lunes, 23 de abril de 2012



Las cuatro posturas de Azaña

     Don Manuel Azaña ha sido removido y en el aire ha quedado un rebrote de esencias azañistas. Don Manuel, hecho bronce, ha pa­sado de la olla de cemento donde se encontraba prisionero a la rotonda aledaña abierta. No era para menos. En eso todo el mun­do está de acuerdo. Pero al llegar a la rotonda, Azaña podía ha­ber adoptado una entre cuatro posturas, es decir, podía mirar a cada uno de los cuatro puntos cardinales. ¿Es correcta la postura en que se le ha colocado? Caben cuatro opiniones. Ha sido de esta for­ma como Azaña ha provocado esta dialéctica cuatridimensional, en cuyo juego me permito entrar con el permiso de don Manuel. La realidad es calidoscópica y a cada una de las cuatro posibles posturas le corresponde un ojo crítico. A todas, menos a una. O a lo mejor don Manuel es siempre crítico desde donde se le mire.
    
      1.- Azaña, de espaldas a Nuevo Alcalá (como está)
      
     Como los últimos de Fili­pinas, tú también has sido el último símbolo en salir de ese malhadado parque. No sé qué pasa contigo, hijo, que donde vas la pringas. Porque mucho símbolo y tal pero que de parque nada, pero que nada. Allí soltabas un chico entero y te volvía medio. Al Paco Adrada ese le tocó iirlo cambiando y re­mozando: las montañas, el peligro de los regatos y, ¿te lo quieres creer?, hasta los juegos infantiles eran de ce­mento, te lo juro, los tobo­ganes de cemento, y van y te plantan a ti allí, en el anfi­teatro, que no estaba mal y tal, por aquello de que tú eras primero orador, des­pués presidente de la Repú­blica, lo que sea, pero pri­mero orador. Hasta el pro­pio Pepe Noja, recuerdo, el día de la inauguración dijo que nunca una obra escultó­rica suya había encontrado mejor ubicación. Pero es que los símbolos, en estos casos, hay que saber hacerlos ope­rativos, funcionales, y aquel auditorio, tal cual, era sólo para ti, hijo, por colocarlo en la esquina de mayor es­trépito, a ti que te gustaba tanto el «silencio alcalaíno». Que sí, que eres el último emigrante de tal malhadado destino. Y ahora, para arre­glarte el cuerpo, van y te plantan de espaldas a los que entran. ¿O será una ironía? Están poniendo en evidencia tu proverbial hosquedad, tu falta de hospitalidad, de aco­gimiento. No estabas nunca para recibir, dicen, y a los que tenías delante querías perderlos de vista. Eso han hecho contigo ahora, a los que miras de frente les dices: ¡puerta! ¡puerta! Ahí te han colocado, mirando a Alcalá, de cara al dogma, defecto propio del orador, que en­sarta y ensarta sin ser inte­rrumpido. Ahí no serás nun­ca interrumpido por los que llegan, por las ideas que lle­gan. No lo digo yo, te lo es­tán diciendo tus incondicionales, que los símbolos no se acaban donde ellos quieran.
     
      2.- Azaña colocado de cara a «Nuevo Alcalá
     
     ¿Te acuerdas de aquel gran alcalaíno y alcalde que se llamó Huerta Calopa? ¿Te acuerdas? Te lo topaste un día en Madrid, en la cuesta de Moyano, creo, de libros ambos, y le espetaste que había tres cosas con las que no comulgabas: «La Iglesia, el Ejército y Alcalá». A poco rueda por la cuesta el bueno de don José Félix, porque los exabruptos hay que considerarlos también dentro de su época.
     Ahora te han colocado de espaldas a Alcalá, como te corresponde. Nunca demos­traste, la verdad, excesivos entusiasmos por tu cuna: aquel provincianismo ram­plón, aquellos años perdidos junto con tu hermano en la fábrica de la luz. Incluso cuando alguna vez te referis­te a la obra de tu padre, la historia más completa que de Alcalá se ha escrito, si no era lo tuyo desdén, tenía al me­nos el aire de estar de vuel­ta de todo eso. Nadie dirá que no está Alcalá en tu obra, pero no es el Alcalá de tu padre, es el Alcalá bioló­gico, nostálgico, tu Alcalá. Ese es tu sitio: de espaldas a Alcalá, como Dios manda y tú lo quisiste.
        
3.-  Azaña colocado de cara a la nueva Ronda Fiscal

     Ahí, ése es tu sitio, ni nor­te ni sur, en el filo de la in­decisión, en los baldíos del compromiso, de perfil, nun­ca de cara. Impasible ante la dialéctica norte-sur, en los terrenos de nadie, ambiguo, en la clave de la disyuntiva. Lo dijo Salvador de Mada­riaga: «Alcalá es un horno en verano y una nevera en in­vierno: de modo que los al­calaínos están cocidos por el calor y recocidos por el frío, y así criados por ambas in­fluencias contrarias logran una singular impasibilidad. Las cosas no les dan ni frío ni calor ... Tal era, en efec­to, la primera impresión que causaba Manuel Azaña. Era inmutable. Lo bueno, lo ma­lo, lo alegre, lo triste, todo parecía dejarle indiferente». Eso es, tu monumento debe ser el de la indiferencia, im­pasible el ademán, la mira­da ni a derecha ni a izquier­da, repartiendo un ojo a ca­da lado.
     
     Tienes una orientación dislocada. ¿Te acuerdas de aquella buena amiga alcalaína cuando te visitó en el Palacio de Oriente? Había unos cañones apostados en los balcones de cara al exterior. Tú, entonces presidente de la República, le dijiste que no sabías si aquellos cañones te defendían o te estaban apuntando. Tu espacio vital está dislocado, y en esa postura nunca diferenciarás los que entran de los que salen, daltónico, tú, de los sentidos de la marcha.

     4.- Azaña colocado de cara a la vieja Ronda Fiscal
     
     Sin ironía, esa debiera ha­ber sido su colocación y no necesariamente en el centro de la rotonda. De espaldas al menor caudal de tráfico en­trante, como mal menor, y de cara al parque que lleva su nombre y que fue su fin­ca. De cara al paseo de los plátanos gigantes, donde gustaba pasear en compañía de su buen amigo José Vica­rio, envuelto en la capa de buen paño. De cara al audi­torio, que sigue siendo suyo, que fue su más luminoso ám­bito.
    
      Ahí estás bien, Manolo, de espaldas al Madrid, la capital de tu desdén, de tu monumental contradicción, donde nunca debieras haber caído ni ascendido para tu mal  y el de los españoles. Tu desdén madrileño llegó hasta tu amigo Vicario, alcarreño alcalaíno, ‘el vicario de Durón’, así firmaba, al que ahora estás viendo bajo los plátanos. Fue a visitarte un día a la Presidencia del Gobierno, tal como le tenías dicho, y te oyó preguntar a la secretaria con tu voz indisimulada: “¿Qué quiere ese paleto?” El nunca te lo dijo, él se tragó tu insolencia. Estás mejor así, dando la espalda a tanto como tienes que olvidar de tus madriles, y mirar a la alcarria natural de tus discretas fidelidades, conde tu imprecisa campiña se disuelve. En esa entrañable perspectiva, ay, Manuel, hubieras evitado el Montauban de tu exilio perpetuo.

José César Álvare
Puerta de Madrid, 14.5.1994





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