lunes, 23 de abril de 2012

Salpicón de notas con nata
     
    Álvaro Colodro
    
     Hace poco estuve en Córdoba. En la historia de la ciudad sultana el alcalaíno Alvaro Colodro es un mítico personaje. Aunque Ambrosio Morales le cita como uno de los cinco soldados que en 1235 escalaron las murallas de la Córdoba musulmana, en la historia heroica de su liberación Colodro figura inequivocamente como su primer asaltador. En el lugar de su escalada se abrió una puerta a la muralla y allí se le recuerda, dando nombre a uno de los lugares emblemáticos de la ciudad. “En el colodro –escribe un pregonero de la Semana Santa cordobesa– el pueblo se da cita para ver al Señor”. Álvaro Colodro era un soldado almogávar, es decir, pertenecía a una clase de militares profesionales, que, organizados, se trasladaban de un lugar a otro con sus familias y pertrechos. Los almogávares, juntamente con los templarios, ofrecían una sólida preparación militar. De ahí, que ambos acometieran conjuntamente memorables empresas de la reconquista.
     Pues bien, yo había leído en algún sitio que Álvaro Colodro era un alcalaino, oriundo de Cobeña, donde había nacido, pueblo situado a unos 14 kilómetros de Alcalá. Paseaba por Córdoba con mi “colodro” a cuestas cuando me topé con la “Real Academia de Córdoba de Ciencias, de Bellas Letras y de Nobles Artes”. Entré decidido. Accedí desde la calle directamente a una sala noble y polivalente, que servía de sala de Juntas, de sala de conferencias y de exposiciones. Pedí información a una señorita. Tres caballeros hacían corro no lejos de mí. Los abordé con arrojo.
   
      –Pasaba por aquí y no he podido por menos que entrar a saludarles. Soy colega vuestro. Vengo desde las tierras de Álvaro Colodro a esta bella ciudad de Lucano y Séneca,  de Juan de Mena y Luis de Góngora...

     Yo hablaba dando tiempo a que prendiera la mecha de mi anunciado origen. Después de un silencio, el más enjuto empezó a borbotar:

     –Viene... usted... entonces... de la tierra de Cervantes.

     –Exactamente –le dije, al tiempo que arrumbaba su hombro de un palmetazo–. Nosotros les enviamos a Álvaro Colodro y tres siglos después nos pagaron la gracia enviándonos a Alcalá de Henares la estirpe cordobesa de la que nació Cervantes. Son ustedes gentes muy cumplidoras. Así da gusto.
Ellos no tenían prisa, pero yo sí.

     Sonrisas robadas

   

 El pasado miércoles día 14 se inauguró el servicio de bicis municipales. Las hay de dos clases, de paseo y de montaña. Las primeras son más campechanas y culonas, con un soporte en el manillar. Las segundas son más juveniles y convencionales. Son bicis con un peligro evidente.

     Fomentar el uso de la bicicleta en la ciudad es una bella idea. La bici es una sonrisa que atraviesa la ciudad. Queremos calles sonrientes. Pero hay un serio precedente en la Universidad de Alcalá. Sus sonrisas duraron siete días. Fueron sonrisas cautivadoramente cautivadas.

      

     Sala de espera

   

      Viernes dia 16, tarde. Hospital de Alcalá. Nada importante. El asiento de la sala de espera de urgencias es fondón, aburrido, aséptico, imprevisible de tiempo y de noticia. De repente me doy cuenta que toda aquella sala está ocupada por una sola familia, una amplia familia carpetovetónica. Las damas de la tercera edad se alinean al fondo. La juventud procreadora ocupa la isla central, en tanto la rapacería chilla y corretea por libre. La protagonista de la cita pasea su abultada gravidez. El del teléfono repite siempre lo mismo, “todavía nada de nada”. En las mesas de la isla asoman prietas unas bolsas de plástico.

El del teléfono ha invitado a una dama al botellón que esta noche vamos a hacer aquí.

                                                                                                                           
      He tenido que cambiar de sala. Estos asientos son más cómodos y mullidos. La fila de asientos inutiliza los ascensores. Es una antigua sala de comunicación, ahora varada. Somos mitad y mitad. Sí, mitad de indígenas y mitad de aborígenes. A aquella pareja del Este no le ha dado tiempo de aprender un mínimo de español. La megafonía altera levemente los nombres de los enfermos. No tiene importancia, porque nada altera aquí el protagonismo de los enfermos. Aquí no hay divismo médico. Aquí se palpa un entusiasmo que contagia y crece a toda la clase sanitaria muy por encima de sus estrictas funciones profesionales.

      

    Martínez Heredia


     Nada he visto sobre aquel acto. Me refiero al acto de presentación del libro Enrique Martínez Heredia, inteligencia y raza, de Juan de Osés, un periodista catalán que está confeccionando una biblioteca sobre la biografía de los grandes ciclistas españoles y que no llegó al acto por culpa de un accidente. Por lo que yo fui el presentador del libro por accidente. Me dijo Osés por teléfono, minutos antes del acto, que dijera y no sé si dije, que a Heredia le habría correspondido representar el engranaje entre la época anterior de Ocaña y Fuente, y la época posterior de Delgado e Ynduráin. Pero la época de los años setenta que le tocó correr a Heredia fue una década nefasta en apoyos técnicos y de sponsor. Su palmarés le avala como un corredor completo: tres maillots en el Tour del Porvenir del 74, Campeonato del Mundo militar, Campeón de España, Vuelta a Cataluña, Vuelta a Asturias, 6 días de Madrid, etc. A la hora de reverdecer los laureles de este alcalaíno de Huesa (Jaén), se sumaron, además del alcalde y de la amplia representación municipal, grandes nombres de nuestro ciclismo como Pedro Delgado y Julio Jiménez, en la mesa, Mariano Díaz, Rogelio Hernández  y la familia ciclista alcalaína.


                                                                                              José César álvarez

                                                                           Puerta de Madrid,

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