lunes, 23 de abril de 2012

OJO de buey

“Joyero de grandezas”

Hace unas semanas, en un punto del caudal constante y vigoroso de nuestro cronista de la ciudad, Francisco Javier García Gutiérrez, nos servía la triste noticia de la muerte de José María Roldán, trenzada de recuerdos emotivos. Yo lo conocí en la casa de sus padres, la casa de guardeses de Forjas de Alcalá, cuando exhibía su aureola de misacantano. Aquel lúcido sacerdote, periodista y musicólogo, forjado en las riberas del Henares y del Manzanares, se nos marcho muy pronto a las marismas de Huelva, fugitivo de reclamos, y allí se nos quedó para siempre, sepultado de flamencologías y rocíos, abatido de reconocimientos y afectos onubenses. De sus años mozos alcalaínos es la pieza indeleble que nos deja, la música del Himno de la Virgen del Val, su virgen transmutada y fugitiva,  su primera virgen.

            Tengo delante la composición manuscrita de esta obra musical, con una dedicatoria en la cabecera: A D. Framcisco Herrero. mi primicia musical, el Himno de la Madre, con el mayor afecto y cariño filial. José M. Roldán. Consta de un estribillo, maestoso, y de una primera estrofa, ambas partes a una sola voz y órgano. La segunda estrofa es a tres voces y órgano. Y después ofrece una tercera estrofa a dos voces y órgano, donde recrea la letra anterior. Pero lo que importa es que es una canción que ha calado en la religiosidad alcalaína y cuyo popular estribillo dice así:

virgen del Val,
la perla de este valle,
joyero de grandezas
de ciencia y santidad.
Buscamos, Virgen Pura,
tus brazos maternales,
pues eres nuestra Madre,
la Madre de Alcalá.

            Pocos alcalaínos, sin embargo, conocen la autoría de la letra de este himno a la Virgen del Val, pero alcalaínos de aquel tiempo, como Carmen Cerezo, sí lo recuerdan. La letra es obra de Maria Luisa Álvarez, tía mía, quien recibió el encargo de don Francisco  Herrero. Recuerdo aquella ocasión en que me dio detalles sobre este particular. Acababan de comenzar las ferias de 1971 cuando mis tías me invitaron a comer a su patinillo de la calle del Carmen Calzado. Yo acudí a la cita con el  ABC del día bajo el brazo. Me pesaba aquel periódico más de la cuenta, me pesaba porque contenía mi primera crónica en aquel periódico. Aquellas ferias se abrieron con la celebración en el Paraninfo de los Juegos Florales, cuyo acto yo presenté, y donde se entregaban los Premios Ciudad de Alcalá de Henares. Disertó como “mantenedor”don Gregorio Marañón Moya, quien vino acompañado de su amigo Miguel Pérez Ferrero, el gran estudioso de Pío Baroja y Pérez de Ayala. En la cena de aquellas justas literarias, don Miguel, que ocupaba un alto cargo en ABC, me encargó que hiciera yo la crónica de aquel acto, y así fue como empecé  a servirle cróniquillas culturales durante varios años.

Pues bien, volviendo al patio de mis tías, yo ardía en deseos de que mi tía Maria Luisa, minuciosa detallista de la construcción castellana, me calificara aquella mi primera crónica. “Alguien” me había colocado un adjetivo a calzador, que no era mío, y descabalgaba mi sintaxis o a mí me lo parecía. Mi tía cazó el gazapo al vuelo y yo defendí mi inocencia sobre aquel palabro bastardo. Fue entonces cuando mi tía, buscando un paralelismo en su experiencia, me contó lo de su “joyero de grandezas”. “Alguien” también había manipulado de buena fe uno de sus versos del himno a la Virgen del Val y había sustituido el final del verso tercero, colocando la palabra “grandezas”, la cual descabalgaba la rima asonante del estribillo. Mi tía ponía un gesto de mohín recordando aquella contrariedad versificadora, de la que no se atrevería a hablar sino en la intimidad familiar. Lamentablemente no recuerdo cuál era su verso original. Era cuestión de un trueque simple. ¿Pudo convertirse “grandes”, que rima, en “grandezas”? Según esto, el verso original podría haber sido este: ”joyero de obras grandes”. Entonces, el corrector pudo ver una aliteración en el “des” final más el “de” del principio del siguiente verso, y por eso lo corrigió. Otro intento por volver a la rima, a la armonía, sería este:

Virgen del Val,
la perla de este valle,
joyero de diamantes
de ciencia y santidad.

            Lo que está claro es que la palabra “joyero” era suya. Tenía mi tía Maria Luisa un joyero personal, que, dentro de sus posibilidades, abastecía como asidua cliente de Joyería Nieves, con la que mantenía una buena amistad. Y otros joyeros desechados de su  uso personal vagaban por los muebles de la casa. Cuando no encontrábamos algún objeto menudo, ella nos decía:_“Mirad en el joyero”. Era esta una palabra  que pertenecía a su más íntima cotidianidad.
            José María y Maria Luisa, dos “marías” que son autores al alimón, música y letra, del Himno a la Madre, dos “marías” que entran por derecho propio en el “joyero de grandezas” de este valle.
         
                                                                                          José César Álvarez
                                                                           Puerta de Madrid,


 


Esta es la imagen actual de la Virgen del Val, desprovista de sus vestiduras, reproducción en alabastro de la primitiva, la que descubrió la punta de un arado en 1184 y que desapareció.  Esta imagen la ofreció como primicia el 2.9.1945 el diario ABC. La foto que aquí ofrecemos, en color, sin vestir, fue realizada en 1992.

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