miércoles, 25 de abril de 2012

Los trenes rotos


El viajero corre a por el tren de la mañana. Sabe que allí puede relajarse. Todos los viajeros de Alcalá tienen asiento. El asiento en el sentido de la dirección, mejor ventanilla, con o sin sol, con o sin gente, adelante mejor, aquí mismo. La elección del asiento es personal y aquel día resultó definitiva. Desde Alcalá a Madrid-Atocha hay diez estaciones; con La Garena, once. Si todo va bien pueden ser treinta y siete minutos. Uno se sienta y se blinda ante su entorno. Presencias ausentes, herméticas, arrebujadas en los asientos del tren. Cada uno sumido en su mundo de prisas y afanes. Por encima de las bancadas voltea alguna cháchara desabrida, que resulta hiriente tan de mañana. Son las conversaciones pasivas de los que quieren continuar el sueño, de los vecinos de viaje que se ven y no se miran, o miran ahora el hilo de agua que surca el cantizal del Torote, o más tarde las venas que se escinden en el cauce del Jarama, río de leyendas trabucaires, que toca al Henares y le roba la primogenitura. Más allá, por Vicálvaro, canta el stock de coches alineados que miran a los viajeros del tren como perros sin amo. No le dan la cara al tren las fachadas, sino las traseras de fábricas y bloques, infestas de unos graffiti insistentes, persistentes.

Aquella mañana debió ser como tantas otras, mañana de sueños arrastrados, de prisas y miradas a través de las lunas siempre ralladas de la violencia que nace. La violencia se hizo monstruosa en el viaje y explotó en el propio tren. Hay quien cuenta que se había agachado a coger un botón, y al incorporarse halló a sus vecinos definitivamente ausentes, abisalmente huidos. Que antes, si quisieres palabra en el viaje, allí la hubieres. Pero ahora, en un agacharse, se agotaron todos los caudales dormidos y todos los viajes soñados. Una pancarta de aquellos días decía que “todos íbamos en aquel tren”. Es una solidaridad confortante, pero es un eufemismo. Allí sólo estaban ellos. Desgraciadamente sólo estaban ellos en el lugar elegido del tren elegido. Y su elección no fue ni buena ni mala, fue la que fue. Dos años hace, y los heridos, mal que bien se acomodan a la vida, pero los muertos no. Un vacío sideral los envuelve, un vacío insustituible para los suyos.

El último sábado, a la hora del mediodía, en el monumento a las víctimas del Paseo de la Estación, fueron cayendo redondas, una a una, las frases elegidas de los autores elegidos. Si la selección de textos fue rica y abundante, no menos lo fue la representación de las entidades alcalaínas que allí desfilaron con la voz recia y emocionada de los grandes momentos. Mientras caía Gandhi o Tomás de Kempis o Martín Luther King, yo miraba el árbol de hierro del monumento, tratando de desentrañar su simbolismo. Pregunté y me dijeron que era un brazo exterminador que se enfrentaba al grupo humano, me dijeron que era un yunque y un martillo a la vez frente a ellos, me dijeron que a ciertas horas expandía un rayo de sol hacía ellos, me dijeron que era el cielo al que ellos miraban... Yo, en conclusión, he deducido que la indeterminación simbólica del monumento corre pareja con la indeterminación del trágico suceso, con las preguntas sin respuesta convincente del quién, para qué y por qué. Un monumento al aire del enigma que flota cada día con más fuerza.

Alcalá es origen y destino de una autopista ferrovial de cuatro vías, y fue elegida por los agentes del mal como lugar de partida y centro de las aviesas operaciones de aquella mañana. Fue Alcalá la Fontíbre de un río satánico, la sierra de Albarracín de un caudal de desgracias, los Ojos del Guadiana de una vesánica y tenebrosa maquinación. Cuando aún no se han acallado los ecos estremecedores de aquel día de veinticinco muertos de alcalaínos registrados, alguien nos dice que Alcalá, policialmente, es una ciudad tranquila. Los lugares de la deflagración borraron sus orígenes. En la crónica nacional, el bosque de Madrid se quedó con las víctimas, y Alcalá resultó sumida en la anécdota de una furgoneta y un portero. Pero en esta tierna efeméride de los trenes rotos, Alcalá ha sabido honrar la memoria de sus ciudadanos rotos.



José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 19.3.2006


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