lunes, 23 de abril de 2012

La ciudad impar


Pares e impares. He aquí dos ideologías enfrentadas. Para los pitagóricos griegos los números y sus relaciones estaban cuajados de significación filosófica. Nietzsche, profesor de griego, reinterpreta la cultura clásica en el enfrentamiento de dos dioses griegos: Apolo y Diosnisos, una discordia creativa que en el fondo es el enfrentamiento de lo par y lo impar. Dionisos era el dios de la embriaguez, del caos,  de la música, de la vida y de los instintos y pasiones. Por el contrario, Apolo era el dios de la belleza física, del orden, de la armonía uniforme, de la proporción ordenada. Dionisos, celebrado en las orgías báquicas, está en el origen del teatro griego, hasta que Eurípides, según Nietzsche, lo arroja de la escena de la tragedia griega para ser sustituido por Apolo, la fuerza de la razón frente a la contradicción dionisíaca. Lo apolíneo se fortalece con la valoración moral que aporta Sócrates. La finalidad de la filosofía de Nietzsche consiste en erradicar lo apolíneo de la cultura occidental y restablecer el carácter dionisíaco de la filosofía presocrática.

Pares e impares. Un día me fui con mi amigo al Casino, y, de entrada, para calentar motores, se jugó toda la torre de fichas en el “par”. Acto seguido fue el crupier con su rastrillo de plata y arrasó la torre de nuestras esperanzas. Nos dejó a dos velas, y la culpa fue de un rojo, impar y pasa. Y es que el “par” no se lleva en el tapete de estos días. Los modistos de esta  dura preprimavera han hecho desfilar a la mujer con un pendiente, al aire un hombro o una cadera o un glúteo o una pantorrilla o un pie desnudo. Se hace nás interesante el lado que no enseña que el que enseña. Es la mujer impar o descompensada, también la mujer dionisíaca de las contradicciones.

En la zona de la Puerta de Madrid, rodal bruñido de cementos a punto de inaugurar, han sido talados unos árboles que sólo hacían tapar lo que hay que tapar. Era la época apolínea de los años sesenta y setenta cuando se tiró una casa apostada al torreón, se alineó la muralla y se abrió una calle que gritaba al otro lado: “Cuando tú puedas, lado opuesto, haz como yo, y dejaremos la Puerta de Madrid centrada según reglas de la armonía”. Pero cuando llegó ese momento, los técnicos urbanístas estaban en la órbita dionisíaca del caos y en la moda de los glúteos impares. Y ni tan siquiera supieron alinear ni ambientar las fachadas inmutantes. Justifican su inacción con  puritanismos arqueológicos e inasibles.


En la catedral de la ciudad impar, el órgano, símbolo de la armonía, vive su marginalidad descompensada, su solemne lateralidad, como la de un hombro desnudo,  y el bulto del brillante costillar de su cañonería rompe el equilibrio de las leyes de Vitrubio. La estatua de Cisneros, arquitecto de la ciudad impar, perdió la apolínea centralidad de sus días y aparece ahora descompensado en la piedra más blanca y más fría del rincón izquierdo de la plaza de San Diego.

En esta ciudad impar que es Alcalá de Henares, sólo un vial la atraviesa de este a oeste. Su catedral presenta una torre embriagadamente inclinada; la casa de Cervantes, un ciprés, “enhiesto surtidor de sombra y sueño” que diría Gerardo Diego del de Silos; y en las ruinas de Santa María, que preside la plaza de Cervantes, hay una torre alocadamente unívoca y exenta. En la ciudad impar está la calle de Juan I, el Museo botánico de Juan Carlos I, la plaza del 1 de Mayo y la plaza de Juan XXIII. En la ciudad impar hay calles que sólo tienen números impares: la de Sandoval, la de San Diego, la de Azucena y la del Padre Francisco. En esta ciudad de veintisiete ediles, el caos de la época apolínea de los sesenta levantó once alturas en las apiñadas torres de Nueva Alcalá, donde ahora hay problemas de aparcamiento. Pero el aquelarre de la ciudad impar está en las noches de fin de semana, las noches báquicas de la música inarmónica, donde los padres apolíneos del orden se ven desbordados por su progenie dionisíaca en noches de trece horas.



José César Álvarez
                                                                                   Puerta de Madrid, 11.4.2006

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