miércoles, 25 de abril de 2012

Los Pepes



La fiesta de los pepes y de las pepas ha sido la causante del largo fin de semana del que venimos. Y es que llamarse Pepe o Pepa es una fiesta.

Yo quiero compartir contigo, lector, el juego de “los pepes”, uno tú y uno yo. Por ejemplo, José Saramago, José  Martínez “Azorín”, José Ortega y Gasset, José Bódalo, José Bono, José Zaplana, José Sacristán, José Carreras, José Calvo Sotelo,  José Hierro... Los Pepes somos gente muy normal, gente allegada y próxima. “Los pepes” no tenemos la dominancia de “los manolos” —Manuel Azaña, Manuel Fraga, Manuel Ureña—, ni tenemos ese repunte caciquil con tendencia a la obesidad que ofrecen “los manolos”. No tenemos “los pepes” la genialidad de  “los pablos”  —Pablo Picasso, Pablo Neruda, Pablo Casals—, ni llegamos “los pepes” a la bondad filantrópica y natural de “los antonios” —Antonio Cánovas del Castillo, Antonio Machado, Antonio de Nebrija—, pero tenemos de todo un poco, atendiendo a las distintas acepciones de Pepe, como son Don José, jose,  josé  y pepito, que es lo mismo pero no es lo mismo.
           
Pepe Botella era el nombre satírico que el pueblo español había dado al rey impuesto por Napoleón. Pero Pepe Botella era abstemio, por lo que su denominación no sirve para dársela al botellón que renace en el fin de semana de los Pepes. Los botelloneros sin nombre durmieron la mona en el largo puente de los Pepes. Lo que no saben los catalanes es que si en esta Guerra de la Independencia hubieran ganado los franceses, la lengua catalana hubiera desaparecido como desapareció en el Rosellón francés. Fue aquella una guerra que, como reconoció el propio Napoleón, ganó el pueblo español en una reacción de vena patriótica. José, el rey intruso, cuando visitó Alcalá, se hospedó en una casa de la calle de Escritorios, propiedad de don Vicente Munárriz. Los alcalaínos de aquel tiempo dijeron que bien podía haber regalado a la ciudad un anillo de oro con diamantes, cuando los franceses habían requisado a la Iglesia Magistral diez arrobas de plata. Fueron obligados a salir a despedir al rey José, y un gentío se agolpó en la plaza de Abajo, aunque nadie dio un viva ni se quitó el sombrero.

            Pero otro Pepe, José Carreras, congregó más gente en el concierto que dio en la Huerta del Obispo, que el rey José en la plaza de Abajo. La lírica cola de aquel evento hizo época.

            Alcalá de Henares es una ciudad que no se priva de nada y no se priva de Pepes. Don José Vicario, cuando yo era chico, me daba miedo al verle venir por los soportales con su capa negra y su luenga barba blanca. Cuentan que un día fue a ver a su amigo alcalaíno Manuel Azaña a la presidencia del Gobierno y, al ser anunciado, oyó decir al amigo: “¿Qué quiere ese paleto?” Vicario se calló porque los Pepes somos muy sufridos. A Pepe Vicario le están arreglando su casa ocre de la calle San Julián. A Pepe García Saldaña le están arreglando su casa familiar de la calle Santiago, donde tiene lápida, pero le han tirado su casa de la calle Seises. Al lado de la casa familiar de Pepe, antiguo convento de Capuchinos, vivía Pepe Álvarez, un tío mío que recitaba de memoria La venganza de Don Mendo y se mondaba de risa. La última vez que vi esta obra en el Teatro Español, comprobé que no era el don Mendo de mi tío Pepe. Fueron, como siempre, al degüello del verso. Pero el ripio está en la esencia de los cómicos personajes de Muñoz Seca. Si me quitaron el ripio, debieron devolverme el precio de la entrada. Pepe Calleja, que sabía de entradas, fue el cacique necesario de Alcalá en el tranco de los años sesenta y sus colaterales, organizador de festejos, solterón de amores al deporte, a las catalpas, al desfile de carrozas que inventó, a las piscinas del parque y a sus piedras alveoladas, a las reinas de las fiestas...

Adiós, Pepes de mi recuerdo, adiós... porque los parques infantiles están sembrados de Sergios.


José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 26.3.2006

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