lunes, 23 de abril de 2012

OJO de buey


El berrinche de Juan Marsé

     Lo que me impactó fue el berrinche de Juan Marsé cuando tenía siete años. Nunca pudo imaginar que lo contaría un día sobre la tribuna del Paraninfo de Alcalá. En la Barcelona de Marsé de aquellos años de postguerra, los vecinos hicieron una fogata, donde arrojaban los libros, cartas, fotos y documentos que creían ser comprometedores en aquellos días. Juanito miraba el fuego y las hojas que se desprendían y se encendían como rosas, bailaban y volaban convertidas en pavesas. Fijo se mantenía Juanito por los entresijos de la pira, cuando advirtió que su héroe predilecto Bill, el Aventurero del Aire, su propia efigie imbatida, se inflamaba en el fuego al que erróneamente le había destinado su padre. Juanito Marsé rompió a rugir con un llanto inconsolable.

     Es mejor así. Es mejor no perderse la belleza de las situaciones por poner en juicio las propias situaciones. Es mejor hacerse separatista republicano y poder así entrar al patio de vecindad y colocarse en el  redor de su hoguera. Es mejor dejarse llevar y meterse ahora en la estética de los perdedores de que nos habla la ministra González-Sinde. Nada de lo que de negativo me han dicho sobre ella lo proyecto ahora sobre su imagen parlante, sólo sé que sabe leer y la escucho. Saber leer no es faena corriente. Que una ministra de Cultura sepa leer dice ya mucho a su favor. Tiene temple, cadencia, sentido, dicción. Eso es mucho. Puede ser su “canto alcalaíno” el canto premonitorio de la flamante ministra. La ministra Chacón podría llegar a saber leer si no se precipitara. La de Cultura tiene mimbres de sobra para tejer un discurso de conmovidas analogías. Ante todo, tiene delante a un premio Cervantes que nació a la literatura desde el cine. Y el cine es el alma de la que sabe leer.
   
      Los comentaristas de TVE, él y ella,  glosan el largo y sugerente discurso de Marsé. La cámara recorre los atauriques y lacerías del imponente artesonado, enfoca la galería superior y desciende a sorprender los rostros arrobados que despiertan. Puede resultar pedante, diría yo, como un localismo banal, pretender que el comentarista dijera algo del sitio, algo así como “esta es la Universidad del Renacimiento español” o “en esta ciudad nació Miguel de Cervantes”. Todo lo más que se dijo apoyando la imagen fue: “Esta es la fachada de esta Universidad”. Pienso, por el contrario, superando la ironía, que aquí no hay que dejarse llevar. Los símbolos, por muy manidos que parezcan, no se suponen, es preciso renovarlos continuamente. Si nos quedamos sin símbolos, Madrid nos dará matarile, nos quitará, insaciable, el Premio Cervantes para trasladarlo a cualquier lugar reinventado,  a un punto cualquiera de ese Madrid de las Letras o a la suntuosa sede del Instituto Cervantes con olor indeleble a banco, pongo por caso.
    
     El autor autodidacta Juan Marsé, puesto en pie, acogió dignamente el broche litúrgico del himno universitario, ese que dice: “Vivat Academia, vivant profesores”. La liturgia civil resulta a veces equívoca. A mí, por el contrario, lo que me llegó inequívoco, como un trueno, fue el berrinche de Juanito.


José César Álvarez
Puerta de Madrid, 2.5.2009


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