lunes, 23 de abril de 2012

OJO de buey


De cordeles y veredas


Sabíamos que un cordel es una cuerda delgada para multiuso, que utilizamos en la paquetería, por ejemplo. El cordel puede tener distintos calibres, pero nunca llega al de la soga. El cordel puede constar de dos hilos o cabos enrollados entre sí, y eso tiene analogías formales con el  derivado “cordelero”, por su facilidad de combarse y flexionarse en el otro. Los cordeleros son gente pesada y reiterativa en la causa de la desgracia, los que dan una vaselina inútil ante la contrariedad: “¡Hay que ver qué desgracia la tuya, que mal fario, con lo fácil que lo tenías...!” Hay cordeleros del 11-M, cordeleros de los juegos de azar y cordeleros ante el pertinaz infortunio de la pertinaz Real Sociedad Deportiva Alcalá. Cordeleros también llamaban antiguamente, por razones distintas, a los franciscanos. Cisneros era  cordelero.

También conocíamos “los romances de cordel”, salmodia de ciegos y negocio de buhoneros, escritos a cuatro caras en pliegos de cordel, a diferencia de los romances tradicionales, transmitidos oralmente.

Pero de lo que no habíamos oído hablar era del cordel de Talamanca, una vía agropecuaria que desde la villa del Jarama se llegaba hasta Alcalá. Uno, que es ignaro, se enteraba de tan vigente vía medieval por causa de un reciente Pleno del Ayuntamiento. Resulta que el equipo de Gobierno Municipal ha adquirido terrenos en la Isla del Colegio, donde, entre otros proyectos, van a instalar el nuevo parque ferial. Los gobernantes tienen prisa. La oposición, no. Los gobernantes han pagado a la propiedad de la Isla con terrenos aledaños a la carretera de Daganzo, pero los opositores ven esos terrenos infestos de cordeles y veredas que serían de propiedad pública. Es un encomiable gesto socialista para con los vendedores, a fin de que no sean pagados con terrenos  agujereados. El cordel de Talamanca me trae el recuerdo de aquellos sabios del lugar que se frotaban las manos esperando que apareciera en el suelo de la derribada Plaza de Toros un fantasmal malecón que paralizara las obras. A falta de cosas concretas, bueno es exhalar el sahumerio de fumatas y de meigas, el humo de cordeles, malecones y excrementos de lince.

 Estas vías de comunicación del ganado lanar recibían los nombres de cañadas, cordeles, veredas y coladas, dispuestas de mayor a menor. Según precisión que, por parte socialista, se hizo en dicho Pleno, los cordeles tienen treinta y siete metros de ancho y las veredas veinte. Uno se queda turulato al comprobar la anchura de los cordeles medievales y de las veredas que se estremecen al ritmo de sus caderas, porque las veredas medievales, a diferencia de las de la canción, sólo podían estremecerse bajo las ancas de una mujerona pantagruélica.

Para salir de este embrollo, la propuesta socialista, que derramaba lisura, exige el dictamen de la Comunidad de Madrid. Pero los comunitarios llevan meses sin encontrar cordeles ni veredas.

Así las cosas, el concejal de Medio Ambiente, al parecer, se ha dirigido a un contumaz opositor de sus proyectos, y con meliflua voz le ha cantado:

Deja que te diga, moreno, mi pensamiento. A ver si así despiertas del sueño. Del sueño que entretiene, moreno, tus sentimientos.

Como quiera que el edil gobernante ha colmatado de tierra parte del caz, como puente provisional para el paso de la obra en la Isla, el interpelado miembro de la oposición, raudo en la réplica, maestro del rebote, con una voz profunda que daba pavor, dicen, contestó de esta guisa:

Alfombra de nuevo el puente y engalana la alameda, que el río acompasará tu paso por la vereda.

       
José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 8.4.2006

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