sábado, 21 de abril de 2012

Cuando Cervantes se muere de ganas de decirlo

     Es el otoño de 1584 cuando Cervantes se sienta a escribir la dedicatoria de La Galatea. Es costumbre de la época hacerla a un prócer o mecenas. Cervantes ya lo tiene elegido. Le hubiera gustado dedicarle su primera obra a Mateo Vazquez, pero el archisecretario de Felipe II le tiene ya harto. Su amigo poeta Montalvo le ha aconsejado un noble italiano que ha conocido en una tertulia literaria en su pro­pio pueblo, Ascanio Colonna. En 1578 se licenció aquí en Artes y después estudió Teología en Salamanca. Ha vuelto a Alcalá. Está escribiendo Oratio in Phi­llippum II (Alcalá, 1585) Y el propio monarca parará en Alcalá ese mismo año, camino de cace­rías, para escuchar su diserta­ción. Al año siguiente, Ascanio sería nombrado Cardenal y mas tarde virrey de Aragón. Ahora, cuando Cervantes se mesa la barba buscando ideas, ostenta el título de Abad de Santa Sofía. Es hijo de Marco Antonio Colonna, duque de Pagliano, quien coman­dó una de las tres escuadras de la Liga en Lepanto. Es urgente el encargo. Esta dedicatoria es lo último que se escribe de la obra y lo primero que aparece.
Miguel ya ha cumplido los 37 años, ahora que se arrebuja pen­sativo frente al papel blanco. Tiene esperando al impresor Juan Gracián en la calle de Libreros. De Alcalá, claro. Van a ser cuatro palabras. Está buscan­do un orden de las ideas, una estructura. Busca los puntos comunes con este personaje para así halagarlo y atraerlo. El más mínimo motivo valdrá; después, él, que tiene pluma de altos vue­los, sabrá hincharlo y aderezarlo. Al fin decide. Son tres los puntos comunes: Alcalá, su patria chica, en cuya Universidad le encuentra en el curso 1584-85; la memoria de su padre en Lepanto, "aquel sol de la milicia"; y el cardenal Acquaviva, de quien Cervantes fue camarero en Roma y de quien oye elogiar sus virtudes, la profecía, dice, de sus altos desig­nios y las bondades de su antigua estirpe.
Son, pues, tres los puntos que debe desarrollar en un pequeño espacio: Alcalá, Lepanto y Acquaviva. Ya lo tiene men­talmente articulado. Alcalá es el mejor argumento para superar "el miedo" y justificar "mi atrevi­miento" al dirigirse a tan alta per- 

 
Firma de Ascanio Colonna.
Alcalá de Henares, 4 de Febrero de 1585
sana. Así podría decir:
"Con gran sorpresa y alegría hallé a vuestra señoría Ilustrísi­ma dentro de los muros de mi patria chica, ilustrando su glorio­sa universidad, al igual que lo hiciera en la de Salamanca. Le hallé con regocijo recorriendo las riberas de mi querido Henares, que llevo prendido en este libro, en compañía de mis amigos poe­tas Francisco de Figueroa y Gal­vez de Montalvo, secretario vuestro, por quien fui presentado a vuestra Señoría, habiendo de consentir, por de donde viene y a donde va, el anunciado rapto de nuestro amigo poeta a las dulces tierras romanas. Quiso la provi­dencia que al residir V. S. en mi patria chica tuviera a tiro, ha dos meses, los funerales de su augus­to padre, virrey de Sicilia, llama­do por Felipe II a la Corte y muerto en Medinaceli. Vuestra identidad con esta mi Alcalá y estos mis amigos ha hecho que perdiera el miedo al escribiros ... "
Pero Cervantes no acaba de lanzarse al papel blanco. Algo pasa. ¿Dónde el escritor de raza, hoy tan reflexivo? Con su puño cerrado sujeta ahora la barbilla. Le llega la larga sombra de su abuelo Juan, leguleyo y penden­ciero, quien retara a la poderosa casa de los Mendoza de Guadala­jara con su famoso pleito de los ochocientos mil maravedís, que ganó, y, desde cuyas alturas y en azarosas derivaciones, podría recaer todo un magma ardiente sobre los Cervantes de Alcalá, ya escarmentados.
Cervantes, que tenía aquella tarde el nombre de Alcalá en la punta de la lengua, que se moría de las ganas de decirlo, pensó que ahora que se abría a la vida de la fama, nadie habría de rela­cionarle con los Cervantes de Alcalá. Y se prometió a sí mismo ante el papel blanco llevar siem­pre el dolor de no pronunciar su nombre. Se prometió a sí mismo que cuando la pluma se topara con el Alcalá de su alma, remon­taría el vuelo. Y se puso a escri­bir por fin: " ... Vuestra Señoría no sólo vino a España a ilustrar las mejores universidades della, sino también para ser norte ... " Y si a Alcalá no podía nombrarla, tam­poco a Salamanca.
Eran tres puntos, tres. Lepanto y Acquaviva resultaron conve­nientemente henchidos. Pero con Alcalá no podía, no podía ...
José César Álvarez
                                                                        Puerta de Madrid, 24.4.2004


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