miércoles, 25 de abril de 2012

Las baldosas rotas del franquismo

   

     Sabido es que la almendra de esta vieja ciudad abriga dos plazas unidas por el cordón soportalado de su calle Mayor: la de Cervantes y la de los Santos Niños.

     Yo creía que en la plaza de Cervantes estaban cambiando las baldosas rotas, rotísimas, pero estaban metiendo tubos de suministros varios, por lo que la sustitución del pavimento es parcial y ocasional. Las baldosas blancas de la plaza de Cervantes presentan una existencia más rota que entera, y, trituraditas y oxidadas, viven desesperanzadas la crisis que nos atenaza a todos. Esta plaza, blanca y gris, fue un regalo póstumo del franquismo municipal, época sobria y lucida, a la que otros llaman predemocrática. En los areneros de la plaza brotaron después seis huertas de rosas. 

     Sobre el suelo de la plaza de los Santos Niños pasa más de lo mismo. Un viejo pavimento de china, tendido como jerga de eremita, contrasta con la airosa e impoluta Catedral-Magistral. Allí, últimamente, han sido practicados  remiendos pavimentales, que chillan como cornejas, como retales fruncidos con hilo blanco entre el adusto y mugriento manto.
   
     Este solar de la plaza de los Mártires de Alcalá sufre el victimismo post-martirio de la disputa de su titularidad, que si es propiedad municipal o eclesiástica, y que parece esto último. Esa es la razón del estado deprimido de la plaza. Y es el caso que los remiendos municipales han sido ejecutados en la circunstancia episcopal de sede vacante.

     Yo recuerdo los orígenes de ese pavimento santiustino. Recuerdo el saludo de aquel  eterno concejal de obras de la época, Gómez Imaz, eterno falangista de honrados servicios, a pie de obra, en el frente de las baldosas que avanzaban ordenadamente. Recuerdo su saludo de campaña desde su bigote poblado de afabilidades y facundias. 

     Cuando el suelo más emblemático se nos rompe y roto queda, es que algo pasa, algo pesa, algo pisa y algo posa. Lo cual es obvio y perdón por el juego de palabras. Pero no me negaréis que estamos pisando los remiendos practicados sobre los suelos que aviesamente llaman franquistas, y que otros, por respeto a su vigencia compartida, dicen predemocráticos. A las plazas me remito.

     Cuando en las proximidades de la Catedral oigáis a la Ignacia y a la Dorotea, dos de las campanas más trepidantes del plantel sonoro de la torre de San Justo, debéis abrir la boca  y no taponar los oídos al estilo Rajoy en la mascletá de Valencia. Yo pienso que a estas viejas baldosas, siempre próximas, les falta su boca abierta, que son las juntas de dilatación. Lo cual digo en beneficio propio y del suelo que pisamos.

unidas por el cordón soportalado de su calle Mayor: la de Cervantes y la de los Santos Niños.

     Yo creía que en la plaza de Cervantes estaban cambiando las baldosas rotas, rotísimas, pero estaban metiendo tubos de suministros varios, por lo que la sustitución del pavimento es parcial y ocasional. Las baldosas blancas de la plaza de Cervantes presentan una existencia más rota que entera, y, trituraditas y oxidadas, viven desesperanzadas la crisis que nos atenaza a todos. Esta plaza, blanca y gris, fue un regalo póstumo del franquismo municipal, época sobria y lucida, a la que otros llaman predemocrática. En los areneros de la plaza brotaron después seis huertas de rosas. 

     Sobre el suelo de la plaza de los Santos Niños pasa más de lo mismo. Un viejo pavimento de china, tendido como jerga de eremita, contrasta con la airosa e impoluta Catedral-Magistral. Allí, últimamente, han sido practicados  remiendos pavimentales, que chillan como cornejas, como retales fruncidos con hilo blanco entre el adusto y mugriento manto.
   
     Este solar de la plaza de los Mártires de Alcalá sufre el victimismo post-martirio de la disputa de su titularidad, que si es propiedad municipal o eclesiástica, y que parece esto último. Esa es la razón del estado deprimido de la plaza. Y es el caso que los remiendos municipales han sido ejecutados en la circunstancia episcopal de sede vacante.

     Yo recuerdo los orígenes de ese pavimento santiustino. Recuerdo el saludo de aquel  eterno concejal de obras de la época, Gómez Imaz, eterno falangista de honrados servicios, a pie de obra, en el frente de las baldosas que avanzaban ordenadamente. Recuerdo su saludo de campaña desde su bigote poblado de afabilidades y facundias. 

     Cuando el suelo más emblemático se nos rompe y roto queda, es que algo pasa, algo pesa, algo pisa y algo posa. Lo cual es obvio y perdón por el juego de palabras. Pero no me negaréis que estamos pisando los remiendos practicados sobre los suelos que aviesamente llaman franquistas, y que otros, por respeto a su vigencia compartida, dicen predemocráticos. A las plazas me remito.

     Cuando en las proximidades de la Catedral oigáis a la Ignacia y a la Dorotea, dos de las campanas más trepidantes del plantel sonoro de la torre de San Justo, debéis abrir la boca  y no taponar los oídos al estilo Rajoy en la mascletá de Valencia. Yo pienso que a estas viejas baldosas, siempre próximas, les falta su boca abierta, que son las juntas de dilatación. Lo cual digo en beneficio propio y del suelo que pisamos.


José César Álvarez  
 Puerta de Madrid, 4.4.2009

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