miércoles, 25 de abril de 2012

Pasarse de la raya


Hace muy poco, Chavez, el “ocurrente” presidente de Venezuela, le plantó cara al presidente Bush diciéndole que como se pase de la raya le corta el grifo del petróleo. No, no se me vayan, que ahora no voy de petróleos, ni de leches ni raleas americanistas. Para eso hay otros. Me quiero fijar simplemente  en la claridad y oportunidad lingüística de la expresión “pasarse de la raya” y la exacta concordancia con la significación nuestra. El milagro del trasvase de nuestro idioma a América no fue el de una procesión de palabras, sino que con ellas cruzaron el charco los requiebros y matices de una lengua. La cultura hispánica, esfuerzo de las dos orillas, ha consolidado nuestra cohesión idiomática. Ya sé que lo que hoy se lleva es resaltar las peculiaridades de unos y otros, que las hay, faltaría más, pero yo quiero ahora subrayar el rico acervo que nos une, por ser más importante lo que nos une que lo que nos separa, sin desdeñar lo segundo. El día que se nos rompa el hilo que nos une, sólo quedará la diversidad esparcida, a la deriva. La diversidad sólo lo es desde el trasfondo de la uniformidad.  
           
Dicen los que saben que ya en tiempos de Sancho IV el Despeñado, rey de Navarra en el siglo XI, se usó la expresión “pasarse de la raya”. Antes de que el rey fuera precipitado por un derrumbadero en Peñalén, años antes, estando cerca de Monzón con la princesa Ermisinda, tuvo ésta el antojo de comer la fruta madura de un guindo, siendo contrariada por un guarda de Aragón, quien le hizo saber que las guindas pertenecían al reino de Aragón. Las ramas de aquel árbol llegaban a la raya divisoria de Navarra y Aragón. El guarda le dijo a la princesa que podía tomar toda la fruta que alcanzara desde Navarra. Pero la princesa, despechada, después que había relamido toda la fruta desde su lado, como saltara ávidamente hasta la cocorota del árbol, fue reprendida por el guarda de Monzón, que observaba la jugada como un árbitro de fútbol, y a falta de silbato le gritó: “¡Se ha pasado de la raya!”

Nueve siglos y medio después, ahí es nada, y un océano por medio, el presidente Chavez hace un calco semántico de la expresión del guarda de Monzón. Lo cual no sabe Chavez y menos el guarda aragonés. Pasarse de la raya es una expresión que hoy se aplica cuando se rebasan los límites de la tolerancia.

Hay muchas formas de pasarse de la raya y un mismo sentido de partida. Las fuerzas de la naturaleza, ciegas y telúricas, se pasan de la raya y nos sorprenden. Estos días atrás, a las olas cántabras se le hincharon las narices y se pasaron de la raya, como se pasaron de la raya las inundaciones que sufrieron nuestros amigos saharauis y las trágicas avalanchas de lodo sobre Filipinas, allí donde sólo nos queda el nombre o poco más. Y en México, donde nos queda mucho, al norte, el gas metano se pasó de la raya cuando explosionó desgraciadamente en la mina Pasta de Conchos y no dejó un minero con vida.

El hombre, con su raciocinio, puede dominar la situación y evitar el exceso. Pero se pasa de la raya el fanatismo islámico en su desmedida reacción por las caricaturas de Mahoma, como se pasó de la raya en la voladura de la cúpula dorada en la guerra de las mezquitas, como se pasó de la raya en el baño de sangre de la confrontación de chiíes y suníes. Y se pasa de  la raya el gobierno de las “opas” – “opas” contra la empresa, “opas” contra la ETA, “opas” contra el sentido común–. Se pasaron de la raya, dicen, aquellos manifestantes que en la calle Serrano de Madrid gritaron “Zapatero, vete con tu abuelo”, porque hirieron sentimientos presidenciales, pobrecito, un presidente incomprendido en su faceta de juglar, nuevo Victor Manuel de afectos abuelinos. Se pasaron de la raya quienes en La Romareda  hicieron el grito del mono. Y en Alcalá de Henares –me suena, me suena– se pasa de la raya un portavoz de grupo municipal cada vez que se refiere al obispo de aquella sede episcopal.

                                       José César ÁLVAREZ
                                                          Puerta de Madrid, 4.3.2006

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