitat cultural y sin desarraigo.

No me extraña, visto París, que el presidente de la República Francesa se haya mostrado en contra de las facilidades dadas a los extranjeros por el gobierno de Zapatero, quien desconocía que abrir arbitrariamente las puertas de España era abrir las de Europa. París es muy grande, pero África, a decir verdad, no cabe entera.
                                        
                                                                               José César ÁLVAREZ
Marzo,  2006


Pasarse de la raya


Hace muy poco, Chavez, el “ocurrente” presidente de Venezuela, le plantó cara al presidente Bush diciéndole que como se pase de la raya le corta el grifo del petróleo. No, no se me vayan, que ahora no voy de petróleos, ni de leches ni raleas americanistas. Para eso hay otros. Me quiero fijar simplemente  en la claridad y oportunidad lingüística de la expresión “pasarse de la raya” y la exacta concordancia con la significación nuestra. El milagro del trasvase de nuestro idioma a América no fue el de una procesión de palabras, sino que con ellas cruzaron el charco los requiebros y matices de una lengua. La cultura hispánica, esfuerzo de las dos orillas, ha consolidado nuestra cohesión idiomática. Ya sé que lo que hoy se lleva es resaltar las peculiaridades de unos y otros, que las hay, faltaría más, pero yo quiero ahora subrayar el rico acervo que nos une, por ser más importante lo que nos une que lo que nos separa, sin desdeñar lo segundo. El día que se nos rompa el hilo que nos une, sólo quedará la diversidad esparcida, a la deriva. La diversidad sólo lo es desde el trasfondo de la uniformidad.  
           
Dicen los que saben que ya en tiempos de Sancho IV el Despeñado, rey de Navarra en el siglo XI, se usó la expresión “pasarse de la raya”. Antes de que el rey fuera precipitado por un derrumbadero en Peñalén, años antes, estando cerca de Monzón con la princesa Ermisinda, tuvo ésta el antojo de comer la fruta madura de un guindo, siendo contrariada por un guarda de Aragón, quien le hizo saber que las guindas pertenecían al reino de Aragón. Las ramas de aquel árbol llegaban a la raya divisoria de Navarra y Aragón. El guarda le dijo a la princesa que podía tomar toda la fruta que alcanzara desde Navarra. Pero la princesa, despechada, después que había relamido toda la fruta desde su lado, como saltara ávidamente hasta la cocorota del árbol, fue reprendida por el guarda de Monzón, que observaba la jugada como un árbitro de fútbol, y a falta de silbato le gritó: “¡Se ha pasado de la raya!”

Nueve siglos y medio después, ahí es nada, y un océano por medio, el presidente Chavez hace un calco semántico de la expresión del guarda de Monzón. Lo cual no sabe Chavez y menos el guarda aragonés. Pasarse de la raya es una expresión que hoy se aplica cuando se rebasan los límites de la tolerancia.

Hay muchas formas de pasarse de la raya y un mismo sentido de partida. Las fuerzas de la naturaleza, ciegas y telúricas, se pasan de la raya y nos sorprenden. Estos días atrás, a las olas cántabras se le hincharon las narices y se pasaron de la raya, como se pasaron de la raya las inundaciones que sufrieron nuestros amigos saharauis y las trágicas avalanchas de lodo sobre Filipinas, allí donde sólo nos queda el nombre o poco más. Y en México, donde nos queda mucho, al norte, el gas metano se pasó de la raya cuando explosionó desgraciadamente en la mina Pasta de Conchos y no dejó un minero con vida.

El hombre, con su raciocinio, puede dominar la situación y evitar el exceso. Pero se pasa de la raya el fanatismo islámico en su desmedida reacción por las caricaturas de Mahoma, como se pasó de la raya en la voladura de la cúpula dorada en la guerra de las mezquitas, como se pasó de la raya en el baño de sangre de la confrontación de chiíes y suníes. Y se pasa de  la raya el gobierno de las “opas” – “opas” contra la empresa, “opas” contra la ETA, “opas” contra el sentido común–. Se pasaron de la raya, dicen, aquellos manifestantes que en la calle Serrano de Madrid gritaron “Zapatero, vete con tu abuelo”, porque hirieron sentimientos presidenciales, pobrecito, un presidente incomprendido en su faceta de juglar, nuevo Victor Manuel de afectos abuelinos. Se pasaron de la raya quienes en La Romareda  hicieron el grito del mono. Y en Alcalá de Henares –me suena, me suena– se pasa de la raya un portavoz de grupo municipal cada vez que se refiere al obispo de aquella sede episcopal.

                                       José César ÁLVAREZ
                                                          Puerta de Madrid, 4.3.2006

Notas de calle


     El costado de San Agustín

     Los alrededores del Parador deben cuidarse. El ancestro de fachada que en la calle Santo Tomás de Aquino, 4, frente al Parador, entorpece y desluce. debe tener una solución, y y o apunto la solución de echar otra acera por detrás del muro respetando la fachada, que quedaría como ruina consolidada. Quiero antes precisar dos cosas. Una, la hipotética rehabilitación del edificio por parte del Ayuntamiento sería de dudoso provecho. Y dos, la acera estrecha de fila india que transcurre pegada a la fachada en cuestión del costado del Colegio de San Agustín, usado en su día como gallinero por el Marqués de Ybarra, resulta una acera insuficiente ante el tráfago judicial que se avecina y el servicio de estacionamiento de vehículos del nuevo aparcamiento de La Paloma.

     Por ello, sería necesario una intervención que, respetando la actual acera, adecentara la antigualla del muro de ladrillo viejo, abriendo los huecos cegados de puertas y ventanas, incluso colocando rejas,, adosara un jardín corrido contra el muro interno, en cuyo alineamiento iterior por dentro de la fachada, se tendiera un pasillo peatonal como continuación de la Travesía de San Julián, reciente y felizmente urbanizada.

     Dicho pasadizo resultaría pintoresco y original, accediendo al mismo desde la calle de los Colegios, por el arco, ahora cegado, que hay en el rincón que forma el saliente de la histórica fachada, que, así, quedaría útilmente realzada, pudiendo rematar el lado opuesto del pasadizo con otro arco gemelo en su conjunción con los jardines de la aludida Travesía,  lateral de la nueva plaza.

     El costado de Santa María.

    A mi modo de ver, que no es mcho, el costado ladrillar de Santa María, genuinamente de Jesuitas, está siendo objeto de una importante obra de recuperación. Ese lateral presenta la escalonada imagen de tres cúpulas, de tres.. ¿Por qué a la cúpula menor se le ha dejado sin la aguja que debe rematarla? Lo cual le corresponde, la tuviera o no. La estética está por encima de la arqueología, dicho sea en la actual Era de Atapuerca.

     Los arcos u hornacinas liberados con acierto en el callejón de las Santas Formas deben aspirar a contener algo más que su propio espacio.

     Los pretiles del puente Zulema

     Sobre ellos he escrito en brillo y mate, en lírica y épica. He oído decir a un ciclista que le da una especie de vértigo cuando pasa por el puente y mira el río. Un poco exagerado ¿no? Vas a tener que cambiar de deporte.

     El nuevo asfalto ha tapado la zarrapastrosa acera. Ahora el firme es tan liso como el del automóvil, pero en su mismo plano, sin bordes de protección y paso enjuto y comprometido, teniendo ahora, en efecto, el pretil más bajo. La sustitución del ancho y viejo hormigón de los años cuarenta por nuevas barandillas, incluso voladas, prestarían el espacio de seguridad del que carecen ahora los peatones.

     La mujer machista

     Era el viernes pasado a eso de las seis de la tarde, glorieta de los Cuatro Caños, parada del autobús, donde el 7. una rubia treintañera, embotada de ira,  arreciaba así contra su amiga, que miraba al vacío:

…Pues no voy sencillamente porque no me sale de los cojones ¿teenteras?
La chica de a eso de las seis del viernes pasado, además de que debe lavarse la boca con lejía, es una mujer machista. A ella y a su ministra de igualdad debo decirles que me repugna la igualdad de humores, exabruptos y atributos.

José César Álvarez
                                                                                              Puerta de Madrid,


Los trenes rotos


El viajero corre a por el tren de la mañana. Sabe que allí puede relajarse. Todos los viajeros de Alcalá tienen asiento. El asiento en el sentido de la dirección, mejor ventanilla, con o sin sol, con o sin gente, adelante mejor, aquí mismo. La elección del asiento es personal y aquel día resultó definitiva. Desde Alcalá a Madrid-Atocha hay diez estaciones; con La Garena, once. Si todo va bien pueden ser treinta y siete minutos. Uno se sienta y se blinda ante su entorno. Presencias ausentes, herméticas, arrebujadas en los asientos del tren. Cada uno sumido en su mundo de prisas y afanes. Por encima de las bancadas voltea alguna cháchara desabrida, que resulta hiriente tan de mañana. Son las conversaciones pasivas de los que quieren continuar el sueño, de los vecinos de viaje que se ven y no se miran, o miran ahora el hilo de agua que surca el cantizal del Torote, o más tarde las venas que se escinden en el cauce del Jarama, río de leyendas trabucaires, que toca al Henares y le roba la primogenitura. Más allá, por Vicálvaro, canta el stock de coches alineados que miran a los viajeros del tren como perros sin amo. No le dan la cara al tren las fachadas, sino las traseras de fábricas y bloques, infestas de unos graffiti insistentes, persistentes.

Aquella mañana debió ser como tantas otras, mañana de sueños arrastrados, de prisas y miradas a través de las lunas siempre ralladas de la violencia que nace. La violencia se hizo monstruosa en el viaje y explotó en el propio tren. Hay quien cuenta que se había agachado a coger un botón, y al incorporarse halló a sus vecinos definitivamente ausentes, abisalmente huidos. Que antes, si quisieres palabra en el viaje, allí la hubieres. Pero ahora, en un agacharse, se agotaron todos los caudales dormidos y todos los viajes soñados. Una pancarta de aquellos días decía que “todos íbamos en aquel tren”. Es una solidaridad confortante, pero es un eufemismo. Allí sólo estaban ellos. Desgraciadamente sólo estaban ellos en el lugar elegido del tren elegido. Y su elección no fue ni buena ni mala, fue la que fue. Dos años hace, y los heridos, mal que bien se acomodan a la vida, pero los muertos no. Un vacío sideral los envuelve, un vacío insustituible para los suyos.

El último sábado, a la hora del mediodía, en el monumento a las víctimas del Paseo de la Estación, fueron cayendo redondas, una a una, las frases elegidas de los autores elegidos. Si la selección de textos fue rica y abundante, no menos lo fue la representación de las entidades alcalaínas que allí desfilaron con la voz recia y emocionada de los grandes momentos. Mientras caía Gandhi o Tomás de Kempis o Martín Luther King, yo miraba el árbol de hierro del monumento, tratando de desentrañar su simbolismo. Pregunté y me dijeron que era un brazo exterminador que se enfrentaba al grupo humano, me dijeron que era un yunque y un martillo a la vez frente a ellos, me dijeron que a ciertas horas expandía un rayo de sol hacía ellos, me dijeron que era el cielo al que ellos miraban... Yo, en conclusión, he deducido que la indeterminación simbólica del monumento corre pareja con la indeterminación del trágico suceso, con las preguntas sin respuesta convincente del quién, para qué y por qué. Un monumento al aire del enigma que flota cada día con más fuerza.

Alcalá es origen y destino de una autopista ferrovial de cuatro vías, y fue elegida por los agentes del mal como lugar de partida y centro de las aviesas operaciones de aquella mañana. Fue Alcalá la Fontíbre de un río satánico, la sierra de Albarracín de un caudal de desgracias, los Ojos del Guadiana de una vesánica y tenebrosa maquinación. Cuando aún no se han acallado los ecos estremecedores de aquel día de veinticinco muertos de alcalaínos registrados, alguien nos dice que Alcalá, policialmente, es una ciudad tranquila. Los lugares de la deflagración borraron sus orígenes. En la crónica nacional, el bosque de Madrid se quedó con las víctimas, y Alcalá resultó sumida en la anécdota de una furgoneta y un portero. Pero en esta tierna efeméride de los trenes rotos, Alcalá ha sabido honrar la memoria de sus ciudadanos rotos.



José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 19.3.2006


Los Pepes



La fiesta de los pepes y de las pepas ha sido la causante del largo fin de semana del que venimos. Y es que llamarse Pepe o Pepa es una fiesta.

Yo quiero compartir contigo, lector, el juego de “los pepes”, uno tú y uno yo. Por ejemplo, José Saramago, José  Martínez “Azorín”, José Ortega y Gasset, José Bódalo, José Bono, José Zaplana, José Sacristán, José Carreras, José Calvo Sotelo,  José Hierro... Los Pepes somos gente muy normal, gente allegada y próxima. “Los pepes” no tenemos la dominancia de “los manolos” —Manuel Azaña, Manuel Fraga, Manuel Ureña—, ni tenemos ese repunte caciquil con tendencia a la obesidad que ofrecen “los manolos”. No tenemos “los pepes” la genialidad de  “los pablos”  —Pablo Picasso, Pablo Neruda, Pablo Casals—, ni llegamos “los pepes” a la bondad filantrópica y natural de “los antonios” —Antonio Cánovas del Castillo, Antonio Machado, Antonio de Nebrija—, pero tenemos de todo un poco, atendiendo a las distintas acepciones de Pepe, como son Don José, jose,  josé  y pepito, que es lo mismo pero no es lo mismo.
           
Pepe Botella era el nombre satírico que el pueblo español había dado al rey impuesto por Napoleón. Pero Pepe Botella era abstemio, por lo que su denominación no sirve para dársela al botellón que renace en el fin de semana de los Pepes. Los botelloneros sin nombre durmieron la mona en el largo puente de los Pepes. Lo que no saben los catalanes es que si en esta Guerra de la Independencia hubieran ganado los franceses, la lengua catalana hubiera desaparecido como desapareció en el Rosellón francés. Fue aquella una guerra que, como reconoció el propio Napoleón, ganó el pueblo español en una reacción de vena patriótica. José, el rey intruso, cuando visitó Alcalá, se hospedó en una casa de la calle de Escritorios, propiedad de don Vicente Munárriz. Los alcalaínos de aquel tiempo dijeron que bien podía haber regalado a la ciudad un anillo de oro con diamantes, cuando los franceses habían requisado a la Iglesia Magistral diez arrobas de plata. Fueron obligados a salir a despedir al rey José, y un gentío se agolpó en la plaza de Abajo, aunque nadie dio un viva ni se quitó el sombrero.

            Pero otro Pepe, José Carreras, congregó más gente en el concierto que dio en la Huerta del Obispo, que el rey José en la plaza de Abajo. La lírica cola de aquel evento hizo época.

            Alcalá de Henares es una ciudad que no se priva de nada y no se priva de Pepes. Don José Vicario, cuando yo era chico, me daba miedo al verle venir por los soportales con su capa negra y su luenga barba blanca. Cuentan que un día fue a ver a su amigo alcalaíno Manuel Azaña a la presidencia del Gobierno y, al ser anunciado, oyó decir al amigo: “¿Qué quiere ese paleto?” Vicario se calló porque los Pepes somos muy sufridos. A Pepe Vicario le están arreglando su casa ocre de la calle San Julián. A Pepe García Saldaña le están arreglando su casa familiar de la calle Santiago, donde tiene lápida, pero le han tirado su casa de la calle Seises. Al lado de la casa familiar de Pepe, antiguo convento de Capuchinos, vivía Pepe Álvarez, un tío mío que recitaba de memoria La venganza de Don Mendo y se mondaba de risa. La última vez que vi esta obra en el Teatro Español, comprobé que no era el don Mendo de mi tío Pepe. Fueron, como siempre, al degüello del verso. Pero el ripio está en la esencia de los cómicos personajes de Muñoz Seca. Si me quitaron el ripio, debieron devolverme el precio de la entrada. Pepe Calleja, que sabía de entradas, fue el cacique necesario de Alcalá en el tranco de los años sesenta y sus colaterales, organizador de festejos, solterón de amores al deporte, a las catalpas, al desfile de carrozas que inventó, a las piscinas del parque y a sus piedras alveoladas, a las reinas de las fiestas...

Adiós, Pepes de mi recuerdo, adiós... porque los parques infantiles están sembrados de Sergios.


José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 26.3.2006

Las baldosas rotas del franquismo

   

     Sabido es que la almendra de esta vieja ciudad abriga dos plazas unidas por el cordón soportalado de su calle Mayor: la de Cervantes y la de los Santos Niños.

     Yo creía que en la plaza de Cervantes estaban cambiando las baldosas rotas, rotísimas, pero estaban metiendo tubos de suministros varios, por lo que la sustitución del pavimento es parcial y ocasional. Las baldosas blancas de la plaza de Cervantes presentan una existencia más rota que entera, y, trituraditas y oxidadas, viven desesperanzadas la crisis que nos atenaza a todos. Esta plaza, blanca y gris, fue un regalo póstumo del franquismo municipal, época sobria y lucida, a la que otros llaman predemocrática. En los areneros de la plaza brotaron después seis huertas de rosas. 

     Sobre el suelo de la plaza de los Santos Niños pasa más de lo mismo. Un viejo pavimento de china, tendido como jerga de eremita, contrasta con la airosa e impoluta Catedral-Magistral. Allí, últimamente, han sido practicados  remiendos pavimentales, que chillan como cornejas, como retales fruncidos con hilo blanco entre el adusto y mugriento manto.
   
     Este solar de la plaza de los Mártires de Alcalá sufre el victimismo post-martirio de la disputa de su titularidad, que si es propiedad municipal o eclesiástica, y que parece esto último. Esa es la razón del estado deprimido de la plaza. Y es el caso que los remiendos municipales han sido ejecutados en la circunstancia episcopal de sede vacante.

     Yo recuerdo los orígenes de ese pavimento santiustino. Recuerdo el saludo de aquel  eterno concejal de obras de la época, Gómez Imaz, eterno falangista de honrados servicios, a pie de obra, en el frente de las baldosas que avanzaban ordenadamente. Recuerdo su saludo de campaña desde su bigote poblado de afabilidades y facundias. 

     Cuando el suelo más emblemático se nos rompe y roto queda, es que algo pasa, algo pesa, algo pisa y algo posa. Lo cual es obvio y perdón por el juego de palabras. Pero no me negaréis que estamos pisando los remiendos practicados sobre los suelos que aviesamente llaman franquistas, y que otros, por respeto a su vigencia compartida, dicen predemocráticos. A las plazas me remito.

     Cuando en las proximidades de la Catedral oigáis a la Ignacia y a la Dorotea, dos de las campanas más trepidantes del plantel sonoro de la torre de San Justo, debéis abrir la boca  y no taponar los oídos al estilo Rajoy en la mascletá de Valencia. Yo pienso que a estas viejas baldosas, siempre próximas, les falta su boca abierta, que son las juntas de dilatación. Lo cual digo en beneficio propio y del suelo que pisamos.

unidas por el cordón soportalado de su calle Mayor: la de Cervantes y la de los Santos Niños.

     Yo creía que en la plaza de Cervantes estaban cambiando las baldosas rotas, rotísimas, pero estaban metiendo tubos de suministros varios, por lo que la sustitución del pavimento es parcial y ocasional. Las baldosas blancas de la plaza de Cervantes presentan una existencia más rota que entera, y, trituraditas y oxidadas, viven desesperanzadas la crisis que nos atenaza a todos. Esta plaza, blanca y gris, fue un regalo póstumo del franquismo municipal, época sobria y lucida, a la que otros llaman predemocrática. En los areneros de la plaza brotaron después seis huertas de rosas. 

     Sobre el suelo de la plaza de los Santos Niños pasa más de lo mismo. Un viejo pavimento de china, tendido como jerga de eremita, contrasta con la airosa e impoluta Catedral-Magistral. Allí, últimamente, han sido practicados  remiendos pavimentales, que chillan como cornejas, como retales fruncidos con hilo blanco entre el adusto y mugriento manto.
   
     Este solar de la plaza de los Mártires de Alcalá sufre el victimismo post-martirio de la disputa de su titularidad, que si es propiedad municipal o eclesiástica, y que parece esto último. Esa es la razón del estado deprimido de la plaza. Y es el caso que los remiendos municipales han sido ejecutados en la circunstancia episcopal de sede vacante.

     Yo recuerdo los orígenes de ese pavimento santiustino. Recuerdo el saludo de aquel  eterno concejal de obras de la época, Gómez Imaz, eterno falangista de honrados servicios, a pie de obra, en el frente de las baldosas que avanzaban ordenadamente. Recuerdo su saludo de campaña desde su bigote poblado de afabilidades y facundias. 

     Cuando el suelo más emblemático se nos rompe y roto queda, es que algo pasa, algo pesa, algo pisa y algo posa. Lo cual es obvio y perdón por el juego de palabras. Pero no me negaréis que estamos pisando los remiendos practicados sobre los suelos que aviesamente llaman franquistas, y que otros, por respeto a su vigencia compartida, dicen predemocráticos. A las plazas me remito.

     Cuando en las proximidades de la Catedral oigáis a la Ignacia y a la Dorotea, dos de las campanas más trepidantes del plantel sonoro de la torre de San Justo, debéis abrir la boca  y no taponar los oídos al estilo Rajoy en la mascletá de Valencia. Yo pienso que a estas viejas baldosas, siempre próximas, les falta su boca abierta, que son las juntas de dilatación. Lo cual digo en beneficio propio y del suelo que pisamos.


José César Álvarez  
 Puerta de Madrid, 4.4.2009

OJO de buey 

La nevada de Dios

Enero se despidió con una nevada y el Papa Benedicto estrenó su primera encíclica Dios es amor.  La nevada cayó mansa y purificadora como lo fue la prosa benedictina. Nevó sobre la ciudad de igual manera, apareciendo blancos los tejados, los jardines y las plazas, pero el blanco manto no cuajó sobre los viales de pasos y rodaduras. La nieve se detuvo sobre los espacios sosegados, sobre los suelos cálidos, y brilló por su ausencia en los suelos refractarios.

            Pasé el dial de la radio y me estalló grotesca la voz imitada de Benedicto XVI, envuelto en una zafia y burlesca parodia. Pero Francisco Umbral, por el contrario, el que, en su época desmitificadora de no dejar títere con cabeza, descargara los filos mordaces de su pluma sobre la imagen blanca de Pablo II, cuando se arrodillaba para besar la tierra visitada, ahora, sin embargo, se rinde ante el magisterio de la palabra de Benedicto XVI. La nieve, ya se ve, ha caído esta vez sobre suelos inéditos.

            La nevada ha traído la cultura griega. Ha nevado el “eros” y el “ágape”, dos  conceptos distintos y complementarios del amor. El arrobamiento divino a que nos conduce el “eros”, la potencia que según los griegos mueve el mundo, ese ansia de eternidad debe ser dulcificado por el “ágapé”, el amor espiritual correspondido donde “darse para” el otro. A mi modo de ver, esta encíclica es un esfuerzo intelectual que busca devolver a la palabra “amor”, tan ajada y manoseada, el sentido prístino de sus orígenes culturales. “El amor –nos dirá– no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor”. El amor necesita una organización y al amor religará el concepto de justicia. La trascendencia colmará el verdadero sentido del amor, la Luz que encuentra Dante en su cósmico viaje.

            La nevada destiló a Virgilio, a Aristóteles, a Dante, a San Gregorio, a Nietzsche... Nevaron uno a uno, copo a copo, en pasmosa naturalidad, en fina sabiduría. ¿Dónde queda el jupiterino y retrógrado Ratzinger de los falsos cronicones? 

La palabra blanca de Benedicto XVI lleva el contraste del color de las otras palabras de estos finales de Enero. Son las muecas del fondo, los relejes opacos que no cubre la nieve. Las palabras broncas de los kiosqueros en la calle contra la ministra de Sanidad tienen el color del tabaco rubio. Las palabras de Pepiño Blanco a la Ezquerra Republicana de Cataluña tienen el color de las lentejas. Las palabras esotéricas del titiritero Rubianes, el que dijo “estar de España hasta los huevos”, tienen el color de lo que nos mandó ir a hacer a la playa. Las palabras de Fidalgo, el líder de Comisiones Obreras, graves como el trueno, llevan el color del diamante. Las palabras nerviosas, fuera de guión y mal hilvanadas, de los “goya” que  creen ser ombligo del mundo llevan el color de la amnesia afgana y alcarreña, y, blindados los comediantes en su propia fragata, hicieron palidecer hasta los tonos achampanados de la vaporosa Carmen Calvo. Las palabras de los salmantinos, ahogadas en sus propios legajos, llevan el color miserable de una guerra perdida. Las palabras de Mariano Rajoy pidiendo las firmas de los olvidados tendrán el color del trigo de las cosechas generosas, cuyo grano resultará entallecido en los silos peperos. La palabra de réplica de los nacionalistas y sus socios, invariablemente, llevará el nombre de un color inventado y gratuito: anticatalanistas.

            Aquí hay muchas naciones, dicen, pero sólo ha nevado sobre media. La nieve, pertinaz y terca, ha dibujado las dos Españas. En esta amanecida encontrada yo me quedo con el armiño blanco que cubre los tejados de mi ventana.

        
                                                 José César Álvarez
                                                         Puerta de Madrid, 4.2.2006

OJO de buey



La noche de España


     Quedó la noche para la crónica de colores y sonidos. Quedó la noche del once de julio a merced de la riada de alegría desbordante y contagiosa. Quedó la noche entonada de clarines y  bocinas de todo timbre y tono, como cañonería de órgano popular. Quedó la novche de banderas desplegadas y envolventes, a la par que de confesiones públicas: “Yo soy español, español, español…”

Noche de gargantas quebradas, de canciones y decires, de canciones que quieren cantarse y no se saben. Esa de Manolo Escobar,  de la que solo saben  “qué viva España”, mientras tararean su déficit nacional de letras. Hay gritos cocinados, repensados, desde los más canallas como “España entntera se va de borrachera” hasta el más histórico-pedante que oí: “Fuera la Reforma”.

España entera se echó a la calle de su noche estrellada. Todo fluía espontáneo, natural como la corriente misma, sin ideólogos ni jefes de campaña. Lo que había en la calle ¿era sólo por sentirse campeones del mundo o había algomás? Porque pequeñitos dejaba la noche a todos los campeones del mundo que España ha tenido. Pequeños quedaban los componentes de la Selección de Baloncesto, los  atletas y judocas, trialetas y moteros, que son campeones del mundo. “Algo pequeñito” dejaba la noche, como cabezas de alfiler, a Oscar Freire, triple campeón del mundo, a Fernando Alonso y Marta Domínguez, pongo por caso.

¿Es que han reventado esta noche las compuertas de la retención futbolera, los históricos complejos? ¿Tanto fútbol llevábamos dentro? ¿No se habrá añadiddo al fútbol nuestra sed contenida de identidad nacional?
 
El fútbol ha roto todos los diques de contención de la ingeniería antibanderas de España.
La oleada ha barrido a tanto metafísico pálido,  en ayuno de colores y con atracón de nacionalismos y franquismos. Les llevó la ríada a los demacrados y largos tontos del bote.

Aquel hilo de agua de los tiempos de Maricastaña de la fuente blanca que dio nombre a Fuentealbilla, en el secarral manchego, ha devenido en torrentera roja por todas las calles de las noches vivas de España.  Pero en esa noche única tuvo mucho que ver un fuentealbillense, Andrés Iniesta, filigrana y nobleza, quien, como un antiguo soldado de los Tercios Españoles, presentaba heridas de guerra en su cuerpo chaparro.

El fútbol ha heredado la épica de los cantares de gesta y de las glorias militares que configuraron las señas de identidad nacionales. Y los campos de batalla son ahora cuidadas praderas.

José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid, 17.7.2010


OJO de buey

La Muestra cervantina de la Capilla del Oidor

     Cervantes es nuestro mejor embajador, el que mejor nos “vende”. Cervantes tiene en Alcalá dos sitios irrefutables: una casa y una iglesia, su nacimiento y su bautismo, que yo expreso en dos símbolos verticales, un ciprés y una torre cruentamente exenta. La casa de Cervantes, inaugurada en 1956, es uno de los monumentos más visitados de la Comunidad de Madrid por causa del “tirón” de Cervantes. El otro lugar cervantino por desarrollar viene siendo una asignatura pendiente de nuestro Ayuntamiento, una laguna de nuestra cultura continuamente aplazada y a la que por fin le ha llegado el momento.

La Capilla del Oidor –concretamente donde se ubica la pila, la grande es la del Cristo de la Luz– fue una obra espléndida de principios del siglo XV, referida con ponderación en tratados de la época, que fue rehabilitada en 1905 por Cabello Lapiedra y a donde fue trasladada la pila bautismal de Cervantes desde el baptisterio junto al arranque de la torre. Desde esa fecha y junto a la pila, venía exhibiéndose el Libro I de Bautismos abierto por el folio 192 sobre un enorme facistol protegido. La muestra cervantina de la Capilla del Oidor quedó interrumpida en 1936. El Ayuntamiento, que “ocupa” ahora los recuperados ámbitos eclesiales y que “custodia” la partida bautismal, tenía el deber ético, hasta ahora desoído, de restituir el “museum interruptum”, y lo ha hecho en el lenguaje de nuestros días. Porque lo que puede seguir en pie debe seguir.

Ahora, sin embargo, pretenden servirnos nuevas interrupciones   hablándonos de la ubicación inapropiada del museo y de la inoportunidad de un segundo museo cervantino. Como si la elección del continente y del contenido la hubiera obtenido el Ayuntamiento en una tómbola. Tal decisión supera al equipo de gobierno municipal, porque pertenece, digámoslo de una vez, a la ley de gravedad complutense que tantos ignoran.

Se protesta porque se pierde un espacio que venía siendo usado para sala de exposiciones. A mí, por el contrario, el uso concreto de la Capilla del Oidor para esos fines era algo que en ocasiones me producía irisipela, como si fuera profanado un lugar de tantas esencias complutenses.

Otro alegato contra esta Muestra permanente cervantina, en la que yo no tengo arte ni parte, es que no ha contado con la asesoría de la Universidad ni de otras instituciones afines. Aquí quisiera mostrarme con todo el respeto, pero a la vez con toda la firmeza del mundo. En principio, hablar de instituciones me suena a hueco, prefiero hablar de personas, creo más en ellas, sean universitarias o no. La Universidad sabe de lo que sabe. La Universalidad es la universalitas que difícilmente desciende a particularidades. Llamar a la Universidad hubiera supuesto diluirnos en el cervantismo oficial, el que nos ha venido vendiendo la milonga durante centurias de que Cervantes, como mucho, sólo hizo que nacer en Alcalá y nada más, mentira cochina que “nosotros”, alcalaínos, hemos derribado documentalmente, y no porque fuéramos más listos, sino porque era tema que a los cervantistas oficiales no interesaba. Y es ahora que a “nosotros”, por supuesto, corresponde desarrollar el “Cervantes alcalaíno”.

Hemos de luchar por el Cervantes alcalaíno, secularmente puesto en duda, y que nos siguen disputando Alcázar de San Juan, Cervantes de Sanabria (con el apoyo de la Consejería de Cultura de Castilla-León) y Córdoba. Lo principal era que la Muestra cervantina, que lleva el bello nombre de “Los universos de Cervantes”. echara a andar. Claro que faltan cosas, sobre todo del Cervantes genuino. Todo, con buena voluntad, puede completarse o subsanarse. Como los errores de dicción del audiovisual donde se dice Tirso y Damián por Tirsi y Damón. Dejo la caza de otras imprecisiones a la sagacidad universitaria.

                                                                                  Puerta de Madrid, 11.11.2006