lunes, 23 de abril de 2012

OJO de buey



La Infanta Catalina y la rosa


     Alcalá consigue por fin una bella escultura en un bello lugar. Se trata de la alcalaína Catalina de Aragón, infanta de Castilla, princesa de Gales y Reina de Inglaterra, cuyo descubrimiento escultórico tuvo lugar el pasado viernes en la plaza de las Bernardas, ante el palacio Arzobispal donde nació. Allí quedó develada la imagen del gracioso escorzo de la hija menor de los Reyes Católicos, portando un libro y exhibiendo una flor en la mano.
    
      Podemos decir que el estilo de esta escultura pertenece al realismo mágico, parodiando un cierto estilo literario, lejos de abstracciones y esquematismos complicados. El joven escultor canario nada nos habló con respecto a los atributos de la flor y el libro. Pero nosotros queremos entrar ahí por nuestra cuenta. Uno diría que apareció la infanta de título aragonés anunciando la festividad de San Jordi con un libro y una rosa. Pero no. Existe un precedente pictórico, que es el “Retrato de una infanta (¿Catalina de Aragón?)”, atribuido a Juan de Flandes (Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid), el cual tiene un asombroso parecido con el de su hermana Juana de Castilla, que se exhibe en Viena. En el aludido cuadro de Madrid, la supuesta infanta tiene una rosa en la mano, lo cual ha propiciado dos interpretaciones que pueden servirnos para la explicación que buscamos. La primera explica su destino con la casa Tudor, cuyo símbolo es una rosa, los pétalos rojos aluden a la casa de Lancaster, y los blancos a la casa de York. Esto recuerda también “la guerra de las dos rosas”. La segunda versión alude a la juventud de la infanta, quien era una flor que contraería su primer matrimonio con Arturo, príncipe de Gales, a los dieciséis años.
    
     Pero hay otra razón, puede que más sólida, sobre la aparición del libro y la rosa. Catalina fue autora de textos de ascética, y en su libro más conocido en el Reino Unido glosa la frase de “no hay rosa sin espinas”. Lleno de espinas estuvo ya su viaje a la Gran Bretaña. Salió del puerto de  La Coruña y las bravías aguas del golfo de Vizcaya lanzaron el barco a la deriva durante diez días, atracando en Laredo, de donde saldría un mes después para emprender un largo y accidentado viaje. Espinas hubieron de tener sus cuatro meses de matrimonio con el enfermizo príncipe Arturo, que el Papa Julio II anula por matrimonio no consumado. Espinas hubo de haber en los siete años en que Catalina, llena de escrúpulos y cabildeos, sopesaba la propuesta de matrimonio con su cuñado. Y rosas hubo de haber al fin en los dieciocho años de  matrimonio con Enrique VIII. Ana Bolena, una de las cortesanas más próximas, resultó ser una aguda espina en su camino, en el camino de la Iglesia Católica y de Inglaterra.
    
     Hay autores que matizan sustancialmente aquel momento. El Papa Clemente VII estaba dispuesto a conceder la nulidad de un matrimonio entre cuñados, pero que había de contar en principio con la renuncia de la reina. Pero la castellana de Alcalá y aragonesa de título no dio un paso atrás ni como mujer ni como reina, a pesar de las espinas de la prisión que la esperaban.    
        
      Rosas alcalaínas tuvo Catalina sobre su tumba con ocasión de la celebración del 450º aniversario de su muerte en 1986, cuando una delegación municipal, de la que tuve el honor de integrar, fue invitada a tomar parte de aquel evento. Recuerdo el exquisito y deferente trato que recibí del entonces alcalde don Arsenio Lope Huerta en aquellos actos, por delicadeza ante la mayoría conservadora del Ayuntamiento de Peterborough, sobre cuya lápida de su imponente abadía, templo respetado por la ira de Enrique, quedaron en aquella ocasión las rosas alcalaínas para Catalina.

José César Álvarez
                                                                                              Puerta de Madrid,

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