miércoles, 25 de abril de 2012

OJO de buey


La lengua común del Madrid Arena

Mi amigo me paró en la esquina de Gil, donde la acera se estrecha, para lanzarme a quemarropa un alegato contra un artículo mío: “Oye, que el catalán es también una lengua española”  me dijo. “Pues claro” le contesté. No dio para más la acera estrangulada, una de esas aceras angostas de Alcalá que no saben abrirse ni en esquinas ni en cebras. La despedida forzada de la acera “interrupta” me obliga ahora a este ejercicio epistolar.
        
Cuando la frase de la esquina de Gil es pronunciada por un nacionalista, entonces hay que tentarse la ropa, porque lleva metida la trampa. Resulta como mínimo sospechoso que alguien del entorno doctrinario contra la “puta España” nos venga a decir que “el catalán es una lengua española”. Porque cuando lo dice es por lo que le sigue: “Y puesto que el gallego, el vasco y el catalán son lenguas españolas, no podéis asignar en exclusiva al castellano su “españolidad” de manera unívoca. No podéis llamarle “español” sino castellano”. ¡Cuántos quedaron abducidos por los ojos de la serpiente! Es este el más sibilino argumento contra la Lengua Española, dentro del descarado acoso nacionalista, el cual rompe las portadas de todas las gramáticas de español que han sido editadas. Argumento ante el que hemos visto recular a una procesión de lerdos políticos, consejeros, académicos, periodistas, escritores, sindicalistas y demás figurines de la  cartelera española, especialistas en el paso atrás de la danza española.

Ofrezco réplica para uso de reculadores, además del derecho a danzar erguidos y de frente: “Que el catalán sea una lengua española es cosa clamorosamente cierta. Pero sólo lo es de forma adjetiva, porque solamente la lengua común de todos los españoles puede ser denominada de forma sustantiva, tal que “el español” o “la Lengua Española”. Así de simple. Dice nuestra Constitución que podemos denominar a nuestro idioma común castellano o español. Pero yo prefiero, no la denominación que quieren imponerme los nacionalistas, sino la que usa el noventa por ciento de  los cuatrocientos millones de hispanohablantes: el español.

El español de esta España nuestra se ha fundido en este largo fin de semana en la sauna de pasiones, de fanfarrias y colores del Madrid Arena en la Copa del Rey de Baloncesto. Era el idioma espontáneo de madrileños, andaluces, vascos,  valencianos, catalanes, canarios... que rugían a una en el idioma común para que se entendieran sus mensajes y provocaciones con la velocidad del rayo. Las flamantes estructuras de la Comunidad de Madrid reflectaban el vociferante evento. La colosal bóveda, como un fanal gigante, aguantaba el kilovático emporio de la arena. Los farallones de acero y cristal, con su provocador voladizo sobre la calle de Goya, sellaban los límites del horno donde bullía la alta presión de una lengua.

Entre los palacios que han albergado a la Lengua Española, yo prefiero este palacio del grito espontáneo, el Pâlacio de Deportes de la Comunidad de Madrid donde se funde la lengua. Lo prefiero frente al de la Moncloa, donde la lengua común ha resultado moneda de cambio, baratija de tratos. Lo prefiero frente al palacio que “fija y da esplendor”, el de la Real Academia, porque el esplendor del Madrid Arena resulta más restallante y restañante que el tímido y teórico brillo dieciochesco. Lo prefiero frente al Palacio del Senado, el que tiene vocación de ser un día el foro de las Comunidades, ámbito que a alguna de ellas se le ha quedado chico, donde se proyectaba un cuerpo de traductores sobre una fingida Babel, teatral y caprichosa. Sería ese entonces el palacio de la claudicación de la lengua común en esta hora de las claudicaciones.

Por eso prefiero la letra pobre del oé oé oé del Madrid Arena, un rayo de  esperanzas que nos alarga y nos sustenta, cuando los dos lados contendientes se sumaban en un alarido unísono y solidario, y cuando se cruzaban los códlgos de la casa común y de la lengua común. José César Álvarez José César Álvarez

  José César Álvarez
                                                                                  Puerta de Madrid, 25.2.2006

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