lunes, 23 de abril de 2012

PPREGÓN DE LA VIRGEN DEL VAL DEL 2001.

                                                                                       Por José César Alvarez


Ilmo. Sr. Abad-Deán de la Iglesia Mafistral-Catedral, Junta de Gobierno de la ilustre Cofradia de la Virgen del Val, dignísimos alcalaínos todos:

Se le encoge a uno el corazón no vislumbrar la generosa silueta del que durante tantos años fuera prioste de esta Cofradía, Julián Angel Muñoz Pérez. Nuestro recuerdo más entrañable para nuestro buen amigo Ángel, a quien la Virgen del Val ha querido llevársele a otros valles más rutilantes, valles no de lágrimas. Recuerdo que hacemos extensivo al que fuera Tesorero de la Junta, nuestro buen amigo Tomás Cubillo Frutos. Descansen en paz.

Pregón de la Virgen del Val, honor que me concede la Junta de Gobierno de la citada Cofradía de la Virgen del Val, honor al que no sé si podré estar a la altura de las circunstancias, porque los pregoneros, los viejos pregoneros voceaban en la vía pública, anunciaban, citaban, convocaban, congregaban… y yo no creo que pueda agregar ni un ápice a esta santa convocatoria ya decidida. Nadie se agregará por mí.  Sin embargo, las intenciones me salvan. Porque en estas circunstancias me gustaría ser pregonero a la antigua usanza, y provisto de trompeta, vocear de esquina en esquina la festividad de esta Virgen del Val, Patrona de Alcalá, vocear el nombre de esta Virgen que cíclicamente va y viene por la espina dorsal de la ciudad, de esta Virgen grande que recorre la entraña de la historia de Alcalá, de esta Virgen grande y chica que se agazapa festivamente en el tercer domingo de septiembre, renunciando humildemente a otras repercusiones de índole social y laboral.  Una Virgen, en definitiva, necesitada de un pregonero de verdad, que anuncie a los alcalaínos que dicen serlo y a los que lo quieren ser, a esta Patrona, cuya festividad pasa casi desapercibida en el calendario local por caer en domingo.

Hecha esta introducción, voy a glosar a mi manera, si ello me es permitido, algunos recuerdos personales de la Virgen del Val, recuerdos, por otra parte, simples, casi fútiles, eso sí, adobados y enfatizados a mi manera. Por ejemplo, tengo nítidos en la memoria aquellos alrededores de la ermita de la Virgen del Val, donde se celebraba la antigua romería, siempre colorista y costumbrista, popular y familiar, y aquella barcaza que nos transportaba al otro lado del río. Sin embargo, los alrededores de la ermita del Val me traen otros recuerdos más laboriosos. Era cuando la chavalería íbamos a arrancar el paloduz. Las mejores matas de paloduz de toda la comarca se concitaban en torno a la ermita del Val. Provistos de utensilios, extraíamos con mucho esfuerzo los rizomas del orozuz, que nosotros llamábamos paloduz y otros regaliz. Alardeábamos entre nosotros con gavillitas cortadas al ras. De esta manera hacíamos pifia a los puestos de golosinas del Sr. Emilio y Retabé, que de 10 céntmos el palitroque lo habían subido a 15, lo que suponía un gasto insostenible. Tengo para mí que aquella dulce generosidad del entorno de la ermita no podía ser casual. Pensaba de niño y sigo pensando todavía que allí donde la Virgen del Val había plantado su pie en el campo, allí lo había colmado de dulce. Todos los alrededores de la ermita estaban cuajados de dulce. Era el dulce maderoso de los niños de la posguerra.

Recuerdos de la Virgen del Val. No sé por qué llevo clavado en la retina aquel canastillo de pétalos de rosa que una muchacha lanzó al paso de la Virgen desde un balcón de la calle Mayor. Los lanzó con tal tino y destreza, que, por un instante, aquel borbotón de pétalos quedó clavado en lo alto. Y yo llevo clavado en el recuerdo aquel arrojo de amores encendidos, aquella cascada de besos translúcidos, aquella leve gravedad de una ofrenda que lentamente caía sobre el rostro y el manto de la Virgen.

Recuerdos de la Virgen del Val. Una procesión de un año cualquiera, de muchos años cualquiera, en los que desde una acera cualquiera he esperado pacientemente el paso de la Virgen. Al acercarse, la curiosidad me ha llevado, perdon Señora, a mirar la expresión de las caras de las personas allegadas. Al acercarse la Virgen  las expresiones de los rostros son muy variadas. Las hay impenetrables, respetuosas, pero cunde la emoción y el entusiasmo, sobre todo en las mujeres. Pero entre los respetos y entusiasmos,  he descubierto rostros de mujer tensos, miradas llenas de ansiedad, bisbiseantes de súplica y de plegaria, apuradas de premura, como si el tiempo se les marchara, como si la Virgen se les escapara. Mujeres anónimas de las aceras de Alcalá  balbuciendo una pena honda, una congoja. Puede que la pena de un hijo en el paro, la pena de un hijo en la droga, la pena de un hijo enfermo. Madres de Alcalá trasluciendo un sufrimiento hondo, cuyos rostros he guardado en el archivo de mi memoria.

Recuerdos de la Virgen del Val. Esta vez fue una procesión concreta, la del ochocientos aniversario. Participé activamente en la misma, ubicado hacia la zona media. Entonábamos el “Estrella de los mares” en el momento en que traspusimos la casa tapón que desde la plaza de los Santos Niños accede a la calle Mayor, cuando constatamos que la parte delantera de la procesión entonaba el “Ave, Ave, Ave María”, entrando en un pulso cantoral, en una porfía tonal entre ambas partes. En estas andábamos cuando la banda militar de fanfarrias y cornetas que cerraba la procesión embocó la calle Mayor con tal estruendo que hizo reduplicar nuestros esfuerzos canoros, entregándonos a una triple confrontación tonal a todo trapo y resultando una inaudita mezcolanza, un guirigay sublime y alucinante del que guardo sonoro recuerdo.

Recuerdos de la Virgen del Val. Casa familiar de la calle Carmen Calzado, donde mi tía Maria Luisa, metida a poetisa, lo era, inclinada sobre unas cuartillas en una mesa camilla, se empeñaba en rimarVal con Santidad y Santidad con Alcalá, y el resultado de aquel empeño fue la letra del actual himno de la Virgen del Val, encargo que recibió de aquel Abad de tan grata memoria, don Francisco Herrero García, aportando la música el sacerdote alcalaíno don Jose María Roldán. Himno, es de justicia decirlo, que fue relanzado por el coro de Carmen Cerezo, y cuya letra conocéis bien:
                                  
“Virgen del Val,
                 la perla de este valle,
                 joyero de grandeza
                 de ciencia y santidad.
                 Buscamos, Virgen pura
                 tus grazos maternales,
                 pues eres nuestra madre,
                 la madre de Alcalá”


Mi tía Maria Luisa había querido resumir en los primeros versos de este estribillo la imbricación de la Virgen del Val y la historia de Alcalá. y llama a la virgen  “perla” y “joyero”, es decir, parte y todo, contenido y continente. Y en ese joyero de grandeza entran todos los sabios y los santos de la Universidad de Alcalá: Francisco Vallés el Divino, el gran médico humanista, el filósofo Francisco Suárez, el doctor eximio. Y los filósofos nominalistas. Y Domingo de Soto, Laínez, Salmerón y todos aquellos a los que Menéndez y Pelayo llamó “martillo de herejes y luz de Trento”. Y los santos que fueron alumnos de la Universidad: Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Avila, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, San José de Calasanz. Y los santos más cercanos: San Félix de Alcalá y San Diego de Alcalá. Todos ellos, sabios y santos, rezaron a la bendita Virgen del Val, “joyero de grandeza, de ciencia y santidad”.

Pero en ese joyero entramos también todos los que hemos rezado alguna vez a la virgen, todos los que alguna vez la hemos mirado. Todos los alcalaínos, por el hecho de serlo, somos joya dentro del joyero de la Virgen del Val.  ¿Sabéis  por qué? El rostro de la Virgen es intemporal, nosotros pasamos pero la Virgen queda, y cuantos se asoman a ese pozo insondable de la historia quedan atrapados. Y ahí nos encontramos con los alcalaínos que nos precedieron, con los santos y los sabios, con los labriegos que le pidieron la lluvia y con las madres que le pidieron un buen parto. En el rostro de la Virgen nos encontramos los alcalaínos que somos con los que han sido, ahí nos miramos y nos remiramos, ahí nos fundimos. Es la Virgen del Val un vértice de encuentro, crisol de los tiempos, pozo de vértigo.

Al rostro intemporal de esta Virgen del Val se asomaron aquellas madres de la Edad Media que le pidieron por la higiene de sus calles, por el empeño fallido de dar hijos a Alcalá y a Castilla, dada la alta mortandad infantil, y le rezaron por el fin de las guerras y de las epidemias.

Y en ese rostro nos juntamos con las madres de Alcalá que dieron hijos a América, y en ello esta ciudad fue extraodinariamente generosa. Y aquellas madres rezaron a la Virgen del Val por la incierta y procelosa aventura de sus hijos, y al rezar por sus hijos rezaron por la épica gesta del Nuevo Mundo. Y los hijos de Alcalá, desde América, replicaron a sus madres rezando a la Virgen de su pueblo, la  Virgen del Val, vértice de encuentro.

Y fray Francisco Jimenez de Cisneros, el fraile franciscano que fue Cardenal de la Iglesia, Arzobispo de Toledo, Regente de España y Señor de Alcalá, el que elevó a la dignidad de Magistral este templo, (el verdadero hacedor del “Alcalá patrimonio de la Humanidad”, cosa que no se dice, quizás porque se supone, en tanto se subrayan aspectos colaterales de nuestra historia), rezó a la Virgen de la Asunción, primera advocación de la Virgen del Val, y que la jerarquía eclesiástica alternó durante mucho tiempo con la denominación  popular del Valle, del Vado, tal como la cita el Arcipreste de Hita,  del Vall y del Val. La rezó el Cardenal cuando esperaba la Bula fundacional del Papa Alejandro VI, que se le retrasaba y hubo de empezar las obras de la Universidad sin el refrendo pontificio. Y  fray Francisco rezó a la Virgen del Val en la otra de sus grandes obras, la Biblia Políglota Complutense, cuando a su impresor Arnaldo de Brocar se le acumulaaban los problemas. ¡Eran tres y cuatro columnas de la transcripción del texto bíblico en tres y cuatro lenguas, en prodigioso paralelismo y en cuatro caracteres distintos, los caracteres latinos, griegos, hebreos y caldeos! Y Cisneros se encomendó a la Virgen del Val pidiéndole por el final feliz de aquel reto, que él no pudo ver concluido.

Y rezaron a la Virgen del Val los profesores y alumnos de la Universidad. Con motivo de dicha festividadm, nuestra historia relata que  hubo disputas muy serias por cuestión del protocolo entre las tres instituciones señeras de Alcalá en aquel entonces: el Cabildo Magistral, la Municipalidad y la Universidad. En realidad era un problema de celos por la Virgen del Val. La protesta solía venir siempre de la parte de la Universidad, quien se llevaba la peor parte en los protocolos. Pero un año, cuando la procesión llegaba a la Puerta de Mártires, cayó tan fuerte aguacero que hubo de suspenderse la procesión. La Universidad se prestó a darle cobijo, dada su proximidad, y con tal motivo la retuvieron casi un año, durante el cual le montaron guardia permanente profesores y estudiantes.

La historia tiene sus días de cara y sus días de cruz, su anverso y su reverso. Si hubiera que buscar en nuestra historia algún día ejemplar de cruz o de reverso hemos de irnos a la Guerra de la Independencia. Por ejemplo, el 20 de Abril de 1813. Noche negra donde las haya, noche de espanto. El Empecinado, que aquí estaba, recibe la noticia de que los franceses se acercan a Alcalá desde el puente de Viveros en San Fernando siguiendo la línea del río, El Empecinado y sus guerrilleros huyen. No puede hacer frente a los franceses. Le han sido requisados los depósitos de municiones por El Manco, un renegado. Alcalá queda desprotegida y los franceses entran en afán de revancha. Los maridos y los hijos nada pueden hacer ante los alaridos de sus esposas y madres, de sus hijas y hermanas; los sagrarios de iglesias y conventos fueron profanados y saqueados; casas robadas e incendiadas; y ni los enfermos fueron respetados: levantados de sus lechosfueron corridos de arma. A los pocos, días en esta bendita Magistral, se organizó un acto especial de desagravio al que acudieron  todas las nmujeres de Alcalá que no murieron. Todas juntas, codo con codo, la noche de marras con distinta suerte, todas a una rezaron a la Virgen del Val por la paz de sus corazones y la paz de España, en tanto los hijos y maridos arreglaban los desaguisados de la tropa intrusa, que había tomado el camino de Guadalajara. Es fácil imaginarse el efecto de aquellas tres formidables palabras de la imprecación de la solemne letanía que dirigió el Abad de San Justo:

-A peste, fame et bello

Y las mujeres de Alcalá, que no saben latín, pero que creen que a Dios hay que dirigirse en su idioma para que las entienda, todas a una, clavados sus ojos en la bendita Virgen del Val, mediadora entre Dios y entre los hombres, contestan:

-Liberanos, Domine.

De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, Señor.

Como veis, no sólo rezaron a la Virgen del Val los santos y los sabios de la Universidad, sino el pueblo llano, los hombres y mujeres  de la peste, el hambre y la guerra. Es necesario, alcalaínos, mirar a la Virgen del Val y extraer de sus ojos no sólo sus días de gloria sino sus noches negras. Las noches negras de la historia son el obligado contrapunto para poder entender lo que vale hoy un bocado de pan blanco, un grifo de nuestras casas, un paseo por la plaza de Cervantes o el silencio de nuestras bibliotecas. Los ojos negros de esta Virgen nos devuelven el valor de las cosas sencillas.

Ay de las noches negras de la historia. Y sin embargos, amigos, otras noches negras sin historia hoy nos ocupan. Me refiero a las noches de la movida dura, las noches del alcohol y de la droga,  las noches de la camorra y de la pendencia de las hojas blancas que encharcan nuestras fiestas. Esa es la última bruma que empaña los ojos de la Señora.

Y. ahora que nos hemos sustraído para este acto desde la consternación producida por los aviones suicidas, te pedinos, Madre, por todas las víctimas de los Estados Unidos de América. Y se lo pedimos a esta Virgen que cruzó el charco en la memoria de sus hijos, a esta Virgen, enciclopedia viva, que sufrió los fanatismos de toda índole, a esta Virgen que  durante la dominación islámica hubo de estar sepultada. Después, cuando Alfonso VI y don Bernardo reconquistaron estas tierras, se le dio la oportunidad a un labriego para que, en 1184, con la punta de su harado sacara de su escondrijo, dentro de una hornacina,  a esta Virgen de luces recobradas, a la que pedimos erradique de nuestra cultura los fanatismos de toda laya.

Hemos recibido, alcalaínos, el legado de ser los guardianes de esta Virgen. Nosotros pasamos, la Virgen queda. Y durante ese ínterim existencial nos corresponde conservarla, quererla y mimarla. Por eso, nunca, alcalaínos, nunca, ni en los tiempos de la ira, hemos de volver a arrojar al riío de la incuria y de la ignominia a esta Virgen que sintetiza la historia de Alcalá, porque con ella sepultaremos nuestras señas de identidad.

Como pregonero que soy, alcalaínos, yo os anuncio a la Virgen del Val, la Madre de madres, la Madre de las madres de la Edad Media, la Madre de las madres de América, la Madre de las madres de la Guerra de la Independencia, las de la noche negra, la Madre de las madres anónimas de las aceras de Alcalá, las de la mirada de ansiedad, las de la pena honda. Yo os anuncio, alcalaínos, a esta Virgen que es Patrona de Alcalá, Alcaldesa perpetua de la ciudad, Doctora de la Universidad y capitana de la tropa alcalaína, títulos cantan.

Y termino: “Buscamos, Virgen pura, tus brazos maternales, pues eres nuestra Madre, la Madre de Alcalá”.

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